La protesta más larga del siglo

“El Coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata.”

¿Cuántas veces se multiplica a diario en Colombia la anterior escena del  Coronel no tiene quién le escriba? Estamos condenados a repetir las desgracias, anestesiados, agobiados por una mayoría cansada, que hizo que se detuviera el tic toc de la bomba social, que ya explotó.

En el presente siglo y aún sumando las protestas del anterior, Colombia no había asistido a una protesta tan larga y trágica. Es un triste récord y el efecto de una desigualdad largamente acumulada.

La paciencia se acabó. Es el sentimiento que hoy atraviesa a Colombia como una daga, cargado además de lágrimas, desesperanza y rabia. Y lo que más preocupa: Con un desenlace incierto.

La incertidumbre es una constante. Este es un país con más años malos que buenos, las treguas de normalidad y el aparente impulso de desarrollo, son una excepción casi invisible.

En la actualidad todo parece imposible. Una clase media casi desaparecida, jóvenes sin posibilidades de empleo, gente angustiada, retos cotidianos que sobrepasaron la capacidad de millones de inconformes. Nerviosismo al extremo.

Los argumentos racionales perdieron toda credibilidad. Ahora lo que importa es sobrevivir, miles de familias atrapadas en la agonía de cumplir compromisos tan aparentemente básicos como pagar los recibos de servicios públicos. Lo peor por ocurrir, pasa todos los días.

El sentido de la realidad se trastocó. Hablar de comer tres veces al día, ya parece un recuerdo remoto, lejano e improbable de recobrar. Con hambre y sin futuro, ninguna sociedad es capaz de sobrevivir en sí misma. Esto alimenta la ira.

El estallido social no parece ser una expresión efímera. Todo lo contrario, esta vez parece completo y para siempre. Quieren abrirse paso en un país con grietas de desigualdades insalvables, en un intento por escapar de la miseria.

Este es un país devastado por la economía, tal vez mucho más de lo que nos imaginamos. Hay deformación de la esperanza. Abrir la nevera por la mañana y no encontrar nada, temor de mirar a los ojos a los hijos, para escapar de la inevitable realidad de un día más, pero con menos opciones.

Muchos colombianos al levantarse todos los días, se preguntan si lo que estamos viviendo es la realidad o producto de una pesadilla, en las escasas horas de sueño, pues el insomnio lo perfora todo. Algunos preferirían la pesadilla, es más efímera y menos cruel, de lo que pasa día a día.

La angustia ya se instaló en las calles hace varios días. Miles de ciudadanos intentan enderezar el destino de una nación con todas las dificultades, en su gran mayoría jóvenes que no les interesa el sacrificio al que se enfrentan. Es un país inconcluso.

Vivimos en la incesante repetición del Coronel no tiene quién le escriba.

“La mujer se desesperó.
         —Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
         El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
         
— Mierda.”

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