Relacionamiento social y tecnología, un reto para la humanidad en el siglo XXI

Existen diferentes versiones acerca de la fecha exacta del primer caso de Coronavirus en el mundo. Si nos remitimos a la Organización Mundial de la Salud y los datos oficiales del gobierno chino, sería el 8 de diciembre de 2019.

Así las cosas, han transcurrido un poco más de ocho meses durante los cuales los servicios sanitarios, la economía mundial y el diario vivir han colapsado mientras el virus continúa su proceso de expansión. Sin embargo, la tecnología creció y sigue creciendo a un ritmo más que acelerado, y es vista por muchos como la solución para afrontar las diferentes problemáticas que genera la pandemia y sus consecuencias a largo plazo.

Soy un defensor de los avances tecnológicos y de los grandes beneficios que estos suponen para la humanidad. También creo que la tecnología no es un fin en sí misma y que, si bien ha sido fundamental para afrontar la crisis que hoy atraviesa el mundo, ha demostrado representar una dicotomía que debemos comenzar a manejar con una visión holística.

Las escuelas, el comercio en general y hasta los escenarios culturales han tenido que desplazar sus actividades hacia la virtualidad. Esto ha sido positivo y nos permite continuar con la educación, la economía y el trabajo. No obstante, su apropiación creciente tiene una sombra que podemos estar ignorando y se oculta tras el gran apoyo que brinda a las actividades productivas y la ayuda que representa para encontrar soluciones en la salud y la comunicación.

El cambio del mundo tras el Covid 19 es indiscutible: nuestras actividades sufrieron una transformación que marcará una nueva sociedad a distancia en la que la existencia y desempeño digital de las personas se asimilará a un nuevo documento de identidad, sin el cual no existirán. 

Ahora bien, cabe preguntarnos si un ser humano que, como se está normalizando en muchas actividades, continuará aislado por la tecnología una vez pase la pandemia, tendrá la capacidad de acercarse, relacionarse y continuar con su naturaleza social.

Estamos tan concentrados en solucionar un grave problema como el Coronavirus que olvidamos planificar y promover la interacción futura. No es un secreto que las nuevas generaciones vienen aislándose desde años recientes por el uso de las redes sociales e Internet y que este fenómeno está llegando hoy rápidamente a los adultos, gracias a la situación que vivimos.

Nos enfrentamos a diferentes discusiones y estudios que pretenden encontrar la mejor manera de modificar con herramientas tecnológicas las estrategias pedagógicas en la niñez y asegurar su actividad cognitiva para procesar y analizar información. No obstante, en ningún caso se podrá reemplazar desde la distancia la trilogía escuela-familia-comunidad, y si bien el aprendizaje se produce durante todo el ciclo de vida, es durante la infancia y la adolescencia que se sientan las bases del desarrollo posterior del individuo.

Aprender no es únicamente adquirir información académica, es también desarrollar y afianzar las habilidades sociales que solamente brinda el relacionamiento grupal. Sin sostener relaciones interpersonales no hubiéramos desarrollado el lenguaje, avanzado en el conocimiento o desarrollado las diferentes formas de adaptación que nos han permitido sobrevivir.

Las personas se desarrollan y se realizan en comunidad. Es en las relaciones interpersonales que el individuo satisface sus necesidades, logra sus objetivos y desarrolla sus potencialidades.

Debemos avanzar en una discusión, hasta el momento muy tímida y casi exclusiva de pequeños grupos de investigación, que nos permita comprender los efectos que en el relacionamiento social estamos produciendo con la tecnología, especialmente en el futuro desarrollo de vínculos y nexos por parte de los que hoy conforman nuestra niñez y juventud.

Comencemos por acompañar a nuestros hijos e hijas con diálogos positivos para ayudar a activar lo que el padre de la inteligencia emocional, Daniel Goleman, definió como “cerebro social”.  La situación nos obliga a aislarnos, pero debemos recordar que no podemos planificar un futuro sin relacionamiento social.

El reto es grande, las consecuencias futuras de transformarnos en una comunidad de seres aislados son impensables. Desde los gobiernos, las empresas y la familia tenemos que educar, especialmente a las nuevas generaciones, acerca de la importancia del relacionamiento social y encontrar soluciones novedosas y efectivas que permitan respetar las nuevas condiciones de salud y promoverlo sin recurrir únicamente a la tecnología.

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