La vacuna sí vacuna, aunque vacune por un año

La pandemia nos tiene molestos en Colombia porque las vacunas no llegan, porque llegarán para los más ricos y menos necesitados, y porque ahora no podemos hacer muchas de las cosas que hacíamos antes de iniciar este periodo de alarma mundial por la salud pública.

Aquí en Pensilvania, ya vacunaron al personal médico y hospitalario. Pareciera mentira, pero varios del personal de salud que viven en condados adyacentes a las grandes ciudades, donde solo hay agricultura como forma de desarrollo, rechazaron la oferta de ser vacunados en diciembre. Lo entiendo, se sintieron como conejillos de India, y se dieron el lujo de decir que no. Mucho por la irresponsabilidad de los medios de comunicación que construyen teorías de conspiración sin límite. Lo cierto es que hoy yacen arrepentidos. 

Actualmente están vacunando a los mayores de 65 años y a personas con algún tipo de morbilidad sin importar su edad. Por ejemplo, el hijo de mi fotógrafa favorita fue vacunado en enero porque es un joven de 19 años con síndrome de Down. A mi gran amiga iraquí le ofrecieron la vacuna porque tiene sobrepeso, y a mi vecina se la pusieron por tener hipertensión. En Colombia, sin embargo, el proceso no solo no comienza, sino que ha habido mucha incertidumbre sobre cómo se llevará a cabo.

Leyendo la columna de Daniel Samper la semana pasada sobre el conocido que vino a Miami a vacunarse, me reí un rato porque el periodista tiene muy buen sentido del humor. Pero la columna como tal me hizo pensar en lo ventajosos que son algunos colombianos, al punto de venir a los Estados Unidos en turismo de vacunación, hacerse pasar por inmigrantes sin estatus con tal de ser vacunados. Esa misma imposición que me molesta de los Colombianos con visa de turista que se vienen a parir a Estados Unidos para beneficiarse de un gobierno que no es de ellos y para el que tampoco aportan impuestos. Ellos mismos que se han embutido a la mala en USA son los que vienen a votar por Trump, los propios wannabe, y por ellos mismos es que tenemos la desgracia de ser tildados como escoria.  

En cuanto a la vacuna aquí, mi esposo recibió en diciembre la primera dosis y en enero, la segunda. Lo alarmaron con que la segunda dosis le produciría dolor de cabeza, irritación, malestar general, y escalofríos. Sin embargo, con la segunda dosis no experimentó ningún síntoma. Su colega, un hombre de 50 años y atleta, en contraste, pasó el día en la cama con la segunda dosis. Su esposa me contó que el malestar no se le quitó ni con medicamentos. Pero cuando le pregunté si se la volvería a poner respondió con apuro, “¡sí!”.

De acuerdo a lo que me explicó mi doctor, esos síntomas post vacunación no son diferentes a los experimentados con muchas otras vacunas; lo vemos en niños pequeños, a los que les da fiebre cuando reciben la vacuna neumocócica, y en adultos, a quienes después de la vacuna contra el sarampión, las paperas, y la rubéola experimentan escalofríos y dolor general. No es poco común que las vacunas generen esta misma reacción, pero es alarmante si nos dejamos desinformar. 

Adicionalmente, no tenemos otra forma de protegernos hasta el momento, sino que creyendo en la efectividad y el impacto que esta vacuna tendrá en nuestras comunidades. Hasta el momento, como lo decía el científico Manuel Elkin Patarroyo, la vacuna no probaba más que cuarenta días de efectividad, no porque la vacuna fuera efectiva únicamente por cuarenta días, como se tergiversó, sino porque solo habían pasado cuarenta días desde que la vacuna había salido al mercado.

Hoy en día se presagia que la vacuna protegerá hasta por un año. Lo que me hace pensar que me tocará ir a ponerme la vacuna contra el coronavirus anualmente, al mismo tiempo que me pongo la de la influenza, porque seguramente las unificarán en una sola inyección. 

Mientras tanto espero con confianza que los gobiernos vacunen a su gente, y que yo pueda recibir la mía prontamente para irme a viajar la otra mitad de las Américas. 

Así los dejo mientras empaco para irme a Puerto Rico.

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