Tres cosas delatan con facilidad al “corroncho” que va por primera vez a la capital: la comedera de hielo, la tocadera de carro y su miradera en los espejos. Es el tipo que va con susto al baño del aeropuerto y se da una ligera cachetada de “menticol” para espantarlo. Cuando sube al avión y ve a la azafata de ojos claros, la saluda con un: “tarde blanca”, a manera de piropo. Aterriza en ElDorado y lo abruma la cantidad de aviones estacionados. Desentierra su parcela y piensa en la congestión como “tusa en chiquero”.
Este es el ser humano primario, sincero, candoroso y con cadillos sistémicos tan adheridos a su piel, como que conserva su idiosincrasia y mantiene intactos su pureza cultural y sus valores morales. El que pide permiso para recoger el mango del patio del vecino ricachón, y si su perro flaco se escapa y le mata una gallina, envía dos para pedir perdón. Ese que usa palito de limón en vez de Colgate, y se aparece en el consultorio del urólogo en Medellín con las rosquitas, el bollo y el suero que le compró como presente en el aeropuerto los Garzones de Montería, y cancela anticipadamente la consulta médica con billetes arrugados.
Contrasta esa imagen con la versión deformada que da el otro tipo de provinciano. Ese arribista atraído por el puesto público, que habla “golpeao” para que lo identifiquen, y vende su conciencia al mejor postor. Ese cuya vida y valores transitan impúdicos por la ya reconocida puerta giratoria, al tiempo que su conducta asocial y ambición sin límites le impiden comprender el daño que genera. Inconsciente, más parece una de esas iguanas preñadas en Semana Santa, que a su antojo cambian de color para soportar las altas temperaturas del trópico. Son los exponentes de las “mentes de mono”, que los empujan a andar de rama en rama hasta alcanzar la de más frutos. Son los que encienden el abanico de la vergüenza que nos pringa a todos.
El corroncho es genuino mientras que el otro provinciano mimetiza sus raíces según las conveniencias. Es la autenticidad versus la mediocridad rampante. El primero atrae, el otro repele por su hedor a hipocresía y comportamiento amoral.
Uno de los departamentos del Caribe está de plácemes. Tiene en este gobierno unos funcionarios de alcance nacional. Ministros, Embajadores, Defensor del Pueblo, y Magistrados en las Cortes. Este departamento es el “cuarto bate” en corrupción y de su creatividad han nacido los más insólitos carteles. ¡Hasta el de las chapas! La sonrisa de la maldad y de la picardía son anodónticos, incluyendo en escrúpulos. Estos funcionarios tienen dueños y solo se mueven cuando ellos se lo piden. Hasta presumen de su condición de títeres.
¡Basta ya! Llegó la hora de demostrar temple y carácter. Ustedes, señores, no son marionetas. Son los funcionarios ejecutores de una política de un gobierno al que ya se le nota el atardecer. Integran las tres ramas del poder público y tienen la más bella de las oportunidades para cambiar esa sombra malvada que identifica a los cordobeses como los del ADN podrido y descompuesto. El repelente de la moral.
Desde mi corazón cordobés, les suplico que no se comporten como el provinciano desteñido, camaleón y sanguijuela pública de la volemia del Estado. Ustedes son más que estos anélidos. Les ruego que sean como el corroncho, genuino, puro y transparente. La salud moral del departamento no resiste un escándalo más de corrupción y malos manejos, especialmente de aquellos que ocupan hoy altas dignidades del poder público. Prefiero que pasen anónimos o desconocidos, sin ninguna obra, pero con un comportamiento intachable que nos enorgullezca. Si su gestión implica conflicto de intereses, sobretasas y desviación de recursos públicos, por favor: ¡no la hagan!
Ya quiero dejar de tener que acompañar con calificativos (honesto, honrado…), a la palabra cordobés, cuando garrapateo sobre mi tierra. El solo “cordobés” debería implicarlos y llamar a los interlocutores a evocar la integridad y la responsabilidad de una raza en el cumplimiento de la función pública. Quiero recordarlos a ustedes, a nosotros, como esos sinuanos dignos, funcionarios del Estado de valores y ADN corronchos, que han entendido que son los responsables de las conductas pulcras de la patria, y que construyen los vasos comunicantes facilitadores con nuestra región. Como esta canción que nos identifica:
“aquí estoy,
pero mi alma esta allá”.
Rafael Manjárres