Los colombianos aún recordamos la primera orden ejecutiva que Gustavo Petro dio, el día de su posesión, al exigir que le llevaran a la Plaza de Bolívar la espada del Libertador porque deseaba sentirla a su lado como un bien preciado, una muñeca ensoñadora y turbadora, o algo así, y no en la Casa de Nariño a modo de objeto histórico de difícil acceso.
Es que, además, desde sus entrañas, quería dejar claro que el presidente era él. ¡Punto! Buscaba que el país empezara a entender que su nuevo mandatario sería impredecible, esto es, alguien con ambiciones, reacciones y decisiones súbitas.
El fondo del asunto no era algo aislado, como la bendita espada, de la vida de Petro. En su mente, dicho objeto yacía muy escondido. Escondido estuvo en manos del movimiento M-19 tras tomarlo por la fuerza el 17 de enero de 1974, en la Quinta de Bolívar de Bogotá, hecho que se robó la admiración del hoy presidente, militante de esa organización.
Ignoro si llegó a cargarla en tal época. Sin embargo, quizás por haberla tenido muy cerca, se puso nostálgico y exigió que se la llevaran a manera de testigo elocuente del juramento y hacerse al derecho de pasearse por los rincones más íntimos de la Casa de Nariño, en donde, de tarde en tarde, recordará el robo de la espada dado el tiempo que el histórico símbolo estuvo bajo vigilancia de sus compas del M-19.
Pero también sus manos han sentido nostalgia del fusil que llevara de guerrillero. Y justo, por experimentar tales sensaciones, adopta el lápiz en sus intervenciones, el cual casi nunca le falta, esté donde esté, objeto que en sus manos puede ser tan peligroso o tentador como la espada y el fusil. Así mismo, con aquel elemento, Petro busca efectos, según lo hizo con el fusil o la espada. Ejemplos:
▪ Sentir que no tiene un lápiz, sino un bastón de mando.
▪ Decir lo que le venga en gana.
▪ Señalar algo o a alguien.
▪ Significar que él es quien tiene la sartén por el mango (¿para freír a los opositores?).
▪ Escribir la historia o amañarla cuando le dé la gana.
▪ Sacarle punta a cualquier asunto, como el de esparcir la vida en las galaxias.
▪ Borrar del gobierno a quien desee.
▪ Adoptar una idea o decisión que puede tachar luego porque sí.
▪ Sentirse un caudillo hipnotizador, cuyo lápiz acaricia y adormece a sus tenientes, pacientes, parientes, malquerientes y bienquerientes.
▪ Desear que los oyentes crean que están frente a un verdadero “maestro”…
El bendito lápiz, pues, le recuerda el fusil de la rebelión y la espada de la posesión, cuyas imágenes lo mueven a que ese utensilio se convierta en otra arma, y ésta en una tromba. Por ello, Petro cada vez parece estar “más perturbado” (según dijo esta semana el periodista Daniel Coronell), o sea, más belicoso.
INFLEXIÓN. Presidente Petro: le dedico esta maravillosa reflexión del teólogo Reinhold Niebuhr, escrita en 1932: “Dios me dé el valor de cambiar las cosas que pueden cambiarse, la paciencia para aceptar las que no puedo remediar y la sabiduría para distinguir entre ellas”.
¡Que así sea!
