¿Por qué buscamos un Mesías?

Una de las características principales de los estados fallidos no es que estén gobernados por un tirano o un dictador, sino que no son capaces de atender adecuadamente las necesidades básicas de su población.

Algo común a diferentes países que mantienen altos niveles de desigualdad social es la incompetencia o insuficiencia de sus burocracias para prestarle servicio oportuno y necesario a su población y, en particular, brindar una educación adecuada para que todos puedan aprender lo necesario para progresar. Algunos países como la India han tenido incluso un alto nivel de crecimiento económico, pero al mismo tiempo sufren un inaceptable nivel de desigualdad social y una ineficiente y corrupta burocracia.

En los países más pobres, como es el caso de Haití y ahora lamentablemente de Venezuela, no sólo la calidad de la educación pública es inadecuada, sino a eso se agrega el pésimo estado de sus servicios públicos, de sus hospitales, del acceso a una alimentación balanceada y suficiente y una diferencia creciente en el nivel de vida entre los gobernantes y su nomenclatura y el resto de la población que es cada vez mayor y en muchos casos escandaloso.

No basta en esos países un cambio de gobierno en cabeza de un nuevo hombre fuerte. Se necesita una completa reinstitucionalización que se base en un verdadero estado de derecho, pero sobre todo, en una profesionalización de la burocracia, que no esté al servicio del gobernante, sino de los pobladores.

En nuestro país dominado históricamente por el personalismo, ha sido recurrente, desde la deificación de Bolívar, el culto a los hombres fuertes. Por ello nunca entendimos la importancia de un José María Vargas pero si exaltamos antivalores como Zamora. Lo más grave es que después de 40 años de una democracia despersonalizada, se invocó el retorno a una figura mesiánica que resolviese los presuntos entuertos de la mal llamada cuarta república y ya vemos a qué nos ha conducido.

Para reconstruir Venezuela no necesitamos personajes mesiánicos sino un equipo de personas de buena voluntad que, como masones, ponga los ladrillos de la nueva institucionalidad, que vele y asegure la convivencia de todos y que no dependa nunca más de lo que pueda pensar y/o decidir quien esté sentado en la silla de Miraflores.

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