En su infinita vocación de improvisador, el presidente Petro tiene una gran habilidad para hacer anuncios que generan preocupación en distintos sectores de la sociedad. Fue una de sus características fundamentales en la alcaldía de Bogotá y desde la casa de Nariño parece dispuesto y activo para superar todas sus marcas: reformas sobre todo tipo de temas y múltiples decisiones acerca de las cuales es notoria la ausencia de un plan ordenado o articulado y sobre todo un plan que sea acorde con la realidad y con las condiciones en que se encuentra el país.
En la Mojana , región que sufre de permanentes inundaciones y a la cual se le viene invirtiendo mucho dinero del presupuesto, anunció el traslado de los pobladores a terrenos de propietarios legítimos a quienes advirtió que será por las buenas o a través de mecanismos impositivos tan gravosos que no tendrán otra alternativa que ceder. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con cuales recursos?
En el Catatumbo, hoy convertido de la mano de Venezuela, el ELN, las Farc y todas las mafias en república de la Coca, el presidente, aclamado por los cocaleros en el Tarra , los convocó a una asamblea para que estudien la posibilidad de una sustitución de cultivos por algo que sea más rentable que la coca. ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con cuales recursos?
En Hidroituango, mega obra a cuya realización se ha opuesto la guerrilla, a las buenas y a las malas, en todas las etapas del proyecto, para no afectar sus corredores estratégicos, pasó algo similar. En campaña ofreció acabarla con cargo a la defensa del medio ambiente. Una parlamentaria de sus afectos -experta destruir prestigios- viene intentando hace años lo mismo, dentro y fuera del país, pero invocando no que sea escenario de actividades ilegales de las Farc sino camposanto de víctimas de los paramilitares. Petro convocó a las organizaciones populares a organizarse -juntas de acción comunal, organizaciones campesinas, indígenas o cualquier otra como se llamen, pero el llamado es a organizarse. ¿Para qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con qué propósito? ¿A qué costo?
Así podríamos citar más y más casos entre ellos la paz total, con las guerrillas, grupos y bandas criminales de todas las especies, liberación de los detenidos de la primera línea, o el restablecimiento de las relaciones con la dictadura venezolana, antes de analizar y resolver importantes reclamaciones y asuntos pendientes, entre otros una abultada cartera de empresarios colombianos víctimas de arbitrariedades y de trampas del gobierno y de particulares de la hermana república.
A propósito: ¿él y su atípica ministra de minas piensan en serio que el debilitamiento de Ecopetrol y su política de marchitamiento de la extracción de hidrocarburos es lo que le conviene al país y que un eventual negocio del gas con Venezuela no compromete nuestra soberanía energética?
Pero donde más preocupa la improvisación es en el bolsillo de los colombianos. El principal problema de nuestro país es la baja productividad de la economía. Por la guerra de Ucrania y los coletazos de la pandemia el mundo está ad portas de un período de recesión que ocasionará grandes sufrimientos a la gente. ¿Es el momento para que el gobierno les muestre los dientes a los empresarios y se empeñe en una reforma tributaria que, a todas luces, atenta contra el aparato productivo del país, ahuyenta la inversión y castiga a la clase media? ¿No sería más sensato impulsar una concertación con ellos para definir mecanismos y recursos que les permitan fortalecer sus actividades y crear más riqueza y más empleo? ¿No sería más inteligente buscar los billones que reclaman a través de reducir burocracia y atacar la corrupción?
Muchos temíamos que Petro nos iba a llevar a ser una nueva Venezuela. Ahora parece que lo que quiere es convertirnos en otra Argentina, repartiendo dádivas y subsidios a diestra y siniestra en vez de propiciar el impulso responsable de la actividad económica y la apertura de muchos frentes de trabajo.
Mientras el presidente se organiza con sus amigos, los ciudadanos emprendedores, trabajadores y creadores de riqueza se sienten amenazados y desconcertados. Este primer mes y los que siguen son los de las expectativas y la espera. Sin un plan estructurado y sólido, las decisiones improvisadas y los cambios disparatados pueden sumir al país en poco tiempo, en la anarquía y la miseria.
Las elecciones regionales están a la vuelta de la esquina. Desde ya todos los sectores que queremos y defendemos la libertad, la propiedad privada y los que creemos que la ruta es aportar no para subsidiar sino para llevar pan y trabajo a tantos hogares colombianos que hoy padecen hambre y no tienen una vida digna, no tenemos que unir y organizar para combatir la corrupción en todos los niveles y para que el presidente Petro entienda que debe gobernar para todos. Que “vivir sabroso” no puede ser garrote para unos y zanahoria para otros. No es con la política del miedo y de la improvisación como tendremos el país que anhelamos. Después de tantas décadas de violencia y con tantas dificultades presentes y a la vista, hay que decirle rotundamente no al populismo y a la frivolidad y estar listos para defender democráticamente nuestra constitución y los derechos que nos otorga.