Este pasado fin de semana, con lunes incluido, tuve dos encuentros que me dieron la oportunidad de reflexionar alrededor de la posición en la que tengo que ubicarme para tener una nueva mirada que permita visualizar un mejor futuro. En el primero, ocurrido el domingo, me vi envuelto en una confrontación inútil entre quienes mantenían opiniones favorables al gobierno y los que lo criticábamos. Ese encontrón parecía sacado de la Torre de Babel, definitivamente los de un bando no hablaban el mismo idioma que los del otro. Nos era imposible entender sus argumentos como para ellos los nuestros, tanto así que me llevó a preguntarme si vale la pena enfrascarse en discusiones que no llevan a ninguna parte cuando después de tres años desastrosos para el país quien esté a favor o en contra no va a ceder en su posición.
En el segundo, ocurrido el lunes, comenté sobre la discusión del día anterior. La reacción de mi interlocutor fue muy clara: hay que ser propositivos para poder sacar este país adelante. Sus argumentos fueron muy claros y estuve de acuerdo con ellos. La estrategia de polarización del actual gobierno tiene que ser agrietada evitando la confrontación. Para ello es necesario que tengamos la vista puesta en objetivos que nos animen a seguir luchando en busca de metas que puedan hacer de nuestra Colombia un país de oportunidades, entendiendo la complejidad del asunto y no quedándonos en visiones simplistas. Tenemos los recursos humanos y de toda índole para que se abra un horizonte que hemos visto oscurecerse en los últimos años. Es necesario recapitular sobre los errores del pasado, pero no enlodarnos en ellos.
En una línea de tiempo en la que nos encontramos en un presente que puede hacerse opresivo por estar encadenado a un pasado plagado de equivocaciones, es necesario ver la línea imaginaria de un futuro con aspiraciones que traigan retos que nos animen a hacer realidad las ilusiones que nos han querido arrebatar bajo consideraciones políticas de un egoísmo perverso.
Como individuos y como sociedad, en las actuales circunstancias, es fácil caer en el desánimo. Afirmar que nunca habíamos caído tan bajo, parece irrebatible y ante eso tenemos el deber de ir escalando para salir del pozo al que nos han metido y no paran de llenar con sus excrecencias. Que se descubran a diario hechos de corrupción que sobrepasan de lejos a los del pasado; que el comportamiento de quienes gobiernan no podría ser más despreciable; que tenemos un presidente que se burla a diario de su gente y nos llena de deshonra ante el mundo y tantos horrores más configuran el barrial en el que nos quieren ahogar. No podemos aceptarlo pasivamente, tenemos el deber de levantar la cabeza.
A un año de las elecciones se empieza a ver la luz al final del túnel sin importar que todavía no tengamos certeza sobre quien pueda ser el líder al que vamos apoyar. En esa disputa entre los que pobremente encabezan las encuestas se les podrá aparecer un tercero y ganarles sobradamente como, en una muy acertada comparación hecha por mi hermano Ricardo, ocurrió en el Giro de Italia en donde en la penúltima etapa se definió el resultado cuando los dos que encabezaban la general, el ecuatoriano Richard Carapaz y el mexicano Isaac del Toro, en la exigente subida al Colle delle Finestre, se empeñaron en una disputa entre los dos, como si fuesen los únicos en la competencia, lo que aprovechó el inglés, Simon Yates, para despegar y tomarles amplia ventaja lo que lo significó ganar el Giro.