
Todos los recuerdos golpean y oprimen su corazón, a propósito de los 80 años que hoy le celebran en el teatro Julio Mario Santodomingo. Su niñez en la pobreza, el matrimonio con Esteban Cabezas -un músico de renombre y encantador pero siempre infiel- y la muerte prematura de Candelario, su hijo, a los 34 años.
Yo no hubiera querido recordarle a su marido muerto, precisamente el día de su homenaje, pero ella -por pura cortesía- elogia la voz del periodista con frases de Esteban:
-Como decía mi marido, cuando estaba enamorando a alguna mujer por teléfono: "Su voz es tan dulce que sus sonidos son como miel que se derrama en mis oídos".
Pero Leonor, conocida como 'La negra grande de Colombia' no estallaba en celos, como es de suponerse:“Yo no perdía mi tiempo celando a Esteban porque lo suyo era una cosa de locos. Me hubiera enloquecido”.
¿Usted se lo permitía?
No se lo permitía pero él lo hacía de todas formas.
Es que mire, me estaba descalcificando al lado de él. ¿Sabe qué es descalcificarse? Los cuernos se me crecieron tanto que ya yo no andaba con la cabeza erecta sino que andaba agachada.
(El periodista Medardo Arias dice que Esteban Cabezas era desmesurado, romántico, lleno de amor por el mundo. Recuerda las fotos de un pariente marinero tomadas en Osaka, Japón, en las que aparecía Esteban Cabezas. Joven aún, lucía sonriente al lado de su esposa, Leonor González Mina, la Negra Grande, en el ‘Stand’ de Colombia de la Expo 70, que organizaron los nipones. Hasta allá fue Esteban con el mensaje de la música afrocolombiana, del currulao y el makerule, del Tío Guachupecito. Vivió tres meses en Japón declamando los poemas de Helcías Martán Góngora y los versos de Candelario Obeso, “qué ejcura que tá la noche/ la noche qué ejcura tá/ no hay en el cielo una estrella/ remá, remá…” y llevó consigo también al Trío Montecarlo para que los japoneses supieran lo que era un bolero bien cantado.
Esteban y La Negra hicieron una pareja inolvidable, fundamental en el reconocimiento de los valores culturales afrocolombianos.
¿Y cómo manejaba a su marido infiel?
Digamos que buscaba la forma de evitar darme cuenta, hasta cuando al fin eso ya no pude soportarlo y me separé y me dediqué a criar a mis hijos. Juré que en mi casa no se volverían a ver calzoncillos colgados diferentes a los de mis hijos.
¿Y cuánto duró el matrimonio?
Duré, yo, yo, yo duré 19 años casada.
¿Él rápidamente se olvidó del tema?
Ni hablemos de eso.
Le presento excusas por lo doloroso del recuerdo, pero cómo fue la muerte de Candelario (34 años) su hijo...
Ay mi hijo, mi hermoso hijo.
Lo habían llamado a Italia, al pueblo donde se hacían todas esas películas famosas. Lo llamaron a él porque querían mejorar la música de las películas de Beningni.
Él estaba supremamente nervioso, me decía que tenía mucho susto frente a la responsabilidad. Lo convencí de que si se había comprometido a hacerlo, mantuviera el compromiso.
La víspera me dijo que le dolía mucho la cabeza y yo supuse que por el exceso de trabajo. Hablamos de ir al médico, pero postergó la consulta.
Lo cierto es que yendo de Milano a Torino, solito, solito que es lo que más me duele, iba manejando su carro y le dio una picada en la cabeza, un aneurisma, y se murió solo, muy solo, en el camino…
Dicen que no hay mayor dolor que la muerte de un hijo...
Terrible, lo único que quería era morirme y me perdí, desaparecí por mucho tiempo. Me mantenía encerrada en mi casa llorando, llorando, y alguna vez soñé con él, me dice "mamá, tú no tienes por qué estar llorando, yo estoy muy bien donde estoy".
Soñé con él, "yo estoy muy bien donde estoy, tú tienes muchas cosas que hacer en ese país y yo te voy a ayudar, pero me haces el favor de no llorar más porque además no me dejas estar tranquilo, por favor no llores más".
Y me di cuenta que sí era él porque me desperté impresionada y había el olor del cigarrillo que él siempre fumaba, y desde ahí juré que no iba a llorar más.
A ratos me provoca hacerlo a pesar que ya son 16 años de su muerte, pero lo añoro como el primer día, porque además de ser un gran músico era mi gran amigo. Él me ayudó mucho inclusive para la separación con Esteban porque fue él quien me dijo: o lo echas tú o lo echo yo, apenas a sus 11 añitos.
¿Usted cree que hay algo más allá de la muerte?
Creo firmemente que sí. Soy muy pegada a San Gregorio porque a mí me ha hecho muchos milagros, hasta la operación de las cuerdas vocales, después de haber quedado muda. Cuando estoy con problema me le pegó a Don Gregorio y rezo su novena.
¿Y cómo es eso que se quedó muda?
Cantaba en Argentina, trabajé mucho, y no respetaba cuando tenía gripa y forzaba mucho la voz. Cuando regresé a Colombia me puse pero muy grave, muda completamente, por un buen tiempo.
Entonces me mandaron donde un médico, horrible me pareció un monstruo ese señor, que quería operarme enseguida, no obstante a la inflamación que tenía. ¿Cómo le parece? En este momento no tendría voz ni para saludar a la gente.
¿Entonces qué hizo?
Le dije que volvería y debe estarme esperando, después de 50 años. El médico y su mamá.
Y ahí fue cuando se le pegó a San Gregorio…
Claro. Don Gregorio me operó y quedé perfectamente bien.
Anda usted por los 80 años, 60 de vida artística, y no se le nota la edad…
La raza y la disciplina. Ahora canto mejor, sin exageración. Uno tiene que vivir cada etapa de su vida, saberla vivir. Hay que cuidarse para que el tiempo no se note mucho en el rostro.
Si uno es disciplinado de joven llega a la edad que yo llego con la tranquilidad de mi salud y con el potencial de la voz que tengo.
¿Cuál es la canción que más le piden?
Yo Me Llamo Cumbia y una canción que es absolutamente difícil de cantar, A la Mina no voy.
Leonor, ¿qué sabor tiene hoy de su paso por la política (fue Representante como liberal)?
Cada vez tengo más desilusión, y con la locura que he visto en esta campaña... tengo tanta desilusión que no voté. No me nace votar por nadie.
¿Cómo es su vida personal?
Es lo más zanahorio que se puede imaginar. Me queda el hijo menor que se llama Juan Camilo que ya es un señor, y trabaja en Bogotá.
Estoy en Cali, en un apartamento, con la muchacha que me acompaña, la niña que me trabaja, y con algunos parientes que van de vez en cuando a visitarme.
Pero hay algo que no dejo de hacer. Salgo todos los días a las seis de la mañana y camino por espacio de dos horas. Y también grito, ejercito mi voz, trato de buscar sonidos que me estén costando trabajo, busco la forma de que mi voz cada día esté mejor. Vuelvo a la casa hacia las 10 de la mañana.
Leonor, ¿qué le duele?
En este momento no me duele nada. Tengo ganas de vivir, que la música que hago se mantenga en el corazón de la gente. Quiero seguir queriendo la gente, yo soy querendona, admiro las personas que hacen las cosas bien.
La grandeza del ser humano está en eso, en reconocer los valores de los demás. Si nosotros aquí en Colombia al fin lográramos reconocer los valores de los demás y cada día nosotros hacer las cosas mejor, Colombia no estaría como está.
