Westworld: El viaje hacia el Valle Más Allá

El parque Westworld es el territorio más peligroso del planeta. Después de los eventos de la primera temporada, los “anfitriones”, los androides que durante más de 30 años fueron utilizados como objetos de violencia, abuso sexual y entretenimiento, ahora tienen la oportunidad de decidir quiénes quieren ser. Mientras, Delos, la organización privada dueña de este y otros parques, invade estas tierras no para rescatar a los usuarios en peligro sino para recuperar una importante pieza de información digital: un reflejo del deseo de inmortalidad de los seres humanos capaz de determinar el destino de los anfitriones. 

La segunda temporada de Westworld es un ambicioso mamut de entretenimiento. La violencia ha aumentado exponencialmente desde la primera temporada, al igual que la intricada narrativa. Con Bernard, un anfitrión con la memoria dispersa entre el pasado, el presente y el futuro, la historia jamás es lineal, lo cual resulta en una conversación constante con la audiencia ya que ésta tiene que atar los cientos de cabos sueltos que deja la incierta subjetividad de Bernard. Aunque este método de contar la historia es estimulante durante el transcurso de la temporada, después de un tiempo hace de la narrativa muy repetitiva. Esto es notable durante los dos últimos episodios porque éstos cierran todo lo propuesto anteriormente con un apuro bastante incómodo. 

En este combo de diez episodios, los creadores de la serie, Lisa Joy y Jonathan Nolan, utilizan sus personajes para explorar interesantes temas. Si la primera temporada era sobre el despertar de la conciencia de los anfitriones, su continuación enfrenta a estos androides a dilemas críticos ahora que pueden decidir. De este modo, los escritores construyen a sus personajes de manera que cada uno contribuya a la diversidad temática de esta historia, con opiniones aceptables y discrepantes, además de realizaciones que pueden ser opuestas a lo que cree la propia audiencia. Los temas de la serie también comparan las ambiciones de ambos bandos: los anfitriones buscan libertad con el fin de vivir, mientras que los humanos se guían por una programación más sencilla, su supervivencia y la realización de sus más ambiciosas aspiraciones. 

Puedes revisar mi reseña de la primera temporada aquí: https://www.kienyke.com/kien-opina/westworld-estos-placeres-violentos-conllevan-finales-violentos 

Dolores, la anfitriona protagonista, quiere pasar al mundo de los humanos con un fin radical: destruir su mundo. Dolores, posicionada en la delgada línea de convertirse en un ser tan cruel como los humanos que la esclavizaron, cree firmemente en su misión. Sin respetar las condiciones o la independencia de los demás anfitriones, la ex-doncella en apuros se convierte en una tirana que modifica la programación de los demás huéspedes para que le sigan en su tarea. Aun cuando la interpretación de Evan Rachel Wood es deliciosamente cruel, la presencia de su personaje parece muy artificial debido a un diálogo de villana desproporcionado y melodramático. 

Maeve, interpretada con bravura, dedicación y conmovedora resolución por Thandie Newton, otra anfitrión con increíbles capacidades para convencer a los demás robots, inicia una travesía para encontrar a su hija. En contraste con Dolores, la personalidad y la determinación de Maeve inspiran a tanto anfitriones como humanos a seguirle por decisión propia y no mediante la manipulación que ella pueda ejercer sobre ellos. Pese a que su arco narrativo parece ralentizarse durante la segunda 

mitad de la temporada, Maeve es un personaje que captura toda nuestra atención al ser un foco de esperanza sin perder su picardía o su valor. 

Bernard, atrapado entre el pasado y el futuro, se debate entre su propia conciencia y la manipulación de una voz que guía sus pasos. Jeffrey Wright es excelente como el eternamente confundido Bernard, pero su trama resulta superflua ya que su arco narrativo parece una repetición innecesaria de mejores historias de la primera temporada. 

Finalmente, el Hombre de Negro, un humano obsesionado con Westworld y eufórico porque la libertad de los anfitriones hace del parque un peligroso juego, quiere terminar para siempre con el parque, sin estar seguro de que sus acciones provengan de decisiones conscientes y no de maquinaciones predispuestas por el difunto creador del parque. 

El camino de estos personajes los lleva al Valle Más Allá, un punto donde pueden encontrar una puerta hacia el mundo de los humanos, o la clave para encontrar los más impactantes secretos de una humanidad en decadencia. En este viaje, “Westworld” nos revela las consecuencias de un mundo donde el libertinaje que ofrece el parque no parece una decisión, sino un efecto del control social que pueden ejercer aquellos que controlan los medios de producción. Los anfitriones no son el objetivo de Delos; son los huéspedes. Durante su estadía en el parque, cada decisión que han tomado y cada muestra de su personalidad han sido respaldadas de forma digital como información lista para ser usada en el mundo real para el beneficio de grandes industrias. 

Aunque la historia resulta complicarse consigo misma, se logran producir tres episodios independientes que brillan con luz propia y que exploran con claridad todo lo que la serie se propuso estudiar: “Riddle of the Sphinx” explora la fragilidad de la mente humana ante la senilidad y la posibilidad de la inmortalidad; “Akane no Mai” introduce el parque “Shogun World” cuya trama es similar a Westworld pero que, a pesar de los bucles de sus anfitriones, sus motivaciones los hacen complicados y con una capacidad de amar tan arraigada como la de cualquier ser humano; Finalmente, en “Kiksuya”, la trama decide centrarse en un personaje terciario. Lo que pudo ser un episodio relleno termina siendo una hora desgarradora en la que una criatura, considerada por la serie como una imparable máquina de violencia, demuestra que las apariencias engañan y que, poco a poco un signo puede tanto llevar a los individuos por un camino de amor y empatía como llevarlos al borde de su cordura. 

Con emocionantes piezas de acción, conversaciones inmersivas, una cinematografía que causa vértigo, Ramin Djawadi detrás de la música, edición ambiciosa y una amplia gama de personajes de carne y hueso, la segunda temporada de Westworld es una bellísima pero redundante locura, que es capaz de conmover y dejarlo a uno rascándose la cabeza por la confusión. No obstante, a pesar de la complicada narrativa, la serie tiene un atractivo innegable que seguramente terminará conmigo repitiendo toda la temporada cuatro veces para sentirme satisfecho con todos los giros y pistas escondidos a plena vista. 

Carlos Yaya
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