¿Por qué Trump?

En el pasado, los colombianos no demostraban un interés por las elecciones en los Estados Unidos como el que ha despertado la actual campaña. Esto, en parte. Se debe al fenómeno de mundialización, o globalización, que ha generado una manera particular de pensar y actuar en el siglo XXI muy evidente con la aparición del coronavirus. Nos vemos, con frecuencia, muy involucrados en lo que ocurre por fuera de nuestras fronteras, ya sea en la elección del presidente de la nación más poderosa de la tierra, en los incendios en la Amazonia, en el no confinamiento en Suecia o en el caso de un político ruso envenenado. Como pasamos de la mula al avión, cambiamos la radio por el Smartphone llevándonos a comprender que habitamos un planeta así nos toque permanecer confinados en unos pocos metros cuadrados del mismo.

En estas circunstancias, nos corresponde estar atentos para que podamos integrar ciertos sucesos con los de nuestro propio devenir histórico sin dejar perder las oportunidades que se presenten. Si vemos lo ocurrido recientemente en la región es fácil notar como la presidencia de Trump ha sido un factor fundamental en los cambios positivos que se han venido presentando en la política y, por consecuencia, en la seguridad, contrastando con la de Obama que significó el deterioro de esos mismos factores cuando la injerencia de Castro se hizo tan fuerte como para consolidar el régimen criminal de Venezuela y revivir a las FARC y, de ahí en adelante, verlas transformadas en un tenebroso cartel narcoterrorista poniendo en jaque la institucionalidad y la soberanía de Colombia y de los otros países de este lado del continente.

No puede ser sino motivo de la mayor preocupación que justamente el segundón de Obama sea el candidato que disputa con Trump las elecciones que culminarán en apenas una semana. Hablar de su ineptitud y sus antecedentes de corrupción, es poca cosa ante la desconfianza que genera el entusiasmo de los castrochavistas que apoyan su candidatura.

Bastante nos ha costado la funesta coincidencia de fechas entre el gobierno de Santos y el de Obama. Fueron, justamente, los seis años en los que se fraguaron los acuerdos de La Habana que nos llenan de vergüenza. ¡Cómo fue posible que se negociara el futuro de una nación libre en una isla controlada por los más encarnizados enemigos de nuestras democracias! Algo incomprensible y que, bajo la luz de lo que está en juego ahora, podríamos creer imposible.

Si al traidor Santos le hubiese correspondido un gobierno como el de Trump y no uno, amigo de la dictadura cubana, como el de Obama, ese maldito negocio no se habría consumado. Indiscutiblemente, y con ese nefasto precedente, las elecciones del 3 de noviembre despiertan todo nuestro interés. Por esas jugadas del destino, no sería de extrañar que el dúo Obama-Santos se repitiera en cuerpos ajenos. ¡Qué tal un Biden- Petro! Ni por los diablos.

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