Democracia y miedo son dos cosas incompatibles e irreconciliables. Incompatibles porque sin el temor a expresar una actitud política no se puede hablar de democracia, e irreconciliables en tanto que el terror jamás será un mecanismo democráticamente legítimo.
En otras palabras, para hablar de una auténtica democracia, los ciudadanos deben tener la total convicción y sensación de no estar coaccionados para aceptar ningún proyecto político.
Así, la democracia se marchita donde no hay libertad y, sobre todo, sosiego y tranquilidad, incluso, de equivocarse y de corregir por las mismas vías electorales con las cuales se cometió un desacierto o se indujo a engaño político.
Ahora, el terror nunca será fuente de legitimidad; de tal modo, la democracia riñe abiertamente con el miedo. En cambio, el terror (como táctica) es lo que mejor se acomoda a los regímenes autoritarios que, con el tiempo, hacen tránsito fácilmente al totalitarismo.
Dado el perfil de Gustavo Petro, no se podía esperar cosa diferente a lo que viene sucediendo desde el 7 de agosto de 2022. Fascinado con el terror como arma predilecta, ha considerado que la democracia funciona de la misma manera como en las filas guerrilleras; es decir, amedrentando a la sociedad que no lo idolatra y a las ramas del poder público que ejercen el equilibrio de poder.
Con sus barras bravas, milicianos digitales pagos con el erario público, una horda de aduladores a su servicio y con el apoyo que le han brindado sus colegas de otras guerrillas (ELN y FARC) tal como lo han ratificado, Petro cree que puede intimidar a la nación y pisotear las instituciones para hacerla transitar por los caminos de la servidumbre.
Sabe de sobra que el miedo infundido como táctica puede darle réditos políticos. No de otra manera, las guerrillas jamás hubieran conquistado sus objetivos estratégicos; gracias a ello, han usurpado ilegítimamente vocablos como “la paz”, “los derechos humanos”, “la vida” y otros.
Pero, ni la servidumbre de sus aduladores, ni el terror que quiere infringirle al país son actitudes ni sentimientos generalizados. Todavía hay colombianos a quienes les sobra valor para seguir enfrentando ese particular estilo de gobierno y amor propio para no arrodillarse a lamerle las botas a cambio de su vil desprecio.
Hay una mayoría que resiste silenciosamente al lavado de cerebro que viene buscando convertir en verdades, las vulgares mentiras, que fabrican sus prestidigitadores, como la de su supuesto apoyo popular. El pueblo colombiano, en su mayoría, es todo lo opuesto a lo que Petro es.
Tal es el miedo que le viene infundiendo Petro a los colombianos, que el mismo Álvaro Leyva Durán, señalado por algunos como el canciller de las FARC, ha dicho que si algo le pasa a él, o a su familia, el único responsable es Petro.