Las mujeres de color estaban progresando en la fuerza laboral. Entonces llegó el coronavirus.

Durante años, la historia de las mujeres que trabajan en Estados Unidos ha avanzado a paso lento, pero constante. Con este telón de fondo, las últimas cifras mensuales de empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos produjeron una sacudida aguda.

En diciembre, se perdió un total neto de 144.000 empleos, el efecto evidente de la actual crisis económica. Sin embargo, mientras el empleo entre los hombres aumentó un poco, 156.000 mujeres perdieron sus trabajos, principalmente en sectores afectados por la pandemia como el de la hospitalidad y la educación. Además, debido a que el empleo de las mujeres blancas de hecho aumentó, en términos netos, estas pérdidas cayeron sobre las mujeres de color.

Este es el flagelo de la pandemia: está asestando varios golpes a quienes son menos capaces de soportarlos, por lo que crecen las desigualdades que tienen su origen en el género, la clase y la raza.

En décadas recientes, las mujeres en la fuerza laboral habían estado en ascenso. A finales de la década de 1980, el salario de las mujeres aumentó, en promedio, de unos 62 centavos por cada dólar ganado por los hombres a 81 centavos. Para inicios de 2020, su participación en la fuerza laboral aumentó poco más de un 50 por ciento, en comparación con un 44 por ciento en 1972. Un 59 por ciento de las mujeres negras tiene trabajo, una cifra superior al 49 por ciento de comienzos de la década de 1970. De manera similar, el 58 por ciento de las mujeres hispanas trabaja, en comparación con el 41 por ciento en 1972.

No obstante, una sensación de precariedad siempre amenazó esos logros.

Para entender por qué, los estadounidenses deben lidiar con el enorme sesgo de género que hay en la fuerza laboral por naturaleza. Incluso en tiempos más estables, los empleos que solían realizar las mujeres tenían el estatus más bajo y los peores salarios. Por ejemplo, las mujeres representan alrededor de tres cuartas partes de los trabajadores en el sector educativo y una mayoría en el de los servicios de alimentos. Las cifras de diciembre para estos sectores fueron impactantes: se eliminaron 62.500 puestos de empleo en los servicios educativos, mientras que los servicios de alimentos perdieron la gigantesca cantidad de 372.000 empleos.

Es poco probable que se reduzcan estas pérdidas. Mientras tanto, casi tres cuartas partes de las personas que ganaron el salario mínimo o menos en 2019 trabajaron en servicios, principalmente en la preparación y servicios de alimentos, a los cuales la pandemia ha afectado más severamente.

Muchas de las personas que perdieron sus empleos el mes pasado están atrapadas en una espiral descendente. Las investigaciones demuestran que es mucho más probable que los trabajadores de color reciban sueldos de nivel de pobreza que los trabajadores blancos y es más probable que tengan deudas a que tengan ahorros. Tal vez corran el riesgo de ser desalojados.

Aunque esta crisis de marcha lenta no es única de Estados Unidos, la ausencia de atención médica universal y una red de seguridad sólida ha hecho que la manifestación estadounidense sea particularmente grotesca. Las personas que ganan salarios bajos o medios en empleos precarios han experimentado pocas mejoras en sus estándares de vida desde la crisis financiera de inicios de la década de 2000.

Las mujeres de color de clase trabajadora casi no tienen acceso a una seguridad económica duradera. En los años por venir, quienes tengan educación avanzada prosperarán como ingenieros de software o profesionales de finanzas en economías cada vez más basadas en el conocimiento. Esta minoría —en esencia hombres, en especial blancos— se agrupará en los principales centros urbanos, donde disfrutará lo que los economistas llaman ingresos de “superestrella”: las gratificaciones desproporcionadamente más altas que gozan quienes tienen una ventaja modesta de habilidades.

Si el acceso a la educación superior presagia estabilidad, las oportunidades para las mujeres son funestas. Aunque en la actualidad las mujeres en Estados Unidos representan poco más de la mitad de todos los titulados de licenciatura en todos los grupos étnicos, las mujeres negras constituyen tan solo el seis por ciento de los titulados.

En Estados Unidos y otras economías ricas, los sociólogos describen este fenómeno como un ejemplo del “efecto Mateo”, nombrado así por Mateo 25:29 de la Biblia: “Porque a todo el que tiene se le dará más y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

Por lo tanto, la economía ha puesto a algunos en un círculo virtuoso de prosperidad y a otros en un círculo vicioso de deterioro.

En los meses por venir, la inoculación masiva en contra del coronavirus perfectamente podría detonar una recuperación económica y guiar un regreso gradual a la normalidad social. No obstante, durante casi un año, el virus ha ensanchado el abismo entre los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres, así como la gente blanca y la de color. Una economía que da por sentado a quienes trabajan en los sectores esenciales, como los hospitales y el transporte, los ha idealizado, pero también tratado como aparatos remplazables.

Claro está que es insensato inferir mucho a partir de datos de un solo mes. Sin embargo, el avance lento, pero constante para las mujeres que trabajan parece haber llegado a un alto… y todavía más para las mujeres negras y latinas.

¿Qué tanto se puede estirar el tejido de una sociedad antes de romperse? Construir “de nuevo”, incluso “mejor” que antes, no es ninguna ambición. Si incluso un progreso de muchos años como el avance de las mujeres en el trabajo ha retrocedido, llegó el momento de pensar en construir de una manera diferente en el futuro.

Por: Diane Coyle / The New York Times

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