Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

El asedio contra la Corte Suprema de Justicia

Tras engancharse en una pelea con una cuenta falsa de X, supuestamente del fiscal Francisco Barbosa, el hombre del desgobierno convocó a sus barras bravas para que salieran en defensa de un imaginario "golpe de Estado” (entiéndase ruptura institucional) planeado, según Petro, desde la Fiscalía General de la Nación. 

Desde su propia cuenta, del otrora Twitter, Petro escribió " Como presidente de la República debo avisar al mundo de la toma mafiosa de la Fiscalía y debo solicitar al pueblo la máxima movilización popular por la decencia".

Al día siguiente, la gente de Petro llegó hasta las puertas de la Corte Suprema de Justicia y empezó el asedio contra el alto tribunal, tal como lo reconoció su propio presidente, Gerson Chaverra quien ha tenido que desmentir tanto al director de la Policía como al mismo inquilino de la Casa de Nariño. 

El plan era "perfecto", una vez Petro se había lanzado en ristre contra la institucionalidad, su gente atacaba la Corte Suprema de Justicia para presionar e intimidar la que debe ser la elección de su fiscal. Y digo su fiscal porque, a estas alturas, nadie duda de las oscuras intenciones que tiene Petro en la elección de este importante funcionario para evitar que muchas de las actuaciones de la Administración por Sobresaltos (y cercanos) sigan su causa penal.

Habituado a desprestigiar y calumniar a sus opositores, y a todo aquel que no lo considere como el prohombre que no es, el país ya conoce de sus métodos y prácticas que bien aprendió en la guerrilla del M-19 cuyas banderas aún se agitan en muchas de las acciones que emprende el Ejecutivo a lo ancho y largo del país. ¿Quién podría en sano juicio dudar de que Petro tiene como método la subversión?

Que la violencia y el terror definan a Petro ese no es el tema. Eso salta a la vista de cualquier ciudadano honesta intelectualmente y en pleno uso de sus facultades mentales. Lo que hay de fondo acá es que, además de la incapacidad expresa para liderar el gobierno nacional, se ve asustado porque ha corrido tanto la línea ética que de sobra sabe que ha pasado los límites de lo legal y que el tinglado de toda la farsa que se montó alrededor de su minúscula existencia se está desmoronado. 

De ahí que cada vez que usa una serie de adjetivos para descalificar a sus opositores y enemigos, todos sabemos que se está describiendo a sí mismo. Por eso necesita repetir, mil veces, las mismas mentiras -tal como Lenin y Goebbels sugirieron- para que sus fieles adoradores sigan creyendo y repitiendo el mismo embuste. 

Así, el hombre del desgobierno viene peligrosamente lanzando a su gente contra las instituciones; primero, fue contra el Congreso para presionar el paso de sus reformas y ahora lo hace contra la Corte Suprema de Justicia para coaccionar la elección de su fiscal. En ambos escenarios se evidencia el profundo desprecio e irrespeto que siente Petro por la institucionalidad y el nulo sentido de estadista que tiene. Por algo similar, Trump y Bolsonaro han recorrido los caminos del impeachment y de la inelegibilidad. 

En el primer caso, Trump intentó desconocer los resultados electorales en 2020 y el Congreso fue asaltado por una horda que irrumpió al interior de las instalaciones del Capitolio quedando a merced de los asaltantes. En efecto, la transición de mando en 2021 ha sido uno de los momentos más críticos de la democracia de los EE.UU. y la próxima elección en noviembre será, tal vez, tan decisiva como la elección de 1860. El escenario democrático en Washington DC es absolutamente incierto. 

En el segundo caso, el modelo fue replicado en la Plaza de los Tres Poderes (Brasilia) y en enero del año pasado, la democracia brasileña sufrió un golpe similar al propinado en Washington DC. La reacción del entrante gobierno de Lula da Silva desató una ola de detenciones que, por ser un gobierno progresista, no valió las críticas de organismos internacionales que hubiesen valido si lo hubiera hecho un gobierno liberal o conservador. Por lo pronto, Bolsonaro está por fuera de toda posibilidad de volver a Planalto.

En cuanto a la siempre debilidad, de algunos funcionarios de organismos internacionales, por los gobiernos mal llamados progresistas es ahora cuando se puede apreciar la abierta intervención de la CIDH-Comisión Interamericana de Derechos Humanos- para apoyar a Petro en la elección de su fiscal. Lamentablemente, no se puede decir que esta misma Comisión haya sido tan diligente cuando sucedió algo peor en tiempos de Uribe Vélez y la Fiscalía estuvo en interinato por varios meses.

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