En el corazón de Jesús: serenidad y calma para un mundo en crisis

Lun, 13/04/2020 - 10:10
“No tengáis miedo, porque yo estoy contigo”  (Isaías 41: 10 - 13)
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Cortesía Armando Martí

¡Felices Pascuas! A todos los queridos lectores de la sección Konciencia. Ayer se celebró con esperanza y alegría la resurrección de Jesucristo tras ser acusado por los judíos y condenado a muerte en la cruz por los romanos. Esta es la fiesta central del catolicismo que se seguirá festejando durante la semana.

Durante la homilía de la misa de resurrección, el Papa Francisco se dirigió a los fieles de la ciudad de Roma y del mundo con un profundo mensaje donde expresó:

 

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“Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!” Esta buena noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba”.

Y agregó: “Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta buena noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios”.

Con un rostro más iluminado y entusiasta, diferente al que habíamos visto en las anteriores ceremonias, el Sumo Pontífice continúo con su compasivo y reflexivo mensaje de pascua:

“Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós.

Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles.

Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos”.

Jesús y las tribulaciones del mundo moderno

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Vivimos en una era de pensamiento racional, conocimiento científico y diversidad cultural que nos ayudan a comprender y controlar el mundo material, pero dejan muchos cuestionamientos en el ámbito espiritual. Las cosas del mundo material no pueden invalidar las verdades de la fe, ni la fe invalidar las verdades del mundo material. 

No hay conflicto entre ambos. La verdadera fe es un regalo que Dios nos da libremente, por eso, podemos aceptarla o rechazarla, pues somos nosotros a través de las acciones quienes a la larga decidimos el destino. En todas partes y a nuestro alrededor hay guerras, enfermedades, corrupción, manipulación, envidia, violencia, adicciones, prejuicios, crímenes, explotación y diferentes tipos de sufrimiento, ¿cómo mantener la fe en un mundo tan enfermo y desequilibrado?

Jesús simplemente nos llama a mirarnos interiormente y a reconocer nuestras debilidades, al dejarnos influenciar por una sociedad frenética y desbordada debido al consumismo, que, a su vez, está basado en el egoísmo y la ambición. Podemos cambiar y tratar de hacer de nuestro actual mundo un lugar mejor para que todos vivamos en armonía y calma. De hecho, es posible que las duras pruebas a las que estamos sometidos por el COVID -19 sean un llamado hacia la sobriedad colectiva.

Por eso, se hace necesario, hoy más que nunca, pedir humildemente la ayuda de Jesús, quien nos brinda desde su infinita misericordia la esperanza y la voluntad inquebrantable para superar las actuales circunstancias creadas por el coronavirus que atacan la salud de los seres humanos en el planeta.  

Jesús: la luz en nuestra oscuridad

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Desde mi humilde opinión, Jesús es el Maestro de maestros en toda la historia universal. Además, es un ejemplo de renovación, pues como ser humano murió en la cruz denunciando a los amos del mundo y su poder político, económico y militar para resucitar por encima de las intenciones del mal desde la amorosa luz de un Cristo que con su sacrificio redimió a la humanidad. El fruto de esta acción abrió las puertas hacia una nueva alianza con Dios, reforzando el camino de la fe basado en la experiencia íntima y personal que puede ser comprobada por la inteligencia racional, emocional y espiritual.

Cristo significa el Ungido, el Señor, el Maestro de la vida, el profeta y el salvador, pero, ante todo, el Hijo de Dios, fiel a su Padre quien es el centro de la vida. No podríamos entender a Jesús sin esta vivencia profunda del amor de Dios, la cual no necesita tantas explicaciones, ya que, Dios no es una teoría, sino una experiencia transformativa que, al tocar el corazón de las personas, las hace más auténticas, dignas y libres. 

Jesús gestiona y aplica en su vida y en la de los demás, nuevas opciones para ser vividas por cada uno de nosotros desde el amor y la compasión. En su época, descubrió que la religión organizada tenía efectos transgresivos en la libertad de los pueblos.  

Con este panorama, era casi imposible una relación sincera y espontánea con el Creador. Por eso, el nazareno hablaba en nombre de Dios para reprender y llamar a la reflexión a los dirigentes religiosos y gobernantes de aquel tiempo. La represión social de ese entonces era causada por docenas de leyes basadas en el sacrificio, la culpa y el dolor, las cuales fueron redimidas por el gran sanador universal que nos conectó nuevamente con el verdadero camino espiritual de la misericordia y el perdón.

Jesús nunca nos haría daño ni nos condenaría a los fuegos eternos, pues “Él es el amigo que nunca falla” y lo más importante, nos enseña a amarnos a nosotros mismos para encontrar el auténtico sentido de la misión en nuestras vidas, que, en mi sentir, es el del servicio a los demás. Todo este esfuerzo, está orientado en la erradicación de los hábitos malsanos como la angustia y la preocupación por el futuro que son la causa de la mayoría de las enfermedades psicosomáticas y de otras actitudes que intoxican, bloquean, debilitan y confunden la mente humana. 

Además, si seguimos su ejemplo proyectándolo en la mayoría de las acciones que efectuamos día a día, aprenderemos a valorar la salud integral con el fin de protegernos de la ignorancia y el fanatismo, orientando nuestra voluntad hacia el sentido de encontrar la inagotable fuente de consuelo y felicidad a la que tenemos derecho.

Jesús es el faro de paz para un mundo moderno lleno de oscuridad y temor. Está más allá de cualquier maestro, gurú, iniciado, mago o avatar, debido a que ninguno de ellos le fue otorgada su misión espiritual directamente por el Padre, ni tampoco fueron ascendidos en cuerpo y alma regresando de la muerte, como sí sucedió con el Mesías quien tuvo nacimiento, renacimiento y resurrección. 

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Este profeta rebelde venció al príncipe del mundo y al rey del miedo: “Satanás”, quien durante 40 días lo tentó en el desierto de Judá, ofreciéndole todo el poder, placeres y riquezas materiales sin éxito alguno, pues el reino del Maestro de Luz no es de este mundo. El redentor demostró su verdadera naturaleza espiritual tanto en la transfiguración sucedida en el Monte Tabor, como en la aceptación de la voluntad del Padre en el Monte de los Olivos. 

La religión judía condenaba los actos mágicos con la pena de muerte. Algunos sacerdotes ignorantes juzgaron a priori los prodigios y milagros de Jesús, al compararlos con aquellos de los magos y nigromantes de la época, cuyos fenómenos duraban poco y no se mantenían en el tiempo.  

Por el contrario, los milagros de Jesús eran permanentes, no se realizaban a través de invocaciones, trucos o conjuros, y fueron la causa de transformación espiritual de millones de personas a lo largo del tiempo. Jesucristo es y fue el único Maestro que posee poder sobre el mal, la enfermedad y la muerte. Curó y sanó a varios ciegos, mudos, paralíticos, poseídos, personas iracundas, viciosas y ambiciosas, así como también, a prostitutas, ladrones, criminales, hombres y mujeres, esclavos del resentimiento y la venganza.  

Pero, ante todo, nos dejó el mayor remedio de la historia para superar los dolores y culpas a través del amor y el perdón: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros.”  (Juan 13:34). 

A lo largo de mi vida, he tenido muchas experiencias personales e íntimas con Jesús el Maestro del Amor, quien me ha ayudado a recuperarme de muchos de mis desaciertos que causaron algunas de mis más oscuras noches. 

De igual manera, me otorgó la gracia de superar mis impulsos de la juventud y el deseo de conquistar el mundo material, lo cual, como es lógico, me trajo muchos desengaños y profundos dolores emocionales que me llevaron a la urgente búsqueda del sosiego interior para fortalecer mi capacidad de elegir el bien viviendo una vida simple, plena y tranquila. 

Asimismo, a puesto en mi camino personas de indudable idoneidad profesional y espiritual, que estructuraron mi pensamiento y fe mediante sus enseñanzas. Por eso, el primer deseo que tengo al despertarme cada mañana es el de agradecer la maravillosa compañía de Jesús en mi vida.

El mensaje de Jesús

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A continuación, quiero compartirles algunas de las enseñanzas fundamentales de Jesús que nos pueden ayudar a fortalecer nuestro carácter y actitud para atravesar este difícil momento del COVID-19 desde la unión, la solidaridad y el nacimiento de una nueva conciencia colectiva espiritual:

1. El amor: Jesús vino a la Tierra con el propósito de ayudar a las personas a encontrar y acercarse a Dios. Sin duda, el amor ha sido y será la fuerza más grande, pura y verdadera para realizar esta misión. Es muy importante entender que la unión con el Padre (Dios) es la unión desde el amor, porque Él mismo es amor y para lograr esta fusión tenemos que transformarnos en amor.

El grado de transformación de uno mismo se basa en el avance espiritual hacia sentimientos de bondad y compasión por el otro, superando la imposición egocéntrica de nuestros actos, desmedidas ambiciones y apegos afectivos. El verdadero amor, así contenga emociones, no es compatible con las bajas vibraciones producto de la violencia, los impulsos desbordados, las ofensas y los arrebatos, así como también, la ansiedad de satisfacer los instintos para escapar de nuestras responsabilidades, encontrando una paz ficticia que ahonda en el sinsentido de la existencia. 

Por el contrario, el amor sin condiciones se origina inicialmente en el corazón espiritual, es decir, proviene de un estado de conciencia plena y trascendente en donde el sano juicio, las emociones y la fe puedan habitar de forma pacífica dentro de nosotros. El amor no son solamente reacciones neuroquímicas, instintivas o inconscientes frente a algunos acontecimientos que nos suceden, sino son frutos espirituales al haber elegido no hacerse ni hacer daño a nadie.

Cortesía Barbie Dalbosco
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Cortesía Barbie Dalbosco

2. La oración: nuestro Poder Superior y Jesús prometieron responder a las oraciones, pues es el medio por el cual podemos encontrar la fuerza del espíritu, la guía, la sabiduría, la alegría y la paz interior. Dios responde a las peticiones de oración a su manera y en su propio tiempo, ya que, siempre tiene mejores planes para nosotros. 

Esto lo confirman los evangelios, cuando señalan que Jesús pasó mucho tiempo orando. A menudo iba a un lugar solitario y oraba durante horas, especialmente en momentos difíciles. De ahí surgió la oración perfecta según Jesús: El Padre Nuestro (Mateo 6: 9 -12). 

"Así es como debes orar: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, (primero invoca a Dios con el término afectuoso de "Padre") venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (se pide que la voluntad de Dios se haga en la tierra y en nuestras vidas). Danos hoy nuestro pan de cada día (las cosas que necesitamos y no las que tercamente deseamos), perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (pedimos compasión por nuestros errores y desaciertos, como sabiduría para entender las malas intenciones de los demás hacia nosotros). Y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (finalmente, solicitamos la fuerza para resistir la tentación de seguir el camino del ego ignorante)”. 

Cortesía Joshua Sortino
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Cortesía Joshua Sortino

3. El perdón: Jesús nos llama a recordar que todos somos hijos de Dios. Así como Él ama a su pueblo sin excepción alguna y está dispuesto a entender y redimir sus desaciertos, también nosotros desde sus enseñanzas haremos lo mismo. 

La ira, la rabia, el resentimiento y la sed de venganza pueden consumirnos con odio y bloquear el amor de Dios, ya sea entre padres, hijos, esposos, amigos o conocidos, las expresiones de enojo nos dividen e impulsan hacia una hostilidad abierta. Los sentimientos de enfado se basan en una mala interpretación de lo que alguien dijo o hizo, y en ocasiones, proviene de una falta de comunicación con nosotros mismos pues evadimos la confrontación personal. El resentimiento y el rencor nublan nuestro juicio y nos victimizan, creando barreras que impiden la transformación del auténtico perdón. 

En el Sermón del Monte, Jesús nos desafía a una prueba que como humanos nos es casi imposible realizar, pues consiste en no vengarse ni hacer retaliaciones a nuestros enemigos:

"Ustedes han oído que se dijo: 'Ojo por ojo y diente por diente'. Pero yo os digo que no os resistáis a aquel que es malo; quien te golpee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5: 38-39). 

Cortesía Johannes Plenio
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Cortesía Johannes Plenio

4. La regla de oro: Jesús dejó claro una pauta esencial para el desarrollo de la vida: “Entonces, en todo, haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti, porque esto resume la Ley” (Mateo 7:12).

En este texto, Jesús ha intentado resumir sus enseñanzas, es decir, si deseamos ser amados, debemos dar amor. Si deseamos ser respetados, debemos respetar a todas las personas, incluso a las que no nos agradan. Si deseamos ser perdonados, también debemos perdonar. Si queremos que otros hablen amablemente de nosotros, debemos hablar amablemente de ellos y evitar que otros hablen de forma desconsiderada, obviando las habladurías y los chismes, pues no son otra cosa que la incapacidad de ver nuestros defectos al ocultarlos en los defectos ajenos.

Nos encanta disimular por medio de la exageración y distorsión de cualquier error o equivocación de los demás. De igual manera, si queremos uniones fuertes entonces seamos leales y fieles. Si deseamos prosperidad económica, aprendamos a compartir de forma generosa lo que tenemos con los demás. 

Si no deseamos ser juzgados con dureza, entonces no debemos juzgar a los demás con dureza. Recordemos que aquellos que señalan o juzgan son los que más necesitan mejorar en su interior, pues sus vacíos y mentiras son disfrazadas cuando condenan a los demás. 

El ego insano no permite la presunción de inocencia o la oportunidad de defenderse ante esta falta de sensibilidad humana. La máscara de juez es usada por aquellas personas que son víctimas de su propia cárcel emocional.

Jesús dice que mientras tengamos nuestras propias fallas e inconsistencias (que son humanas), no tenemos el derecho de criticar de forma destructiva a los demás. Por eso, tratar al otro como te gustaría ser tratado, es la norma que Jesús estableció desde la empatía, la amabilidad y la armonía para convivir con todas las personas.

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Armando Martí
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