
Descorrí la pesada cortina negra consciente de lo que iba a encontrar. Una colección de desnudos masculinos del artista colombiano Luis Caballero, de esa estirpe bogotana de periodistas, escritores, intelectuales y diplomáticos. No cerré los ojos. Al contrario, los abrí bien abiertos para apreciar cada obra en ese cuarto de luz tenue y paredes negras, preguntándome cuántos colectivos o religiones censurarían esta muestra que desde su título (bien puesto por el propio artista) ya es provocadora: “Mis dibujitos porno”, en alusión al homosexualismo, a la condición misma del autor, aunque algunas imágenes resulten ambiguas.
Yo, que de arte sólo sé que nada sé, creo que se puede contemplar una pintura por la mera necesidad de recrear el ojo obviando toda maraña teórica. Dejarle esa parte a los que saben. Además, a las galerías de arte no van únicamente quienes tienen dinero para comprarlo.

Sobre la pared, a la entrada, se reproduce un texto de Antonio Caballero, hermano del artista: “… a finales de los años sesenta, se declaraba pintor erótico, y los asuntos de sus cuadros eran abiertamente sexuales. Y violentos. De una violencia inseparable de la sexualidad: de la rabia y el deseo, del desorden animal de la sexualidad”. “…no era un fabricante de erotismo a gusto del consumidor, sino un erotómano natural y espontáneo, como Miguel Ángel o como Francis Bacon, sus maestros”.
Para quienes vivimos en Bogotá es un privilegio asistir a semejante exposición en la galería El Museo (hasta el 11 de marzo). La entrada es gratis. Los cuadros sí tienen un valor, por supuesto. Encantado me habría comprado alguno para alborotar algunos avisperos. Hoy pienso que una muestra de tales dimensiones debería recorrer esta Colombia tan ávida de goce estético, tan necesitada de admirar el cuerpo humano sin ponerse rojo como un tomate ni santiguarse, tan urgida de limpiarse la doble moral.
Quien habla en el siguiente audio es Daniel Gardeazábal, curador de la galería El Museo:
A la salida pueden adquirir el libro “Luis, hermano mío”, (sello Taurus), escrito por Beatriz Caballero, profusamente ilustrado con imágenes del álbum familiar y otras aportadas por una veintena de fotógrafos.
También aquí los desnudos saltan a la vista, en sus páginas se descubre la razón de ser de estos cuadros y la genialidad del pintor, la intimidad de sus días, sus amores y desamores; incluso, los amores y desamores de la propia Beatriz. No es un tratado para eruditos. Es un relato tremendamente sincero, emotivo y, si se quiere, divertido. Un libro valiente como la obra del hermano, que ha llegado sana y salva a nuestro tiempo. De esos libros que salen del alma, sin reservas, sin filtros, sin censuras.
Por ejemplo: “Él, un tiempo atrás, le había mandado a mamá una carta desde Paris confesándole que se había vuelto marica, y ella se había puesto a llorar enloquecida de la tristeza”.
O por ejemplo: “Se hacía mandar recortes de El Espacio de horrendos crímenes pasionales o ´bajas´ de la guerra, pornografía de la violencia que él volvía bella en sus pinturas…”

En la página 204 aparece el testamento que el artista escribió de puño en letra el 27 de diciembre de 1991 (murió en 1995). Dice Beatriz: "Las cosas no terminan cuando la persona muere. Entonces comienza la otra vida, la vida en la muerte, que es la huella que uno deja".
Libro y cuadros deben verse y leerse con la mente abierta de par en par y curada de prejuicios. Abran la cortina para entender a qué se refiere la escritora cuando dice: “Siempre he creído que Luis gozaba más poseyendo un cuerpo cuando lo dibujaba, como él decía, que al poseerlo físicamente”.