El azafato que Avianca abandonó en una cárcel de Brasil

Jue, 24/05/2012 - 05:00
Entre un olor berrinchoso, mezcla de orines, mugre solidificado y materia fecal, el cosquilleo de las cucarachas sobre sus brazos y piernas, y la presencia andariega de los roedores, Jak Mohamed Harb
Entre un olor berrinchoso, mezcla de orines, mugre solidificado y materia fecal, el cosquilleo de las cucarachas sobre sus brazos y piernas, y la presencia andariega de los roedores, Jak Mohamed Harb pasó su primera noche en la prisión de Guarulho, en São Paulo. Había llegado allí como un títere manejado por unas circunstancias que aún le cuesta trabajo aceptar y por las que ha librado batallas personales, penales y, por último, laborales en contra de Avianca, la empresa para la que trabajaba como auxiliar de vuelos internacionales. Una colega de vuelo le pidió a él y a Gilberto Boada, su compañero en cabina, llevar a Colombia un dinero que les entregarían en São Paulo. Una vez en Brasil, como se acostumbra entre auxiliares, contactaron al 'amigo' de la compañera de vuelo, quien les dio la dirección del hotel donde se hospedaba. En la recepción, Jak y Gilberto se vieron de repente atrapados en un operativo policial. Terminaron arrestados junto al hombre de los dólares, quien resultó ser miembro de una banda internacional de lavado de dinero, investigado por las autoridades brasileñas. Entonces comenzó un calvario para Jak y Gilberto que duró 400 días y concluyó el 5 de agosto de 2009 con la absolución de los dos auxiliares de vuelo colombianos, y la condena del 'amigo' de la compañera y los miembros de su grupo delictivo. Jak llegó a la comisaría el día del arresto como un ente. En la madrugada del 26 de junio de 2008 respondió un interrogatorio que tradujo Leila Romanelli, la gerente de Avianca en el Aeropuerto de Guarulhos. La rudeza desde el momento de la detención, el maltrato, el escándalo y la confusión, sumieron a Jak en un estado de perplejidad que nubló su capacidad de compresión. Durante 25 años Jak Mohamed Harb trabajó en la aerolínea Avianca.  Jak estaba lejos de sospechar que Avianca, su hogar laboral por espacio de 25 años, lo abandonaría a su mala suerte. Después de que el piloto del vuelo BOG-SP-BOG, el Capitán Ortegón, se hizo presente como responsable de la nave y de la tripulación en la requisa que las autoridades brasileña les realizaron y el posterior arresto de los auxiliares, la empresa no volvió a responder. La gerente cumplió con acompañar a Jak a la comisaría, traducir el interrogatorio e informarle a los parientes en Colombia de su detención. Luego se desentendió. Desde el primer día todo fue terrible en la comisaría. Permaneció hacinado con 40 personas en un espacio reducido, comía una ración diaria de fríjoles rancios y arroz reposado. Rogaba que le dieran algo de beber. Su ánimo cambió de la perplejidad a la angustia extrema a al saberse preso como sospechoso de lavado de dinero en un país extraño. La policía brasileña no le creyó cuando afirmó que jamás había visto al ‘amigo’ de su compañera. Tampoco que es costumbre entre los auxiliares de vuelo llevar y traer objetos y dinero, y que esto estaba permitido según el reglamento de Avianca. Le aterraba el infierno que tenía por delante: la prisión de Guarulho. Una cárcel de machos en la que con un simple descuido gestual delataría su condición de homosexual. Su familia conocía la vulnerabilidad de Jak y pronto contrató una firma de abogados para su defensa ante las autoridades judiciales brasileras. Gilberto, por su parte, debió asumir el proceso con un defensor de oficio. Los Harb viajaron varias veces a Brasil para complementar su dieta, y su hermano Frank hizo presencia permanente en la prisión de Guarulho, situada a 4 horas de São Paulo, para que Jak no perdiera la fe en sí mismo, ni la esperanza en recobrar la libertad. Durante sus días en la cárcel comía fríjoles rancios y arroz reposado. El asedio de Avianca contra Jak no daba tregua. Hasta el día de su arresto en Brasil, había recibido cumplidamente el pago de sus salarios y prestaciones legales y convencionales, pero a partir de ese momento, la empresa le suspendió los pagos y el apoyo corporativo después de 25 años de trabajo. Incluso se puso en su contra. Inició una investigación disciplinaria, apelando al incumplimiento forzado de los itinerarios de vuelo que se le habían asignado desde que fue arrestado. Jak no podía presentarse al puesto de trabajo en Bogotá porque estaba tras las rejas en la prisión de Guarulho. Su última esperanza era que Avianca se presentara en el juicio para reconocerlo como su trabajador. No lo hizo, y por el contrario volcó su protección hacia la auxiliar de vuelo que lo había involucrado en el problema al ponerlo en contacto con el amigo que le pidió traer el dinero a Colombia. Ella continúa en la compañía, no volvió a trabajar en la ruta a Brasil y nunca se le investigó ni se envío información suya al juicio que se le siguió a Jak en ese país, a pesar de que la justicia brasileña solicitó su testimonio. Las citaciones enviadas para las audiencias disciplinarias continuaron llegando. Avianca decía desconocer su paradero e insistía en el incumplimiento de sus obligaciones como auxiliar de vuelo. Con ese argumento lo despidió. El primer contacto que tuvo Jak con Avianca a su regreso a Colombia, después de ser absuelto, fue un título judicial depositado a su nombre en un juzgado de trabajo, con el cual le cancelaban sus prestaciones sociales. El segundo contacto lo propició el mismo Jak mediante una demanda soportada en noventa documentos, varios testimonios, interrogatorios y hasta un libro escrito sobre su caso, con el que aspira a ser resarcido de los perjuicios morales, patrimoniales y laborales. La justicia colombiana tendrá la última palabra. Avianca, por su parte, le expresó a KIEN&KE que no se manifestará sobre este caso mientras el proceso continúe en los estrados judiciales.
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