Gilma Jiménez nunca ha hablado con un violador, pero dice que al verlos en las audiencias siente ganas de golpearlos. Cuando entra a un despacho judicial, los guardias del Inpec rodean al sindicado porque piensan que los va a agredir. Sin embargo, su mayor arma no han sido sus puños, sino su espíritu combativo con la ley en mano.
Jiménez ha llevado hasta sus últimas consecuencias casos como el de Arcebio Álvarez, el Monstruo de Mariquita, aquel personaje que abusó de su hija durante treinta años y tuvo con ella ocho hijos. Tampoco descansó hasta lograr la deportación, en 2009, del ex subintendente del Ejército Rudy Alonso Suárez Corrales, quien huyó a Atenas, Grecia, después de violar y asesinar a la menor Katherine Huertas Vanegas. Y no se sintió tranquila hasta que la justicia condenó a Orlando Pelayo, el papá de Luis Santiago, quien apareció asesinado en un paraje cerca de Bogotá en septiembre de 2008. Esta semana la senadora de acero, como llaman Gilma, le envió una carta al presidente Juan Manuel Santos para que incluya en las sesiones extras del congreso el proyecto de prisión perpetua para los violadores.
Pero ¿cómo hace para vivir Gilma Jiménez con esa carga emocional? ¿Cómo hace para no enfermarse al escuchar a diario las historias más aterradoras sobre la condición humana? Fácil, dicen quienes trabajan a su lado. Viaja, baila, escucha música, y cuando puede se divierte con Diego, su nieto de cinco años. Nunca se desprende de la realidad. Ve al menos cinco noticieros al día y está pendiente de denuncias de violación o maltratos de niños que salen en los medios para ponerse al frente de ellos. Es su obsesión. No quiere que las estadísticas sobre violación y maltrato a niños aumenten. Según las cifras que maneja su oficina, más de un millón de niños son maltratados al año en Colombia. 25.000 son explotados sexualmente y 50.000 son violados. Una cifra que dice mucho de un país enfermo.
Gilma tuvo una adolescencia sana, aunque no fue del todo feliz. Cuando tenía diez años, su papá, un comerciante caldense, que se fue de Bogotá a Villavicencio para administrar estaciones de gasolina, murió en un accidente cuando se le disparó un arma a un amigo.
Su mamá, quien lleva su mismo nombre, tuvo que ingeniárselas para sacar adelante a sus tres hijos. Se empleó en la Imprenta Nacional, donde hacía la revisión de textos institucionales. De allí pasó a la multinacional Coca Cola, donde se encargaba de hacer recorridos a quienes visitaban las instalaciones de esa empresa.
Mientras tanto, Gilma y sus hermanos estudiaban en instituciones públicas. A los 17 años, cuando estaba en sexto de bachillerato, la hoy senadora resultó en embarazo. Con esa novedad le tocó, a la fuerza, combinar los oficios de mamá prematura y estudiante. Eso le forjó el carácter. Más tarde estudió Trabajo Social en el Colegio Mayor de Cundinamarca, porque su sueño era trabajar en el Instituto de Bienestar Familiar.
Terminada la universidad, Gilma por alguna razón, llegó a la campaña presidencial de Virgilio Barco. Allí la atendió el ex gobernador de Cundinamarca Julio César Sánchez, quien le ofreció el único trabajo disponible: atender al público. Se ganaba $50.000 mensuales. Años después fue asesora en la gobernación de Cundinamarca. Allí conoció a Enrique Peñalosa, y desde entonces está a su lado.
Gilma Jiménez siempre ha estado en el centro de la noticia cuando de niños maltratados se trata. Algunos todavía recuerdan cómo en agosto de 2007 luchó sin tregua, para que la justicia le diera el máximo de cárcel a una pareja de jóvenes paisas que, producto de la droga y el licor, arrendaban a Camilo, su hijo de dos años, para que fuera violado. Al menor lo llevaron a una clínica de Medellín en estado terminal y a los veinte días de su ingreso murió por cuenta de los maltratos. Los papás fueron condenados a cuarenta años de prisión.
A finales de diciembre pasado, la senadora se comunicó con el cantante vallenato Silvestre Dangond para decirle que no saliera a los medios a decir “pendejadas”, y que se disculpara en público por haber puesto a cantar a un menor en su tarima, darle $200.000 pesos y luego tocarle sus genitales. Fue por ella que el país conoció el argumento Dangond, quien explicó que se trató de un acto cultural, pero que no era abusivo contra el menor.
Un año atrás, la esposa de un reconocido cirujano plástico de Bogotá denunció en la Fiscalía que una de sus hijas gemelas, de tres años de edad, habría sido abusadas por el médico. La funcionaria judicial que recibió la queja no le prestó mayor atención al tema. Desesperada, buscó la asesoría de Gilma Jiménez, quien no dudó en montar un escándalo mediático para que esa denuncia tuviera eco en los estrados judiciales.
La senadora Jiménez recogiendo firmas para sus causas contra el maltrato infantil.
Pero después de dos años de lucha intensa, la entonces concejal logró que la Fiscalía imputara cargos al galeno, quien recibió la casa por cárcel. Cuatro años han pasado y no ha sido posible iniciar un juicio formal en este caso.
Y así, entre casos absurdos de violencia contra los menores y visitas a despachos judiciales, pasan los días de esta trabajadora social que llegó al Senado en septiembre pasado para continuar su batalla contra el maltrato infantil. En ocasiones, esta congresista no tiene tiempo para dedicarse a otros temas del país. Un día recibe llamadas de algún papá desesperado de Cali que quiere denunciar el abuso de su niño. Otro día la de una tía de un menor de Chía que quiere denunciar un caso de violación. Y otro atiende un asunto en Popayán.
En total, la congresista ha conocido más de cinco mil casos en los últimos años. Cuando el tiempo se lo permite, Jiménez acompaña a las familias a los estrados judiciales hasta que se produzca el fallo contra el sindicado.
Por eso se ha vuelto popular, pues por donde pasa le hacen venia y la aplauden por su efectivo oficio en favor de los menores maltratados. Su fama ha crecido tanto que hace unos meses un abogado la llamó desde Honda, Tolima, para contarle que había tenido que amenazar a un juez con solicitar su presencia si el caso no se desarrollaba con velocidad. Con esa intimidación, contó el abogado, el juez aceleró el proceso y castigó a los violadores.
Su trabajo lo hace con un cigarrillo en la mano. Se fuma más de treinta al día. Tose cada segundo, habla duro y rápido. No deja nada al azar. Está pendiente de todo cuanto hacen los diez dependientes que tiene en su despacho. Le acaban de dar la que fue oficina del ex senador Vargas Lleras y Javier Cáceres. Es grande y tiene ventanas. Allí puede fumar.
La mayoría de los ciudadanos que votan por Gilma Jiménez la asocian sólo a temas de maltrato infantil. Pocos saben que fue ella quien, desde la secretaría de Bienestar Social del Distrito, construyó la red de jardines sociales, en 2004. Contribuyó a establecer programas integrales para la atención de habitantes de la calle y promovió temas como la prohibición de las Chiquitecas, la exigencia de estándares de calidad para los jardines infantiles y la gratuidad de métodos de planificación familiar.
A esta senadora muchos la consideran terca. Pero gracias a esa terquedad logró en 2008, que las fotos de varios violadores fueron expuestas en grandes vallas que ella llamó Los Muros de la infamia. Pero una tutela interpuesta por abogados de los victimarios tumbó esa iniciativa, dizque por la violación a su intimidad y al buen nombre. Una verdadera contradicción.
Gilma Jiménez logró en 2008 que violadores aparecieran en vallas.
Los temas que maneja son populares. Sin embargo, ella dice que no es populista ni ha hecho política con la tragedia de los demás. Sin pretenderlo, ha alcanzado grandes votaciones. En 2008, durante su segunda campaña al Concejo, fue la mayor votación liberal en Bogotá, con 18.000 votos. Cuatro años más tarde en su aspiración al Senado, de la mano del Partido Verde, obtuvo 217.000, la mayor votación de esas elecciones.
Nadie sabe cómo alcanza esos números, porque no va a barrios pobres a brindar lechona, licor o tejas para recoger votos. Tampoco ofrece empleo ni contratos. Tampoco se cree de la élite política colombiana y no se siente más o menos que nadie. No mira por encima del hombro a nadie. No viste ropa de marca. No imposta la voz. Es autentica. Ella sabe que tiene un potencial y no hace alarde de eso.
No se ufana cuando gente de todos los estratos, a lo largo del país, le dicen que rezan por ella y la abrazan como si fuera la Virgen. Se ha ganado la confianza pública por una causa justa: los niños.


