En estos días de fin de año dedico muchas horas a estar conmigo mismo. A este maravilloso espacio lo llamo “el silencio reparador”, en donde sin afanes ni compromisos, puedo soltar el reloj que me acompañó durante estos meses y gozar del arte de desacelerar el tiempo e invertirlo en lo que realmente vale la pena: paseos y caminatas; dormir plácidamente, masticar muy despacio y saborear la comida; leer, escuchar música respirar mejor, reparar mi autoestima y estar en contacto íntimo con mi esencia interior.
Ya lo decía el gran médico griego Hipócrates, quien ejerció su profesión durante el llamado siglo de Pericles: “tus fuerzas naturales, las que están dentro de ti, serán las que curarán todas tus enfermedades”.
Estoy de acuerdo con ese importante descubrimiento. El órgano del cuerpo que más energía gasta y además está “encendido” todo el tiempo es el cerebro humano, de ahí que consume el 20% de la energía producida por todo nuestro organismo.
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Su principal combustible es la glucosa, razón por la cual descansar, dormir a sus horas y alimentarlo de forma ordenada suministrándole bastante oxígeno limpio, son elementos que lo mantienen sano y agradecido. Si volvemos un hábito cuidar de nuestro cerebro, no cabe duda de que el cerebro cuidará de nosotros.
Por eso, debemos revaluar la dudosa creencia popular de que sólo usamos un pequeño porcentaje de su verdadera fuerza, y que si logramos entrenarlo adquiriríamos “súper poderes mentales”. Nada más lejos de la realidad que esa premisa, pues el cerebro y el inconsciente saben muy bien las necesidades que cada uno de nosotros tiene para evolucionar de una forma sana y armónica.
De ninguna manera necesitamos convertirnos en algún “superhéroe” para aprender a ahorrar nuestra energía emocional y vivir con la fuerza amorosa que nos ofrece una vida simple.
Mientras buscaba simplicidad para inspirarme en mi último artículo de este año que culmina, me sorprendió una pequeña historia zen escrita hace cientos de años y cuya fuerza me fue transmitida de “alma a alma”. Además, me llenó de ánimo y entusiasmo para proyectar mis prioridades y expectativas del nuevo año que comienza:
[caption id="attachment_1232134" align="aligncenter" width="632"] Cortesía Juan Pablo Martí[/caption]
“Al sur de la India, vivía hace mucho tiempo un rey que tenía tres hijos.
En cierta ocasión, queriendo comprobar el grado de la sabiduría de cada uno, les interpelo del siguiente modo:
- Decidme, hijos míos: ¿Cuál es la mayor hazaña, el logro más importante que un hombre puede realizar en la vida?
El mayor dijo:
- Querido padre, a mi parecer, la mayor hazaña que puede realizar un hombre es someter a sus vecinos, agregar sus estados al suyo propio y reinar como soberano absoluto de su pueblo numeroso, siendo amado y respetado por sus súbditos.
El segundo dijo:
- Para mí, no hay hazaña más grande que viajar a través de toda la tierra, conocer los más recónditos lugares, y que no haya país en el mundo que resulte extraño o desconocido.
El tercero, apenas un niño de ocho años, dijo lo siguiente:
- Querido padre, hay una hazaña más grande que es difícil y grandiosa como ninguna otra en el mundo. Una hazaña que pocos intentan y aún menos consiguen: conocerse a sí mismo.
Este hijo pequeño del rey, renunciando a la corte y a sus riquezas, se hizo monje, y con el tiempo introdujo el budismo genuino, I sin den sin, de mi alma a tu alma, más allá de las letras y las palabras, en China. El nombre de este pequeño príncipe era Bodhidharma y fue el primer patriarca del Budismo Zen”.
El monje Bodhidharma era el tercer hijo del Rey Simhavarman de una familia de casta Bramini proveniente del sur de la India y llegó a la China bajo el reino del Emperador Liang Wu Di de la Dinastía Liang, y durante nueve años se sentó a meditar al lado del Templo Shaolin frente a una pared en la parte superior de las Cinco Cumbres. Esto sin lugar a duda, nos demuestra que conocerse a sí mismo es una labor que implica compromiso, valentía, paciencia y una gran voluntad de trascendencia espiritual.
La fuerza de una vida simple
Lun, 30/12/2019 - 06:15
En estos días de fin de año dedico muchas horas a estar conmigo mismo. A este maravilloso espacio lo llamo “el silencio reparador”, en donde sin afanes ni compromisos, puedo soltar el reloj que