La semana pasada varias ciudades del país; Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla fueron escenario de movilizaciones contra la brutalidad policial. El origen de las protestas fue el repudio colectivo a la agresión que sufrió el abogado Javier Ordóñez en manos de agentes de la Policía Nacional. Este es un lamentable hecho que se suma a una lista de abusos de fuerza y autoridad por parte de esta institución. Desafortunadamente, Ordóñez falleció, así como otras 13 personas, mis condolencias para sus familias. Estos hechos evidencian la falta de diálogo y la necesidad urgente de reconciliarnos como sociedad.
La violencia que se vivió durante dos días en Bogotá llevó nuevamente al foco de la opinión pública temas como el abuso de la fuerza pública y el vandalismo. Algunos sectores justificaban la violencia por parte de la Policía y repudiaban los destrozos de los manifestantes, mientras que otros, defendían los desmanes en las protestas y criticaban el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía. Lo peligroso de este debate es que se “normalice” algún tipo de violencia dependiendo de quién realice el acto, y que a quienes hacemos un llamado al diálogo y la reconciliación se nos tilde de tibios o indiferentes.
En un país que ha vivido en medio de la violencia no podemos permitir normalizar más estos hechos. Al hacerlo, convertimos el uso de la violencia en un medio justificado para resolver conflictos. Además, nos volvemos una sociedad cada vez más apática a las violaciones de los derechos humanos y corremos el riesgo de deshumanizar a los que piensan diferente, perdiendo así nuestra capacidad de empatía con las demás personas. La violencia es un camino al que no debemos volver para resolver nuestras diferencias.
Por supuesto, además de no normalizar la violencia, tampoco podemos equiparar el abuso de fuerza de la Policía con los desmanes de unos vándalos. El monopolio de la fuerza que tiene el Estado debe ser utilizado para proteger a sus ciudadanos de amenazas, no para pasar por encima de ellos. El Estado tiene la responsabilidad de ser garante de los derechos humanos y castigar a quienes los violan, especialmente a aquellos que lo hacen utilizando los medios del Estado. El problema de la Policía Nacional no es de unas cuantas manzanas podridas, sino un problema estructural y de cómo está concebida la institución.
Deberíamos haber aprendido después de tantos años de guerra cruel a “desnormalizar” la violencia y normalizar el conflicto. Por supuesto que siempre habrá personas que no piensen cómo nosotros o con las que tengamos confrontaciones, pero son la verdad y el diálogo los medios para resolverlos. Nunca deberían ser las armas, el abuso del poder o el uso de la fuerza por parte de la ciudadanía.
Por eso, reconozco como un acto positivo que el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, haya aceptado, -aunque un poco tarde-, el abuso de la Policía y que haya pedido perdón por los actos de esta institución, ese debe ser el actuar de los funcionarios públicos, no el de negar o buscar aislar los casos que no son pocos. El país necesita tener una profunda discusión sobre el abuso policial y el primer paso para hacerlo es decir la verdad y reconocer que estos delitos se cometieron y se han venido cometiendo. Igualmente, apoyo el acto de reconciliación y perdón organizado por la Alcaldía de Bogotá, que en su intención estaba bien concebido, al tiempo que rechazo la polémica de la silla vacía, este tipo de hechos, poco le aportan a un momento de reconciliación y juega con las víctimas al politizarlas y utilizarlas con fines políticos diferentes al acto que se convocaba.
Esclarecer la verdad y pedir perdón a las víctimas es fundamental en un proceso de reconciliación. Un ejemplo de esto es la reciente carta del partido político FARC en la que reconocieron -por primera vez- que cometieron secuestros y no retenciones de personas, muy distinto a lo que hicieron la semana pasada ante la JEP donde no reconocieron el reclutamiento y el abuso de menores, pese a que ayer empezaron a aceptarlo en medios de comunicación – aún no lo han hecho ante la JEP-. Negar estos hechos, minan la confianza de quienes creemos en la paz y consideramos que para lograrla debemos conocer la verdad sin matices ni engaños.
Decir la verdad, aunque nos cueste, y reconocer al que piensa diferente a nosotros como un interlocutor válido, son elementos necesarios para el diálogo. Por eso, en el Día de la Democracia, que fue ayer 15 de septiembre, quiero celebrar gestos como el que realizó “AlCentro” un tanque de pensamiento propositivo y moderno al cuál pertenezco. En una iniciativa colectiva, se decidió impulsar el hashtag #LeReconozcoA invitando a los ciudadanos a exaltar las buenas decisiones o acciones de aquellos que tienen posturas u opiniones diferentes a las nuestras. Este tipo de ejercicios fortalecen la democracia y resaltan la diversidad de pensamientos a pesar de no ser los propios. Este acto, no debería quedarse en un solo día, los invito a ver lo bueno del otro (no solo lo malo) a pesar de nuestras diferencias. Podemos ver al otro como un adversario, pero no como un enemigo.