La casa número 975 en Nodding Shade Drive de Brooksville, Florida, amaneció el lunes adornada con fantasmas de plástico colgando del árbol del jardín, calabazas de Halloween frente al garaje y una cinta de la policía que daba cuenta de la tragedia. La camioneta plateada de los Castrillón Jiménez, decorada con calcomanías que representaban a cada miembro de la familia, permanecía estacionada junto al prado de entrada. Un par de patrullas rodeaban la vivienda.
La policía sacó de la casa tres cadáveres en camillas cubiertos con sábanas blancas. Dos eran de niños y uno de alguien mayor.
En la casa vivían Daniel Castrillón Oreggo, su hijo menor, Sebastián de 7 años, y Susana, la mayor, de 8 años. Desde hacía algunas semanas no convivía con ellos Luz Jiménez, la esposa de Daniel y madre de los niños, porque estaba buscando el divorcio. La idea atormentaba a Daniel al punto de caer en constantes crisis de depresión de las que sus vecinos fueron testigos.
La semana pasada Luz le comunicó en términos cordiales a Daniel que lo mejor que podrían hacer era separarse. Daniel recibió la noticia con ira. No comprendía la razón del abandono de su pareja y decidió investigar por su cuenta si había algo que la motivaba a dejarlo. Descubrió que Luz estaba saliendo con alguien más.
El viernes en la noche Daniel no encontró más confidente que uno de sus vecinos, José Guerrero, a quien le confesó sobre la aventura de su mujer. Acompañado de su hijo Sebastián, conversaron dos horas sobre las opciones que tendrían para solucionar el dilema, sin que el desenlace dañara a los niños. Pero Sebastián interrumpió en el diálogo de adultos y, tratando de tranquilizar a su padre, aseguró: “No te preocupes, papá. Tú sigues siendo mi padre. El otro sujeto solo será mi padrastro”. Los ojos de Daniel se aguaron y su cara empalideció. “Lo que dijo el niño fue lo que realmente lo empujó al límite”, dijo Guerrero.
Daniel Castrillón y Luz Jiménez llevaban diez años de casados y ocho viviendo en Brooksville. Se conocieron y comprometieron en Colombia.
Algunas horas antes, Daniel había recogido en la escuela primaria Chocachatti a sus dos hijos. Luego se dirigió a la oficina de su esposa, a quien confrontó. Susana y Sebastián aguardaron en el auto, estratégicamente ubicado frente a la ventana del escritorio de la madre. Los hijos pudieron advertir que hubo una discusión aireada.
En la disputa, Daniel amenazó con regresar a su natal Colombia con los niños, si ella continuaba con su amante y decidía abandonarlos. Luego le advirtió con vehemencia “antes muerto que dejar que otro sujeto me arrebate a mis hijos".
Luz reaccionó impávida y le recordó que el sábado pasaría a casa a recoger a Sebastián y Susana para llevarlos a una fiesta de cumpleaños, pero al final no lo hizo porque prefirió dejarlos en paz ese fin de semana. Según dijo después, trató de excusarse el sábado en la tarde por haberles incumplido pero Daniel nunca contestó su celular ni el teléfono fijo.
En la noche del viernes, después de hablar con su vecino, Daniel se encerró en la casa con los niños. Hacia las 11:58 de la noche escribió un mensaje en el muro del Facebook de su esposa, tanto en inglés como en español, en el que le decía: “Gracias por reemplazarme tan rápido. Ahora puedo seguir adelante”.
La policía solo atina a decir que en algún momento, entre la madrugada de sábado y la tarde del domingo, Daniel entró a la habitación de su hijo Sebastián y le disparó en la cabeza. En seguida fue a su habitación, en la que dormía su hija en una cama adjunta a la suya, y la asesinó de un tiro en la frente.
Al confirmar la muerte de sus hijos, tomó el último impulso y se disparó en la cabeza. Planeó todo con escrúpulo para que su maniobra fuera definitiva y fulminante. También se cuidó de no hacer ningún ruido que lo delatara.
El domingo en la tarde, preocupada por la suerte de sus hijos, Luz Jiménez decidió ir hasta la casa. Se dio cuenta que ellos no habrían podido salir de viaje porque el carro de su esposo estaba frente a la cochera. Desesperada, golpeaba la puerta sin obtener respuesta. En vano, seguía haciendo llamadas telefónicas. A las 7:30 de la noche llamó a la Policía. Minutos después entró a la vivienda y se enfrentó al horroroso panorama.
Daniel Castrillón no tenía antecedentes penales en Estados Unidos y jamás había protagonizado ningún problema por agresión o violencia, según confiesan sus vecinos. Tampoco hizo daño alguno a su esposa. Llevaban 10 años de casados y desde 2006 vivían esa casa de Brooksville. La relación había comenzado hace más de una década en Colombia, país natal de la pareja. Lo único extraño que algunos conocidos de Daniel confiesan haber advertido es que hace algunos días el hombre sufría episodios de angustia por el inminente fin de su relación.
Crónica de la masacre del colombiano en Brooksville
Mié, 30/10/2013 - 06:43
La casa número 975 en Nodding Shade Drive de Brooksville, Florida, amaneció el lunes adornada con fantasmas de plástico colgando del árbol del jardín, calabazas de Halloween frente al garaje y un