Catalina Howard, la quinta esposa de Enrique Tudor, pasó su última noche encerrada en la mazmorra de la Torre de Londres practicando cómo colocar su cabeza sobre el cadalso. Había sido condenada a muerte por infidelidad con un tal Thomas Culpener en el invierno de 1541. El rey no le perdonó su traición a él y al reino inglés. Llegó al cadalso con dignidad pero aterrorizada, el recuerdo de su prima Ana Bolena estaba en su mente y así se lo hizo saber a su familia unos días antes. En el primer envión del verdugo su cabeza rodó en el suelo, tenía un cuello fino, delgado, típico de la aristocracia.
La suerte de Catalina no ha sido la misma de algunos condenados a muerte. La ineptitud de los verdugos, los menesterosos medios de llevar a cabo la sentencia y por la explicación sencilla de un auxilio del más allá, han salvado de la muerte a muchos sentenciados. Aquí unos casos de quienes creyeron escapar a su destino.
La vida es muy corta para lidiar con gente tonta
En un documento de Nueva Gales del Sur de 1872, actual Australia, se encuentra la historia de un asesino registrado como “El hombre Frank”, quien se convirtió en la primera persona en ser ejecutada en Fiji, una isla de la Melanesia, que un par de años después se convertiría en colonia británica.
Los desatinos para cumplir con la orden judicial parecen de no creer: el sheriff nunca encontró el tiempo conveniente para aplicar la pena, a veces se quejaba del viento y otras de la intensa lluvia, después del aguacero ordenó poner a secar la cuerda junto a una hoguera, pasados unos minutos los alguaciles amarraron los pies y las manos de Frank, que a esta altura ya estaba impaciente. Cuando se dio la orden para abrir las compuertas sobre la tarima del ultimado, éstas quedaron atascadas y se tuvo que hacer el hueco por el que bajaría el ahorcado, una vez listo el orificio se procedió de nuevo a amarrar a Frank.
El primer intento en Fiji para cumplir la pena capital provocó uno de los incidentes más notables que se pueden encontrar en los anales de las ejecuciones públicas.
Unos segundos después descendió de un tirón y quedó suspendido en el aire, atado a la cuerda. La multitud que se había hecho presente comenzó a celebrar la muerte del temido asesino. En medio del jolgorio se empezaron a oír unos quejidos del que creían muerto. En efecto, Frank recobró la conciencia y ante la mirada atónita de todos se desanudó las manos e intentó desatar el nudo del cuello sin éxito; un hombre que hacía oposición a la monarquía de Fiji corrió en su auxilio y cortó la cuerda con su espada.
Frank cayó al suelo algo adolorido pero salvado. Después de unos minutos los funcionarios y los ciudadanos decidieron que su pena sería el destierro. Esta ejecución que no se consumó fue uno de los motivos por los que el Imperio Británico se anexó Fiji y otras islas en el siglo XIX.
Sentenciada a continuar viviendo
En 1650, Anne Greene tenía 22 años, era una joven rubia y pálida que servía en la casa de Sir Thomas Read, en Londres. Unas semanas después de ingresar a la mansión Read tuvo un affaire con el nieto del Sir del que resultó embarazada. Cuatro meses después, mientras trabajaba en una granja de la familia Read, Anne sintió los apremios del baño. Fue hasta el retrete y allí tuvo un aborto, “no sabía que estaba embarazada”, dijo a sus amigos semanas después del suceso. El caso es que Anne escondió al feto entre un poco de ceniza y suciedad.
Temió ser acusada de infanticidio cuando algunos trabajadores descubrieron el cuerpo del bebé muerto y lo entregaron a las autoridades. Los reclamos y argumentos de las parteras, que alegaban que un pequeño de veinte semanas no podría haber sobrevivido no fueron escuchados y la joven Anne fue condenada a muerte. Fue colgada en el patio del Castillo de Oxford.
El evento provocó varios folletos, el más notable fue titulado 'Newes de entre los muertos', o 'una narración fiel y exacta de la liberación milagrosa de Anne Greene', escrita por un Scholler en Oxford.
Para evitar sufrir, unos días antes del suplicio pidió a sus amigos que jalaran su cuerpo para que la muerte fuera rápida. Así lo hicieron, una vez hechos los procedimientos de rutina, el cuerpo de Anne fue entregado a una escuela de medicina para su disección en un ataúd de madera. Cuando los médicos abrieron el féretro se llevaron la sorpresa que la joven respiraba, muy levemente y tenía los signos vitales mermados.
La reanimaron y un mes después salió de la escuela de medicina. Los diarios londinenses y los ciudadanos consideraron el caso de Anne como un milagro, por lo que fue indultada. Un año después se fue a vivir a otra ciudad, se casó y tuvo dos hijos, vivió cómodamente y guardó el ataúd como el recuerdo de un mal amor.
"¿Por qué no lo puedo matar? Si de todas maneras vamos a morir"
En el 2009 Romell Broom fue condenado a morir por inyección letal por secuestro, violación y asesinato. Quince años antes fue declarado culpable por el secuestro y asesinato de Tryna Middleton, una niña que iba de vuelta a su casa después de jugar un partido de fútbol en Cleveland. En el 2003 Broom aceptó una oferta del estado de Ohio para un test de ADN con el fin de demostrar su inocencia, sin embargo, la prueba terminó por condenarlo.
Tras la audiencia de clemencia, los verdugos trataron durante dos horas de encontrar una vena adecuada para una vía intravenosa, llegando a los huesos y músculos en el proceso, pero no encontraron ninguna, por lo que debió ser devuelto a su celda y el proceso se aplazó una semana.
Durante esos días, los abogados de Romell declararon que su defendido había sufrido un castigo cruel e inusual durante su ejecución sin éxito. Finalmente presentaron un alegato sagaz, matar a Romell sería destruir evidencia clave en el juicio.
Rommel continúa vivo, a la espera de su apelación.
Broom ha solicitado reiteradamente la repetición de la prueba de ADN por parte de agentes independientes y un cambio de equipo legal.
De vendedora de pescados a imagen de Pub escocés
Maggie Dickson era una vendedora ambulante de pescado escocesa, que mal vivía en Kelso. Su desgracia comenzó cuando su esposo la abandonó en 1723 por lo que tuvo que salir de la ciudad y refugiarse cerca de la frontera con Inglaterra. Trabajó en una tienda por encargos a cambio de techo y comida.
Poco después comenzó un romance con el hijo del posadero del que resultó embarazada. Cuando le comunicó su estado al futuro padre éste la rechazo y la obligó a ocultarlo, de lo contrario la despediría fulminantemente. Cuando todo marchaba con normalidad y su disimulo la salvó de ser señalada, el bebé nació prematuramente y murió a los pocos días. Desesperada y sin nadie a quien recurrir planeó arrojar el cuerpo del pequeño al río Tweed, pero no tuvo las agallas para hacerlo, por lo que prefirió dejarlo en la orilla, cerca a unos matorrales. Regresó a casa.
Aquel mismo día el bebé fue descubierto y Maggie acusada de asesinarlo y de ocultar su embarazo (que era un delito que traía consecuencias penales y morales). Fue juzgada y condenada a morir públicamente en el Grassmarket el 2 de septiembre de 1724.
Técnicamente Maggie Dickson fue condenada a la horca por ocultamiento de un embarazo.
Tras el ahorcamiento fue declarada muerta y su cuerpo fue llevado a Musselburgh, donde iba a ser enterrado. En la mitad del camino, el cochero escuchó unos golpes desde el interior del ataúd de madera. Levantó la tapa, y vaya sorpresa que se llevó: Maggie tenía los ojos abiertos. La ley de Escocia asumió el suceso como la voluntad de Dios y fue liberada a vivir otros cuarenta años. Maggie se convirtió en una celebridad local, la gente le llamaba 'Half Hangit' Maggie'.
Algunas conjeturas dicen que Maggie sedujo y manipuló al carcelero para diseñar un lazo más débil, con la promesa de unirse a él después del engaño. Mientras tanto, hay un pub en Grassmarket con su nombre, y hasta una cerveza rubia (la Half Hangit Beer) en su honor.
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Dom, 06/10/2013 - 03:48
Catalina Howard, la quinta esposa de Enrique Tudor, pasó su última noche encerrada en la mazmorra de la Torre de Londres practicando cómo colocar su cabeza sobre el cadalso. Había sido co