Sacar o no el paraguas, esa es la cuestión

El cielo de la antigua Santafé de Bogotá tiene un color gris ratón. Desde marzo llueve de manera intermitente. Llueve duro, llovizna, gotas de lluvia -Una miadera, decía mi abuelita, que en paz descanse.

Llueve, hace frío y, cuando a San Pedro se le da la gana, sale el sol. Mezcla letal para la peste de mocos y tos, mejor llamada IRA: infecciones respiratorias agudas. 

¿Y el frío? Bien, gracias. 

-Cómprese una perra, me escribió un amigo por WhatsApp. Le respondí que no quiero mascotas en mi vida solitaria pero me corrigió ipso facto 

Se refería a las bolsas de caucho para agua caliente, un invento chirriadísimo para meter en la cama, herencia de los auténticos cachacos, aunque yo sinceramente prefiero la ruana café de lana de oveja, que me tocó por herencia cuando el abuelo se fue al lugar donde ya no debe sentir ni frío ni calor. 

Según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), las lluvias se ponen intensas –como pareja tóxica- debido a que el país se encuentra en una zona de confluencia intertropical. La buena noticia: las lluvias se irán este junio y, la mala, volverán a finales de septiembre, de acuerdo con los expertos.

-“Saquen el paraguas mañana”, decía hace 30 años Max Henríquez, el Hombre de los Meteoros, que comentaba el estado del tiempo para el Noticiero Nacional, de lunes a viernes a las 9:30 de la noche. ¡Qué bellos y jóvenes éramos entonces, ni nos importaba mojarnos!

Pero la gente sacaba el paraguas y no llovía y si llovía olvidaba sacarlo. La culpa es de San Pedro que parece colombiano: un mamagallista incurable. A todas estas, ¿qué será de la vida de Max?

En los años 50, Gabriel García Márquez escribió lo siguiente en El Espectador: “Si se levantara un cuidadoso cuadro estadístico de los hombres que usan paraguas, se establecería que cuando llegan las lluvias desaparecen los paraguas. Es natural: el paraguas es una prenda demasiado fina, demasiado delicada y hermosa para permitir que lo destruya el agua”. *

De todas maneras, saquen el paraguas que si no sirve contra esta lluvia espanta-flojos, a lo mejor sirva para ahuyentar ladrones, aunque es posible que con ese mismo le den a uno su garrotazo; en la Bogotá de Claudia Nayibe nunca se sabe.

En días de lluvia me da pesar con Yasmina, la muchacha cartagenera que hace el aseo en el edificio, porque le toca limpiar para que todo quede como antes.  

Ya no se escucha a ninguna señora decir “recojan la ropa que va a llover”, porque hasta los patios desaparecieron en nombre de la tal modernidad. 

Cuando llueve la ciudad se pone imposible y hasta el genio se le daña a uno. Me lleno de la otra ira porque no puedo salir a trotar ni subir a Monserrate.

¡No sean malagradecidos! Gracias a Dios llueve porque el agua es bendita para las plantas como lo es el jabón para la ropa. 

¿Y el paraguas? Bien, gracias.

“Se hizo para llevarlo colgado del brazo, como un enorme murciélago decorativo, y para facilitarle a uno la oportunidad de hacerse el inglés…”, lo dijo Gabo. 

    Periodista, bloguero y podcaster 

*Gabriel García Márquez, Entre Cachachos, Obra periodística 2, 1954-1955.

 

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