“Imagínense la siguiente escena:
Estoy en mi casa. Tengo las llaves del carro en la mano. Se va la luz. Estoy totalmente a oscuras. Voy dando traspiés por la sala y se me caen las llaves del carro. Miro alrededor y me doy cuenta que nunca las encontraré en la oscuridad. Al echar una mirada hacia afuera veo que las farolas están encendidas, así que en la mente se me enciende una bombilla:
-Ah… no voy a quedarme aquí buscando mis llaves a tientas habiendo luz afuera. Saldré, me pondré bajo las farolas y buscaré mis llaves.
Estoy ahí, busque que busque las llaves, cuando llega el vecino y pregunta:
-¿Qué pasa?
-Pues que estoy buscando mis llaves.
-Te ayudaré a buscar.
Y entonces los dos nos ponemos a buscar mis llaves. Al final me pregunta:
-Perdona ¿Dónde se te han caído las llaves?
-Pues se me han caído en casa.
-¿Me estás diciendo que se te han caído las llaves en casa y las estás buscando en la calle? Eso no tiene sentido.
-No tiene sentido buscar en la oscuridad habiendo luz acá afuera.”
Esta simpática historia ha estado dando vueltas en mi cabeza en estos tiempos de coronavirus, con ella Wayne Dyer hizo reír a su auditorio en el Teatro Majestic de Boston en medio de su charla sobre el poder de la intención, basada en su primer best seller, escrito muchos años atrás durante las semanas que siguieron al ataque a Pearl Harbor que significó algo tan inquietante como lo que vivimos hoy.
Hace poco escribí a mis amigos que antes de pensar en curarnos del coronavirus tenemos que curarnos del locuravirus. Buscar las llaves donde hay luz y no donde cayeron, es la lógica perversa con la que el mundo está enfrentando el problema, comenzando por hacer ver a cada uno como potencial asesino ante el otro y procediendo a darnos la casa por cárcel porque, para quienes tienen el control, somos unos irresponsables que, en libertad y como los criminales que se asume que somos, procederíamos a contagiarnos y a propagar el virus.
Siguiendo por la manera terca y torpe de querer culpar y satanizar a China, como si eso ayudara en algo cuando es justo allá y con los chinos, donde se debería centrar la investigación que lleve a parar la pandemia. A esto se suma cierto afán de aniquilar a Donald Trump, mostrándolo cómo un incapacitado mental, con el fin de destituirlo de su cargo cuando fracasaron con el tal “impeachment”. También, en el listado de las locuras, incluiría la ridiculez de ensalzar a gobernantes democráticos por sus “heroicas acciones” que se reducen a ejercer poderes dictatoriales. Añadiría como muestra de falta de juicio el que se haya establecido protocolos de tratamiento a partir de premisas erradas sin hacer las autopsias requeridas, causando la muerte de miles de ancianos. Se suma la manera poco ética como se han venido mostrando como meras cifras el drama que significa cada enfermo y cada fallecido. Para terminar un largo etcétera en el que sobresalen las funestas consecuencias económicas y sociales que traerán estas actitudes que no indican cordura sino locura.
Tratar este problema de esta manera seria causa de una mayor sorpresa que la del vecino del de las llaves, para un astronauta, de esos que están desde hace semanas en una u otra estación espacial, que llegará y quisiera colaborar.
Ante tanta sabiduría médica y política nos hemos extraviado. Somos miles de millones en el mundo que de la manera más humillante nos vemos confinados sin permitirnos asumir un reto que es de todos y no de esas especies de iluminados que un día dicen una cosa y el otro otra, sin llegar a encontrar la llave en el lugar donde buscan porque se les perdió en otro.
¿No sería lo indicado llevar luz donde está el problema sumido en la oscuridad y proceder a encontrar lo que se nos perdió en este 2020?