–Liz Taylor nunca había tenido la oportunidad de conocer un ser tan natural como era yo. Eso le cayó muy en gracia. Yo no hablaba inglés, mi francés era de principiante y ella tampoco hablaba francés. Entonces chapoteábamos en un francés roto y mi mal inglés. Siempre se sorprendió mucho de que yo hubiera llegado hasta su núcleo, que era tan esnob, sin siquiera haber estudiado nada. Compartimos el palco de Michel en las carreras del hipódromo de Longchamp un par de veces. Siempre hablábamos de sus joyas y sus orígenes y ella me contaba la historia de cada cosa que se ponía. En una ocasión, para una comida, se puso exceso de joyas para poder contármelo todo.
Humberto Quevedo se acuerda de la belleza y lo excéntrica que era Liz Taylor, que en esa época andaba con el actor británico Richard Burton. Además asegura que sus ojos no eran violetas.
–Sus ojos eran fuera de serie. Liz Taylor hablaba con los ojos. Pero, pues, ¡de violeta no tenían nada! Eran como un color hazel, como verdoso, un color que cambiaba con el maquillaje que le hacían. El morado era un efecto y un mito.
¿Y cómo llegó Humberto Quevedo -que entonces se definía a sí mismo como un vil ignorante pueblerino muy feo, más feo que el hambre- a compartir un palco en las carreras de Longchamp con Elizabeth Taylor, un palco en la Ópera de París con los actores Georges Aznavour, Alain Delon y Romy Schneider, y la soprano Maria Callas, y a pasar vacaciones en Saint-Tropez con Brigitte Bardot y Jane Fonda?
Quevedo asegura que los ojos de la actriz Elizabeth Taylor no eran de color violeta.
–Muchas veces lo feo tiene su atractivo. Era tan feo, pero era tan gracioso, y encima de eso bailaba y echaba chistes. Así terminaba viéndome lindo. Eso causaba sensación, y más en este medio en el que vivía en que sí eran divinos todos.
Humberto salió de Palmira y llegó a Europa por primera vez en un barco de inmigrantes en 1967, tenía 17 años. Desembarcó en la Barcelona de Franco que le pareció mucho más atrasada que Colombia. Años después partió hacia París haciendo auto-stop y contó con la ayuda de una pareja española que se dirigía hacia la frontera con Francia para ver lo que denominaron una película porno, prohibida en España: El último tango en París.
Ya había tomado una decisión, en lugar de encerrarse con los pocos inmigrantes colombianos que había en París a limpiar oficinas y baños, y nunca aprender francés, se iba a dejar entretener por señores ricos. Al fin y al cabo era la época de furor del hipismo, la paz y el amor. Amor libre y libertad sexual.
Apenas llegó a París se informó sobre cuáles eran los sitios de moda frecuentados por homosexuales, y así llegó a Le Fiacre, que era famoso por sus clientes multimillonarios y aristocráticos. Allí conoció a Michel, un hombre de 50 años que era dueño de una de las agencias de publicidad y actores más prestigiosas del momento. Había elegido un señor que le parecía elegante, distinguido, buen mozo y rico, pero nunca se imaginó el alcance del mundo que le abría sus puertas.
Ya se había acostumbrado a dormir en un parque cuando no tenía dónde más hacerlo. Pero esa noche durmió en la casa de Michel y recibió una suma de dinero que al día siguiente lo llevó a comprar zapatos y un abrigo de invierno. Humberto no tenía una tarifa y tampoco pedía dinero. Simplemente entretenía y se dejaba entretener y mantener por esos hombres poderosos. Era un gigoló.
–No se me ocurría pensar en que iba a buscar plata. Yo iba a divertirme. Y a buscar el mundo que yo había llegado a encontrar en París.
Siempre le gustaron los hombres mayores, de quienes aprendía mucho. Era y es un buena vida, le gustaban los lujos, las joyas y la moda, la gente distinguida y bien vestida. Sabía que esas personas iban a llevarlo a lugares que él no podía pagar. Nunca tuvo una mala experiencia. Tuvo muy buen ojo para escoger a sus amantes de esa época que luego se convirtieron en sus amigos y sus padres. Y siguió en contacto con ellos hasta que fueron muriendo.
–Yo daba tanta felicidad y convivíamos momentos tan divertidos y tan ricos. A uno se le tuerce la vida cuando hace cosas torcidas, pero yo, en la vida que tenía, entre más ligero de equipaje, mejor. No ambicionaba tener cosas materiales, aunque me gustaba todo lo bueno, y las joyas, me gusta siempre haberlas comprado o heredado de gente a la que he querido mucho. Nunca tuve que robar. Ese no era yo.
El estilista no tiene nada de que avergonzarse, para él todo es divertido.
–¿Qué diferencia hay en la forma en que se juzga a una mujer cuando vende su cuerpo, a como se juzga un hombre cuando hace lo mismo?
–La mujer lo coge como una profesión o como una cosa para salir de pobre. Los hombres no lo hacemos para eso, sino para divertirnos. Para tener dónde meterlo y para nada más. A la mujer un hombre le pica el ojo y ya está brillando la argolla pensando que se van a casar. Un señor les para en la calle y ya la mujer está viendo el carro para saber cuánto le van a dar. La puteria entre la mujer y el hombre es muy diferente. Por eso juzgan a la mujer por ser una prostituta y al hombre, que se come a 5, no.
Humberto era muy ingenuo y todo le parecía divertido. No le veía el mal a ninguna cosa. Dormir en una calle porque un señor no podía alojarlo en su casa era normal. Esos contrastes no lo afectaban. Se fumaba un bareto o un trago de más y se quedaba disfrutando hasta que amanecía. Se inventaba cosas, como que era un estudiante sin dinero moviéndose haciendo auto-stop y eso a la gente le parecía muy divertido y entonces le daban dinero y lo ayudaban. Ese era el intercambio, no se hablaba de dinero y nunca lo pedía. Mientras tanto entraba y salía de París, no estaba permanentemente en ninguna parte, y daba vueltas por Europa.
Durante unas vacaciones en Saint-Tropez con Michel, el Papa Pablo VI visitó Colombia, lo que a Humberto lo puso melancólico y entonces su amante le dijo: “Cuando lleguemos a París, si todo funciona bien entre nosotros, pues te vas a pasar un rato a tu tierra”. Humberto volvió en avión a Colombia luego de un año de su partida, en primera clase. Hablaba tres idiomas y traía regalos para todo el mundo. Se dio el gusto de mostrarle a su familia que no se iba a quedar lavando inodoros y les contó que lo mantenía un señor rico. No era un secreto y a él no le daba vergüenza admitirlo.
–Esas cosas a uno le llenaban el ego, y ahí mismo me di cuenta de que yo no tenía nada que hacer en Palmira.
Al comienzo de su carrera, la actriz y activista francesa Brigitte Bardot era insoportable y todo el tiempo buscaba llamar la atención, asegura Quevedo.
Tuvo la oportunidad de conocer a Brigitte Bardot, cuando la francesa apenas comenzaba su carrera. Bardot tenía un amante italiano que era el dueño de una discoteca que estaba de moda en Saint-Tropez, entonces se dedicaba a buscar a sus amigos para llevarlos a todos a la discoteca de su amante.
–Era absolutamente divina. Ella era el show, en ese momento no había nada más que ver en Francia. Era la diva. Era un poco exagerada en su feminidad y su gritería. Muy escandalosa para mi gusto. Siempre llamando la atención. En ese momento estaba apenas surgiendo. Estaba muy enamorada de su amante y entonces hacía mucha bulla para hacerle publicidad a la discoteca. Yo estaba en el grupo con ella pero no hablamos más de tres palabras.
–Es claro que todo este mundo te influenció fuertemente, pero, ¿influenciaste a esta gente de alguna manera?
–Sí, mucho. Mucho. En esa época del hipismo en que la idea era que se desmontaran de eso tan aburrido que tenían. Ellos se creían los dioses de todo y yo les hice caer en cuenta de que eso tenía que dejar de ser y debían volverse más asequibles. De que se untaran un poco más de pueblo. En esa época la nobleza estaba en decadencia, todos estaban pobres pero querían figurar. Los desacartoné, les mostré que los negros, gays y lesbianas eran parte de todo. Que los gringos, tan brochas, se estaban mezclando con la aristocracia. Michel, que era tan sofisticado y refinado, pudo hacer cosas conmigo que nunca había hecho, como dormir en una carpa, andar en bus, caminar bajo la lluvia, comer comida colombiana. Yo lo desmontaba de su vida cotidiana y él me montaba en el glamour que tenía.
El glamour al que estuvo expuesto fue algo que solo había visto en películas. Era algo de otro mundo. Michel Goma, que fue diseñador para Jean Patou en la Casa de Patou (donde han diseñado desde Karl Lagerfeld hasta Jean Paul Gaultier) durante 10 años, había sido amante de Michel, entonces tenían acceso a todas las colecciones. El día de Mardi Gras, en que los hombres se visten de mujeres, Michel Goma les abrió los closets donde guardaba los vestidos que le hacían a la cantante y bailarina Josephine Baker y a las grandes divas del momento, para que escogieran qué se iban a poner esa noche. Había vestidos sin estrenar. Los maquillaron los maquilladores de la Casa de Patou y anduvieron por París con vestidos y pieles que valían millones, como cualquier diva parisina. Eran cosas tan inverosímiles que Humberto se pellizcaba a sí mismo.
También conoció al actor francés Alain Delon, quien le coqueteó, afirmando así su bisexualidad.
En una ocasión, el actor francés Alain Delon, que en ese momento estaba filmando la película La piscina con Romy Schneider, le coqueteó. Delon, que hoy en día pareciera ser homofóbico, era bisexual. Humberto no pudo y aún no lo puede creer, y quedó con ese fantasma durante mucho tiempo.
–Simplemente con una cogida de mano y una picada de ojo yo ya me mojé.
Pasado un año desde su llegada a París, Humberto Quevedo sintió que ya había llenado su cuerpo de Francia. Además no tenía deseos de estar con un hombre ni por amor ni por dinero. Desde que salió de Colombia tenía la meta de llegar a la India, quería hacerlo antes de que se acabara el hipismo. Entonces lo puso en una báscula: ¿qué quería hacer, seguir siendo un gigoló, o seguir con su aprendizaje? Tomó su decisión y le pidió a Michel un break. Dejó un carro, pieles y joyas para que él se las cuidara y se fue. Luego ya nunca volvió a su casa como amante, y se volvieron grandes amigos hasta su muerte hace dos años.
Humberto Quevedo desmitifica a los íconos del cine
Jue, 26/09/2013 - 15:14
–Liz Taylor nunca había tenido la oportunidad de conocer un ser tan natural como era yo. Eso le cayó muy en gracia. Yo no hablaba inglés, mi francés era de principiante y ella tampoco hablaba fr