Con una suave y precisa sacudida, Singha comienza a esbozar su próxima obra de arte tras agarrar el pincel con su trompa de un metro de longitud.
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El artista, que a sus cinco años ya pesa cerca de 400 kilos, vive junto a su madre y una manada de medio centenar de paquidermos en el Centro de Conservación de Elefantes de Tailandia, situado en la norteña ciudad de Lampang, a unos 600 kilómetros de Bangkok.
El complejo, el único en el país auspiciado por el Gobierno, fue fundado hace más de dos décadas con el objetivo de contribuir a la protección de estos animales, utilizados de manera tradicional por la industria maderera, que se quedaron sin trabajo tras el veto a la tala en los bosques del país en 1989.
"Aquí los elefantes están protegidos. Los alimentamos y cuidamos dentro de unas magníficas instalaciones. Tienen montes y espacios verdes para recorrer y si tienen alguna herida los asistimos en el centro veterinario", indica una portavoz del centro.
Los elefantes artistas son observados por multitudes de turistas mientras crean formas en sus lienzos. Las obras son tan maravillosas que algunos visitantes ofrecen grandes cantidades de dinero por el trabajo.
Los mismos foráneos pueden ver una orquesta de paquidermos que manifiestan con sonidos otra forma de arte gigante.
Una robusta columna formada por una decena de paquidermos marchan al ritmo de los tambores que portan y golpean los líderes al frente del desfile.
Al menos tres veces al día, los animales muestran a los curiosos visitantes los trucos y destrezas aprendidas en estas instalaciones.
Jugar al fútbol, exhibiciones de fuerza, equilibrios sobre un estrecho tronco de árbol, ejercicios de habilidad y movimientos aprendidos, son parte del espectáculo.
"Por desgracia y falta de medios no podemos asistir a todos los elefantes del país. Varios de ellos aún son explotados como reclamo turístico o para pedir dinero a los viajeros", señala la portavoz.
Hasta hace pocos años era común ver elefantes transitando por el pavimento de las apelmazadas calles de Bangkok, Chiang Mai o Phuket, algunas de las metrópolis más grandes del país.
A pesar de los esfuerzos de los distintos Gobierno para tratar de poner cerco a las mafias que utilizaban a los paquidermos para mendigar, la práctica continúa siendo común en pequeñas ciudades menos pobladas.
Un varón tailandés perdió la vida a principios de junio tras ser embestido por un elefante empleado para pedir limosna en una de las playas de la provincia de Rayong, en el este de Tailandia.
El hombre, de 28 años, se encontraba cenando en un restaurante al pie del mar con un amigo, que resultó herido en el incidente, cuando el "mahout", o cuidador del elefante, les instó a comprar algo de comida para el animal.
Tras una súbita reacción, el elefante cargó contra los presentes clavando un colmillo en el pecho de uno de ellos, lo que a la postre le causó la muerte.
La Policía detuvo al cuidador de la bestia que podría ser condenado con hasta diez años en prisión tras ser acusado de violar la legislación para la protección de los animales y asesinato por negligencia.
El "mahout", Witthawat Uanduangdee, defendió tras su detención el carácter generalmente sosegado del animal, que será trasladado a una protectora de animales.
"Puede que (el elefante) se sobresaltara por las luces de los coches y el ruido de los motores", declaró el joven cuidador de 21 años.
A principios de años, la autoridades del parque nacional de Khao Yai aumentaron la vigilancia de la zona al constatar un aumento en los ataques de elefantes salvajes contra vehículos en las carreteras que cruzan el paraje.
En Tailandia, hay unos 2.500 elefantes salvajes y otros 2.000 domesticados, que llegan a pesar 3,5 toneladas y medir 3 metros de largo.
A principios del siglo XX, Tailandia tenía unos 100.000 elefantes, especie que se encuentra actualmente en peligro de extinción, según la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres.
Con agencia EFE.
¿Compraría un cuadro pintado por un elefante?
Dom, 09/08/2015 - 05:54
Con una suave y precisa sacudida, Singha comienza a esbozar su próxima obra de arte tras agarrar el pincel con su trompa de un metro de longitud.