La poca comprensión que tenemos del lejano oriente se debe, en parte, a que nos quedamos con la única referencia de los cuatro puntos cardinales en un plano y con una pobre o ninguna percepción de nuestro esférico mundo. Nos acostumbramos a una visión plana de la tierra que prescinde de la inmensidad del Océano Pacífico (tal vez ahí esté el futuro de la humanidad y lo mantenemos borrado o relegado al vacío). Para comenzar a entender la esfera que hábito, a un viejo y aporreado globo terráqueo, sobreviviente del caos de mi taller, le atravesé un pedazo de varilla que une Bogotá y Pekín. Con este objeto que reposa sobre una base de vidrio en mi escritorio, intento cambiar ese pobre concepto plano de mi planeta por, aunque sea, el de una esfera que me aproxime un poco a la realidad.
Pekín queda en las antípodas. Si abriésemos un pozo de 12.742 kilómetros al final nos encontraríamos patas arriba en China. Ese es el camino más corto con el que se evita ese océano que nos separa. Estas cuestiones me surgieron luego de que en Nueva York, la capital del mundo capitalista, conocí a dos maravillosas personas de la China comunista, al maestro Li y a su esposa Sheena quienes me invitaron a exponer en su museo de Pekín. Le pregunté a Juan Puntes, director del espacio experimental de arte White Box quién me los presentó, cuál podría ser mi interés de exponer en China. Me respondió : “Si quieres conquistar el mercado chino, esta es tu oportunidad. Es el más grande del mundo y está en crecimiento.”
Conquistar el mercado, eso me sonaba a capitalismo puro, cuando mi idea de China era apenas un poco mas que el de fantásticas construcciones antiguas como la Gran Muralla y la de un trágico camino al comunismo emprendido por Mao. De algo me estaba perdiendo en plena era digital, cuando no saber sobre cualquier tema es casi imperdonable. Y más grave aún tratándose de la segunda potencia que en pocos años, si se cumplen los pronósticos, al superar a la casi invencible América pasará al primer lugar sin guerras ni conflictos, simplemente siguiendo los principios de la libre empresa aplicados en un gobierno comunista.
Cuándo vi por Youtube el primer video sobre la China de hoy, quedé asombrado. Mi amigo Babacar me había hablado de la ruta de la seda pero mi mente no tuvo el alcance para imaginar tamaña empresa de infraestructura para unir a China con el mundo. Sus ciudades, sus autopistas, sus trenes, sus centrales hidroeléctricas y, especialmente, su victoria sobre la pobreza me causaron un shock del que no me repongo todavía. ¿Por qué Colombia no estrecha sus vínculos con China me preguntaba. ¿Por qué tenemos tan poco conocimiento de ese extraordinario país? ¿Por qué no le vendemos café a los Chinos? Con sólo el comercio con ellos nivelaríamos la balanza comercial y no nos damos cuenta. De algo importante nos estamos perdiendo en nuestra provinciana arrogancia.
Las respuestas podrían ser resueltas pronto, pensaba al plantearme esas cuestiones, cuando Iván Duque llegue a la presidencia. Un joven estadista que comprenderá fácilmente está situación y no perderá la oportunidad. Tuve el gusto de recibir al maestro Li y a Sheena en mi taller y el actual presidente, en ese momento candidato, nos acompañó mostrando el mayor interés por el proyecto de mi exposición en China.
Ahora se vino la crisis política causada por la aparición en el panorama mundial el fantasma del coronavirus que ha engendrado una gran cantidad de teorías siniestras que se añaden a las ya conocidas y ahora reforzadas, teorías de conspiraciones. China se convirtió en un objetivo de ataques fácilmente satanizable por ser el lugar donde el virus se presentó en humanos. Lo que fue manejado con discreción por el gobierno chino es visto como una manera de ocultar, con fines estratégicos, la dimensión de la epidemia. La superación rápida y eficaz de la crisis en Oriente fue motivo de nuevas sospechas. Lo que se hizo allá, sin alharaca ni pánico, fue condenado como si hubiera sido un plan orquestado para debilitar a occidente en una guerra ficticia inventada por algunos mediocres gobernantes y por unos decadentes medios de comunicación, con poco sustento en la realidad de los hechos. Se vino una sinofobia, de por sí ya muy extendida en occidente antes de esta crisis, que se propagó con la velocidad del virus. Hecho imperdonable en pleno siglo XXI con muestras de radicalismos tan peligrosamente cercanos al racismo.
Entre tanta información que recibimos y con la manera particular como cada uno selecciona una pequeña fracción con la que construye su análisis, es un terreno propicio para la tergiversación y la manipulación de los datos. Se puede mostrar al gobierno chino como autoritario cuando occidente ha aplicado normas que ni siquiera en tiempos de guerra se les permitieron a los gobernantes de países democratices aplicar. Condenar tecnologías de avanzada porque provienen de China, como si estuviésemos en la Edad Media cuando se condenaba a la hoguera a quienes proponían nuevas visiones, dejan a la humanidad muy mal parada en un momento histórico de la mayor trascendencia.
Colombia tiene que orientarse, poner su mirada en ese Lejano Oriente, aprender de su cultura milenaria, entender que la pobreza se puede erradicar de nuestro territorio con la misma eficacia demostrada en Oriente, por ejemplo.
Anoche vi la película china Yo no soy Madame Bovary. En ella se muestran las peripecias de una joven de provincia que quiere anular su falso divorcio y casarse de nuevo para tramitar un divorcio real. Su enfrentamiento a la burocracia local hasta llegar a la misma Pekín muestra una China que no es como nos la pintan. Allá no cabrían zánganos como un Petro, un Roy Barreras, una Claudia López. Tampoco un Timochenko, una Piedad Córdoba o un Iván Cepeda. Menos aún unas cortes como las nuestras. A pesar de ser una critica a la ineficacia de los burócratas chinos es poca cosa frente al circo del absurdo en lo que se ha convertido nuestra triste democracia aduladora y servil ante los parásitos que nos tienen invadidos.