Al interior de la Libia de Hifter

Vie, 21/02/2020 - 06:32
Desde las vallas publicitarias, el mariscal de campo mira fijamente la devastación de la ciudad libia de Bengasi. Hombreras y distintivos engalanan su uniforme, incluso cuando la guerra civil que est
Desde las vallas publicitarias, el mariscal de campo mira fijamente la devastación de la ciudad libia de Bengasi. Hombreras y distintivos engalanan su uniforme, incluso cuando la guerra civil que está librando se ha quedado atrapada en un sangriento callejón sin salida. Sus agentes de seguridad vestidos de civil merodean y espían en cafeterías y vestíbulos de hoteles. Ha entregado el control de las mezquitas a predicadores extremistas, y auspicia un escuadrón tribal de la muerte llamado los Vengadores de la Sangre (Avengers of Blood), los presuntos autores de una larga serie de desapariciones y asesinatos de sus opositores políticos. [single-related post_id="1254117"] “Estamos viviendo en una cárcel”, afirmó Ahmed Sharkasi, un activista liberal de Bengasi que huyó a Túnez debido a que lo habían amenazado de muerte. Khalifa Hifter, un comandante de 76 años, conocido en sus dominios como “el mariscal”, es el gobernante militar de Libia oriental. Lleva casi seis años en guerra para hacerse del control del país y desde hace diez meses ha asediado a la capital, Trípoli. Los Emiratos Árabes Unidos, Egipto y otras naciones lo respaldan, y Rusia ha enviado mercenarios. El gobierno de Trípoli, en gran parte impotente, que cuenta con el respaldo de las Naciones Unidas, está protegido por los grupos paramilitares regionales y, recientemente, por Turquía, que envió a cientos de combatientes sirios pagados. Hifter interrumpió la producción petrolera de Libia desde el mes pasado, en un intento por privar de ingresos al gobierno oficial. Esta semana, comenzó a bombardear el puerto civil de la ciudad, causó la muerte de tres personas, por poco hizo explotar un barco cargado de gas natural licuado y descarriló las negociaciones de cese al fuego auspiciadas por las Naciones Unidas. Hifter ha prometido construir una Libia estable, democrática y secular, pero ha cerrado las puertas de su territorio a casi todos los periodistas occidentales. Una visita extraordinaria a la ciudad de un corresponsal y fotógrafo de The New York Times reveló un autoritarismo difícil de manejar que, en muchos sentidos, es más puritano e ilícito de lo que era Libia con su último dictador, Muamar Gadafi. En Bengasi, el bastión de Hifter, encontramos una ciudad casi en ruinas asolada por la corrupción, donde los agentes de seguridad siguen los pasos de los periodistas extranjeros, los residentes temen un arresto arbitrario y los grupos paramilitares a favor del gobierno no rinden cuentas a nadie. Al avejentado y distraído Hifter casi nunca se le ve en Bengasi. Gobierna desde su casa en lo alto de una colina, ubicada a una hora en automóvil hacia el occidente. Se reúne con ancianos tribales y depende de sus familiares como sus asesores más cercanos. Dos de sus hijos se encuentran entre sus máximos comandantes militares, además de ser sus cuidadores. “Se aseguran de que coma bien”, comentó Faraj Najem, quien es cercano a Hifter y director de un centro de investigación dirigido por el gobierno. “Se aseguran de que tome sus medicamentos. Lo protegen cuando están con él”.

Una ciudad destruida. Un gobernante temible.

El centro de Bengasi ha cambiado un poco desde 2017, cuando Hifter se apoderó de él tras una campaña de bombardeos y proyectiles que duró cuatro años. Los barrios en la periferia ahora se muestran animados con tiendas y cafeterías recién abiertas, pero las calles del centro de la ciudad están en ruinas. Unos cuantos residentes desesperados han comenzado a regresar con sus familias a vivir en los escombros de sus apartamentos. Sus instalaciones eléctricas improvisadas emiten un resplandor escalofriante por las noches sobre las callejuelas desoladas. Libia es rica en petróleo, pero se trata de un premio volátil. Ha estado en el ojo del huracán desde que la revolución de la Primavera Árabe y la intervención de la OTAN derrocaron a Gadafi hace nueve años. En sus desiertos se refugian miembros islamistas y sus costas mediterráneas están repletas de migrantes. Hifter fue oficial del Ejército de Gadafi, pero después huyó a Estados Unidos donde vivió durante décadas como informante de la CIA antes de regresar a Libia durante la revuelta de 2011. Comenzó su búsqueda del poder prometiendo salvar a Bengasi. En 2014, cuando los grupos paramilitares islamistas estaban aterrorizando la ciudad, prometió declarar un gobierno militar y sacar del país a los islamistas. Con armas de mecenas extranjeros, empezó por reclutar combatientes de grupos locales y aceptar la ayuda de exfuncionarios y oficiales de Gadafi. Luego, obtuvo el apoyo de los combatientes islamistas que usan tácticas sauditas, conocidos como salafistas, quienes vieron un enemigo común en las escuelas rivales de islamistas que Hifter estaba combatiendo. Nunca ha reconocido ninguna contradicción entre su hostilidad declarada hacia el islam político y sus brigadas de salafistas. Los acuerdos que hizo con milicias tribales, salafistas y antiguos seguidores de Gadafi en Bengasi ahora amenazan con destruir sus promesas de ley y orden seculares. Muchos residentes de Bengasi celebran que el mariscal haya restaurado la seguridad en las calles, una actitud reforzada por los medios oficiales del gobernante. Las imágenes del rostro de Hifter están por todas partes. Una cadena de televisión satelital que lo apoya transmite su propaganda y, en ocasiones, sermones salafistas. Las manifestaciones callejeras semanales, organizadas por la Oficina de Decisiones de Apoyo, perteneciente al gobierno, evocan a las demostraciones de entusiasmo forzado de la era de Gadafi. El acceso para periodistas extranjeros o grupos de derechos humanos a Bengasi está seriamente restringido. Los residentes deben obtener un permiso oficial para viajar al extranjero, que a veces implica un interrogatorio por parte de los agentes de seguridad. Algunos son obligados a enviar informes sobre las personas con las que se reunieron fuera de Libia, o algunas veces, sobre amigos y vecinos en casa.

El retorno de la maquinaria de Gadafi

Hifter recurre con frecuencia a miembros de la antigua maquinaria de Gadafi, y en los últimos diez meses, una oleada de leales al exdictador se ha apresurado a regresar al país desde Egipto y de otras partes. Con Hifter centrado en Trípoli, la figura más importante del gobierno diario es Aoun Ferjani, quien fue un alto funcionario del servicio de inteligencia de Gadafi y ahora está a cargo de las agencias de seguridad interna. “Ni siquiera mencionen su nombre”, dijo un exfuncionario del gobierno de Hifter, mirando ansioso sobre su hombro. “Él es el jefe, el más peligroso”. Las posturas de la oposición no son bienvenidas. Sharkasi, el activista que ahora vive en Túnez, fue obligado a huir de Bengasi tras publicar un video en línea en el que exhortaba a que hubiera negociaciones de paz y por hacer circular la etiqueta “La guerra no es la solución”. Otros críticos han sido detenidos o suspendidos de sus empleos en compañías dirigidas por el gobierno. En julio, una política de 57 años que estudió en el Reino Unido, Seham Sergiwa, cuestionó públicamente el ataque de Hifter a Trípoli. Esa misma noche, un grupo de hombres armados la secuestraron. En la pared de su casa dejaron un grafiti que advertía que no se debe criticar al Ejército. Sus parientes fuera de Libia dijeron que antes del ataque cortaron la electricidad y la policía ignoró los llamados de ayuda. La mayoría de sus familiares ahora creen que está muerta. Sin embargo, las autoridades de Bengasi le dijeron a su marido que creen que está viva y le aconsejaron guardar silencio. “Todas las pruebas apuntan a Hifter”, mencionó su hermano, Adam Sergiwa, un médico que ahora vive en Indiana. “Lo sabemos. Todo el mundo lo sabe. Quería dar una lección”. Un vocero de Hifter dijo que el presunto asesinato había sido un acto de terrorismo y que su ejército no había tenido nada que ver con eso.

El ascenso de los salafistas

La modesta mezquita ubicada en el barrio de El Leithi en Bengasi alguna vez fue un centro de reunión para los líderes de Ansar al Sharia, los yihadistas que llevaron a cabo el ataque terrorista de 2012 en el que murió el embajador estadounidense J. Christopher Stevens. Estos días, las oraciones del mediodía suelen estar a cargo de Ali el-Omani, un salafista de 23 años, con un rostro juvenil barbado. Al igual que otros extremistas, los salafistas que respaldan a Hifter se oponen a formas liberales como la democracia electoral o la mezcla de los géneros. Aunque a diferencia de sus primos yihadistas, estos salafistas predican una obediencia absoluta a cualquier dictador terrenal, en este caso, Hifter. “Es seguro que el Ejército nos apoya”, dijo Omani, insistiendo en que los salafistas habían restaurado “las verdaderas enseñanzas del Corán.” Los liberales de Bengasi se quejan de que los salafistas distan de ser una mejora. “Los salafistas quieren ‘purificar’ Libia a la manera de Ansar al Sharia”, explicó Fathi Baja, politólogo y exembajador de Libia en Canadá. Algunos de los seguidores de Hifter argumentan que está usando a los salafistas en una alianza temporal necesaria y así los mantiene a raya. Los seguidores recuerdan un episodio infame a nivel local de 2018, en el que un grupo de policías hizo una redada en un centro de reuniones para usuarias de Twitter en una cafetería de Bengasi. Un alto funcionario de seguridad se disculpó y Hifter reasignó al comandante de policía salafista que había estado a cargo del operativo. No obstante, el teniente coronel Naji Hamad, un veterano de la era de Gadafi que ahora está a cargo de la academia de policía de Bengasi, dijo que la operación había sido legítima. La reunión violaba la “decencia pública”, afirmó.

Un futuro frágil

Aunque ya no es un campo de batalla, no se puede afirmar que Bengasi está libre de violencia. En agosto, un auto bomba mató a tres miembros de la ONU y a otras dos personas. Las Naciones Unidas sacaron a sus diplomáticos de la ciudad. Los informes de la ONU advierten sobre secuestros frecuentes, desapariciones forzadas y asesinatos por parte de atacantes desconocidos. En la segunda mitad del año pasado, eso incluyó el asesinato de un empleado bancario, el secuestro de un conocido abogado y la abducción de un funcionario anticorrupción. Dos mujeres sudanesas fueron torturadas y asesinadas bajo sospecha de practicar brujería. En octubre, se encontró una fosa masiva en el barrio de Hawarri. Es imposible determinar quiénes son los responsables de la violencia, pero muchos residentes de Bengasi señalan a los paramilitares tribales que combatieron con Hifter. Una de las fuentes más grandes de combatientes fue la tribu de los Al Awaqir. Miembros de la tribu aprovechan su impunidad y algunos se han hecho de empleos importantes en empresas propiedad del gobierno o incluso en la universidad local. “Los Al Awaqir son los grandes beneficiarios”, dijo Najem, director del centro de investigación. “Afirman que han pagado un precio muy alto —demasiados mártires— y quieren que se les recompense”. En el año 2013, los Al Awaqir formaron el grupo paramilitar de los Vengadores de la Sangre para hacer justicia por mano propia tras un enfrentamiento mortal con un grupo paramilitar de inclinación islamista. Los “vengadores” se identificaron como vigilantes de Hifter, y se les culpa ampliamente por las desapariciones y los asesinatos. Un vocero de Hifter afirmó que los “vengadores” eran civiles desarmados que recababan información sobre “terroristas”. Sin embargo, durante el secuestro de Sergiwa, sus atacantes garabatearon el nombre de los “Vengadores de la Sangre” en el muro. Por: David D. Kirkpatrick
Más KienyKe
Piden garantizar seguridad de congresista colombiano en paradero desconocido en Venezuela.
Un altercado entre un conductor y un policía de tránsito habría ocasionado el comienzo del bloqueo.
Tras la reunión del canciller Murillo con Diana Mondino se anunció que Colombia respaldará a Argentina para su ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Prisión preventiva para miembro de Clan del Golfo por secuestrar tres personas en Colombia.
Kien Opina