La derrota del Tolima ante Nacional, en la piel de Daniel Cataño, quien falló un penalti y fue expulsado, cuando su equipo dominaba.
Lejos de la cancha, donde se doblegaron sus ilusiones, llegaron presiones e intimidaciones, con peligro para su vida.
Como en la piel de Andrés Escobar, con su autogol de la muerte en el mundial. O de Carlos Chávez cuando, con su formidable actuación, lanzó al América a La B, para bambolear entre la gloria y las macabras agresiones verbales de energúmenos aficionados.
En la de David Ospina, quien, en un desliz, después de soberbias actuaciones, permitió el gol de Perú que nos sacó del mundial.
O en la de todo el América, cuando Diego Aguirre de Peñarol, anotó en la agonía para ganar la Libertadores, en un parpadeo defensivo
Cuando Equidad perdió la mejor oportunidad de ser campeón, Ante Nacional, por la inmadurez de Javier Araujo, quien situó la pelota, con mansedumbre sospechosa, en las manos de Pezzuti.
Cuando Tesillo falló su cobro desde el punto penal ante Chile, en la copa América de Brasil y Bacca, en el mundial de Rusia, el suyo ante Inglaterra.
Tóxico a veces es el futbol con sus resultados. Y también injusto con quienes se equivocan. Se llega al extremo de calificar sus fallos como calamidades, con insultos, recriminaciones y amenazas contra sus vidas.
Los jugadores, en el error, recurren al aislamiento, a la soledad depresiva, a la desconfianza, al silencio, distantes de los abrazos hipócritas, las miradas de reojo o el repudio público, acentuado desde los medios. Esa es su terapia.
Cataño se equivocó en un juego que se caracteriza por sus virtudes y errores.
Como se equivocaron Maradona, Pelé, Zico, Rivelino, Baggio y el Tino, cuando se aprestaban a celebrar un título.
Así es el futbol. El juego de la vida, con la vida dependiendo de una pelota y su destino.
Erró Cataño porque, como dice Higuita, no hay penalti bien tapado sino mal cobrado.
Pero, como cantaba Sandro, en otros tiempos exitoso artista argentino, al final la vida sigue igual. ESTEBAN J.