Cuando me mudé a Pensilvania, estaba feliz con el cambio de ciudad por aquello de la nieve en el invierno, mucho frío al caer la noche (incluso en el verano) y por ser una de las pocas latinas en mi ciudad (con sus pros y contras). Pero luego de casi una década fuera de Colombia, he sentido esa necesidad de volver a mis raíces, de conocer más de los países al sur de mi tierra natal, las culturas y las tradiciones de los otros países latinoamericanos. Eso incentivó mi viaje al Amazonas ecuatoriano.
En el Amazonas ecuatoriano todo es nativo, pero para los turistas las condiciones no son precarias. Yo me hospedé en un eco-hotel y fue mi primera experiencia en un lugar así: sin abanico o aire ni enchufes en el cuarto. En el corazón del Amazonas donde me hospedé, no hay carreteras y para llegar a nuestras actividades nos tocaba montarnos en una balsita motorizada, eso sí, dependiendo del ritmo del cauce y del número de acompañantes nativos (quienes conocen verdaderamente la zona).
Desde la orilla del río Arajuno se alcanzaba a ver la vegetación concurrida al otro lado de mi hotel y se escuchaban los pájaros gorjear y trinar desde la madrugada hasta el caer de la noche donde solo suenan las luciérnagas y el crepitar de las ramas al movimiento del viento que es constante durante la media noche.
Una mañana muy temprano nos subimos a nuestras balsas hasta el otro lado del río y nos localizamos en absoluto silencio frente a un acantilado de minerales donde los pájaros más exóticos aterrizan en la mañana a proveerse de inorgánicos para el día que les espera. Es todo un protocolo verlos llegar porque vienen en manada y hacen muchas paradas hasta sentirse a salvo de poder aterrizar. Se alimentan en un minuto y se van. Lo más interesante es ver a los pájaros trabajar en equipo, unos se localizan estratégicamente para avisarle a los otros que pueden descender. Y siempre hay uno en ayuno durante el día porque es el vigilante de la manada mientras come. Si ve depredadores, hace ruidos para que los que comen, huyan.
En las revistas sobre viajes al Amazonas ecuatoriano se ven mucho las fotos de turistas lanzándose sobre un flotador desde arriba del río hasta llegar al final acordado del recorrido. Y como estaba en mis planes, ni pensé más allá de la actividad ni pregunté si había animales. Lo cierto es que varios turistas se quedaron en las balsas y nos vieron bajar en el agua fría y café (por el lodo) en nuestros flotadores gigantes, donde las nalgas iban visiblemente sumergidas en el agua, pero el cuerpo dragoneando su relajación.
Al salir le pregunté a un bogotano que vive en California y a quien había conocido la noche antes por qué no hizo la actividad y me respondió que por las anacondas y los caimanes. No lo podía creer así que le pregunté a mi guía turístico, quien (con la seriedad del caso) me dijo que hace varias semanas no habían visto caimanes y que las anacondas duermen de día. Me reí; él no. ¡Qué susto! Lo hecho, hecho estaba.
Yo no soy muy deportista pero mi día favorito consistió en varias horas de senderismo, un deporte creado a mitad del siglo XVII y que consiste en caminar por una montaña más o menos de forma plana y sin mayor inclinación por muchas horas y hasta días. Ese día nos recorrimos la selva amazónica y descubrimos las propiedades de cada planta. Aprendí que cuando no hay repelente, dejar al comején caminar sobre la piel aleja a los mosquitos, eso sí, la sensación es nauseabunda.
Nuestro último día en Tena fue muy especial para mí porque fuimos a visitar la aldea de donde nuestro guía turístico viene. Él se casó con una mujer que no es aborigen per sé y tampoco de su localidad, pero el tipo visita regularmente a sus familiares. El caso es que nos llevó a ver de dónde viene el achiote, y probamos los chontacuros (gusanos) vivos y asados. Para mí fue significativa esta visita porque era lo que quería experimentar y ¡hasta cargué un oso perezoso!
Cayó un aguacero incontrolable por varias horas y nos resguardamos en nuestro eco-hotel; los 20 turistas que venían de diferentes estados de los Estados Unidos nos sentamos en una salita frente al río y nos contamos historias, bebimos varios tragos y nos conocimos. Aunque habíamos interactuado poco, ese atardecer nos conocimos mucho más. Todos veníamos de orígenes y de formaciones religiosas diferentes, pero nos llevamos súper bien, era como si todos éramos parte de un grupo donde la inclusión era la primera regla de aceptación de uno a otro. Aun hoy mantenemos contacto y es una de las cosas que valoro tanto de poder viajar.
Hoy desde Tena, Ecuador, mañana desde Papallacta, las termales famosas ecuatorianas. Como dicen los gringos: “can’t wait” o estoy que no me aguanto en español.
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