Así es el motel de la cárcel La Picota

Mié, 18/09/2013 - 16:03
15 de diciembre de 2012

Potranca:

Hoy posiblemente es la última vez que vengas por acá. Las próximas visitas las haré yo. Gracias por tu apoyo, moral y compañía.
15 de diciembre de 2012 Potranca: Hoy posiblemente es la última vez que vengas por acá. Las próximas visitas las haré yo. Gracias por tu apoyo, moral y compañía. Te amo. Piolín La carta está escrita en una pared de la celda de visita conyugal número cuatro del erón, la construcción más reciente de la cárcel La Picota de Bogotá. Es un cuarto pequeño, frío, húmedo y de poca luz. Huele a orines. Un planchón de cemento y una espuma de forro azul hacen las veces de una cama doble. Una ducha, un lavamanos y un inodoro se esconden detrás de un muro. La decoración es resultado de la inspiración de los reclusos y sus acompañantes. Las paredes tienen mensajes de amor, canciones, dibujos, arengas a la guerrilla de las Farc o al Ejército, pasajes de la biblia y frases vulgares, además de otras típicas de películas de porno como “O year, Maigar” (Oh, yeah! My god!). Así son las veinte celdas, de dos por cuatro metros, diseñadas especialmente para la visita conyugal. Una especie de “motel” que en la actualidad usan una vez al mes 135 extraditables. La Picota, Kienyke En Colombia, los presos tienen derecho a la visita conyugal, así como a la de sus familiares y abogados. Pero son pocas las cárceles con espacios adecuados para tener algo de intimidad. Solo en los erones, edificios de 16 pisos, que han sido construidos en los últimos años, tienen este tipo de celdas. Están ubicados en Jamundí (Valle), Ibagué (Tolima), Yopal (Casanare), Cúcuta (Norte de Santander) y en La Picota de Bogotá. Más de tres mil reclusos, de mediana y alta seguridad, están recluidos en el erón de la capital del país. Allí, en un segundo piso y al lado de un comedor con más de cincuenta mesas, se hallan las “áreas conyugales”. Los extraditables que acceden a estos espacios deben cumplir ciertas reglas: llevar sus propias sábanas, cobijas y elementos de aseo. El tiempo estipulado de uso es de una hora y la celda debe ser organizada. Un cronograma hecho con anterioridad determina el turno de cada preso. La Picota, Kienyke Quien entre a la visita conyugal tiene que estar en un sistema de registro aprobado con anterioridad. Un preso puede cambiar la lista de quien lo visita cada tres meses. En el caso de menores de edad, el registro civil de matrimonio o una declaración juramentada de dos testigos es el aval para ingresar. Las mujeres no pueden entrar a estas celdas con lentes de contacto, pelucas o usando un disfraz. Tampoco está permitido llevar comida. El día de la visita Caprecom, responsable de programas de sexualidad y prevención, entrega un condón a cada preso. Sin embargo, el reglamento de la visita íntima estipula que a cada visitante se le permite el ingreso de dos. En La Picota hay cerca de 70 reclusos con VIH/sida diagnosticados y en tratamiento. Además de los extraditables, un preso gay que solicitó la visita conyugal de alguien de su mismo sexo tiene acceso a estas celdas. El resto de reclusos del erón no tienen este privilegio. Ellos deben acomodarse en zonas de apoyo o espacios comunales destinados para las parejas. Cada quien lleva su colchoneta, sábanas y cobijas, objetos con los que hacen una suerte de carpa para camping. La visita comienza a las ocho de la mañana y termina a las cuatro de la tarde. La Picota, Kienyke Según César Augusto Ceballos, director de La Picota, “no les interesa tanto su privacidad sino tener su relación. Es un espacio muy respetado entre ellos mismos”. Cerca del 60 por ciento de los presos de este lugar recibe la visita de su pareja una vez al mes. Ceballos explica que los extraditables tienen acceso a los 20 cuartos especiales para tener relaciones sexuales, a diferencia de presos recluidos por otros delitos, incluso compañeros de pabellón, porque los condenados por narcotráfico, y otros delitos, son muy pocos y es más fácil organizar su cronograma para hacer uso de las celdas. Este privilegio también lo tiene un preso homosexual, que interpuso una acción de tutela para tener la visita conyugal de una persona de su mismo sexo. En las otras edificaciones de la cárcel La Picota las reglas son diferentes. Está estipulado que la visita conyugal es una vez al mes. Sin embargo, donde están recluidos los parapolíticos o paramilitares no hay tiempo ni espacio limitado, pues son pabellones donde la visita puede entrar a las celdas. Este derecho puede perderse si el visitante excede el tiempo permitido, tiene mal comportamiento o una pelea con su pareja. También existen las visitas conyugales donde un grupo de internas van a otra cárcel. El tercer domingo de cada mes un grupo aproximado de 85 mujeres, quienes están desde las ocho de la mañana hasta el medio día con su pareja, van a La Picota. La solicitud la hace la mujer, mientras que el hombre debe enviar una carta de aceptación. Es común que algunas tengan que devolverse a su cárcel, pues el hombre las rechaza. Según el Inpec a veces es necesario trasladar reclusas desde una ciudad a otra, como de Bogotá hasta Villavicencio y Pereira. La Picota, Kienyke En las cárceles de mujeres, por el alto número de lesbianas, la visita conyugal se divide en dos. Hay días en que solo entran los hombres y otros las mujeres. Las promesas de amor entre la ‘Potranca’ y ‘Piolín’ están escritas en las paredes de varias celdas. Sus escritos son de los pocos que tienen buena ortografía. Hay otros que sorprenden por sus mensajes grotescos y otros que están cargados de sinceridad: “¡Qué rico que es hacer el amor, lástima que tengamos que pagar cuarenta años de cárcel”.
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