
Los invisibles están por todas partes. Muchas veces, están a nuestro lado y, claro, no los vemos. Hace unos días, en el momento de una explosión de gas que hubo en Madrid, dos de estos personajes salieron a la luz. Eran una pareja de búlgaros, Stefko Ivanov Kocev y Mariana Kirilova. El hombre, de 47 años, caminaba por la acera y murió como consecuencia de la explosión. Y de Mariana supimos por los reportajes de prensa que hubo a propósito de la muerte de su novio.
De no ser por la explosión de gas que mató a Stefko, no nos habríamos enterado de la existencia de estos dos seres tan particulares. Supimos que debían varios meses de alquiler de un modestisimo apartamento, sin calefacción, en la capital española; que los dos estaban sin trabajo y que, en el momento de la explosión, Stefko comunicaba por teléfono feliz a Mariana que los papeles para recibir una ayuda del gobierno, estaban a punto de salir. ¡Ah, también les habían cortado la electricidad por falta de pago!
Estos dos búlgaros invisibles hasta ese momento, pertenecen al grupo de víctimas de la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial. Casi 730 millones de seres humanos, que viven hoy bajo el yugo de la extrema pobreza, con menos de dos dólares al día. Están por todas partes; en Colombia también, claro. Y en Europa, en África, en Brasil…, en Filipinas, dondequiera que se nos ocurra mirar.
Dicen los expertos de Naciones Unidas que si la crisis se recrudece, unos 500 millones de personas más podrían sumarse a una cifra tan aterradora. “Estamos viendo solo el principio del tsunami”, advierte Olivier de Schutter, relator de la ONU para la Extrema Pobreza y los Derechos Humanos. Volver a los niveles previos a la crisis sanitaria no será fácil. Se requiere una enorme cantidad de recursos y, sobre todo, que la economía global avance a una velocidad nunca antes vista.
En algunos países desarrollados los gobiernos han aprobado una ayuda mínima temporal, como la que estaban a punto de recibir Stefko y Mariana cuando los aplastó la tragedia. Pero eso no es la solución, es pan para hoy y hambre para mañana. Es una herramienta que podría ayudar a las personas a mitigar la escasez, pero no la precariedad. Y eso en los países ricos. Qué decir de los países pobres en donde no pueden ni soñar con una ayuda semejante. Como Colombia, para no ir más lejos.
“Hay que ir más allá de soluciones a corto plazo”, dice el experto de la ONU de Schutter. “La verdadera clave para reducir la pobreza es atacar la desigualdad”, afirma. Esa canción ya la hemos oído mucho por aquí. Uno no pierde nada por cantarla de nuevo, aunque sin muchas esperanzas.
Construir una vida mejor es cada vez más complicado y las desigualdades hacen cada vez más difícil encontrar un trabajo para forjarse un futuro. “Esta es una conclusión preocupante que tiene repercusiones graves para la cohesión social”, dicen en la Organización Internacional del Trabajo. “Hay un número elevado de mujeres y de hombres trabajando en la informalidad sin ningún tipo de protección social. Eso los hace vulnerables. No son pobres, pero tampoco tienen una posición segura en términos económicos”. En otras palabras, en las actuales circunstancias, son firmes candidatos a engrosar los números de pobreza arriba señalados.
“Precariado” es un nuevo término acuñado por Guy Standing, profesor de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres, para referirse quizá a tanta gente que yo hoy llamo aquí los invisibles. Esos de los que solo sabemos cuando son víctimas de una tragedia como la que vivió la pareja de búlgaros. Ahí es cuando tienen un rostro y unas circunstancias que nos los hacen evidentes. Hay tantos a nuestro lado y no los percibimos.
Supe que Mariana Kirilova, después de su cuarto de hora de fama, de aparecer en la prensa por las excepcionales circunstancias de su tragedia -–oír por el teléfono la explosión que acabó con su novio—, volvió a lo suyo, pues ni por esas consiguió trabajo: a estirar la mano a las puertas de una iglesia, confiando en que la caridad de los transeúntes le permitiese reunir ese día algunas monedas