En agosto de 1911 Vicenzo Peruggia, un carpintero y exempleado del Museo del Louvre robó la Gioconda o Monalisa del célebre museo parisino. El robo causó revuelo en la capital francesa y movilizó a la policía, autoridades políticas, curiosos y marchantes tanto del mercado legal como del negro, en la búsqueda de la obra de Leonardo da Vinci. Casi seis décadas después, el 21 de mayo de 1972, Laszlo Toth, un biólogo húngaro que vivía en Australia le propinó cincuenta martillazos a La Pietá de Miguel Ángel, dejando el rostro de la Virgen María seriamente afectado.
Las explicaciones que dieron una vez esclarecidos los hechos se movieron entre lo disparatado y lo reivindicativo: Toth vociferaba que él “¡Era el Jesucristo resucitado entre los muertos!”, estaba algo mal de la cabeza; en tanto Peruggia argumentó que si La Gioconda había sido pintada en Florencia, por un florentino y la modelo fue una paisana de Leonardo, pues el cuadro debería estar en Florencia y no en París.
Toth no era nadie antes de su crimen y lo fue todo después de él. Se convirtió en el icono de una corriente que rechazaba la institucionalización del arte, el consumo antes que la contemplación.
Los escándalos en el arte han sido de todo tipo y de todos los pelambres: robos, desapariciones, quemas, destrucción y falsificaciones forman parte de los alborotos y confusiones tejidas sobre artistas y sus obras. Aquí un selección.
El enorme tapiz de lana, cáñamo y cuerda de 66 metros cuadrados que el pintor catalán Joan Miró diseñó para adornar el vestíbulo del World Trade Center está hoy perdido en los escombros de los atentados del 11 de Septiembre de 2001. En 1974, el propietario del Port Authority de Nueva York encargó a Miró este enorme mural para el vestíbulo del rascacielos más alto de La Gran Manzana. El artista se ayudó de un tapicero para poder terminar el encargo en los tiempos acordados. Tras permanecer un par de meses expuesto en París el tejido de cuatro toneladas de lana y cáñamo viajó a Estados Unidos.
No va ser rehecho ni tendrá una segunda parte, en los atentados también se perdieron obras de Alexander Calder y Roy Liechtenstein.
Josep Royo, el tapicero escogido por Miró, y cinco personas más dedicaron siete horas diarias durante un año a tejer el tapiz más grande jamás realizado por ambos artistas en el taller que Josep Royo tenía en Tarragona.
Suerte similar vivió el pintor vienés Gustav Klimt con su obra La Filosofía, que pintó en 1908 y que desapareció en 1945 en un incendio en el epílogo de la Segunda Guerra Mundial. Debido a los bombardeos de los Aliados sobre Viena, los nazis, que fueron grandes coleccionistas de arte, decidieron trasladar al castillo de Immendorf toda la colección confiscada a las familias judías desde 1933. A inicios de mayo de 1945, con Hitler ya muerto, y ante la inminente llegada de las tropas soviéticas, las SS incendiaron el castillo para que su valioso contenido no cayera en manos rusas.
El 26 de septiembre de 2001 ocurrió algo similar, esta vez en Afganistán, cuando la milicia ultra ortodoxa de los Talibanes detonó la cabeza de la mayor estatua de Buda del mundo, tallada en la roca de una montaña hace 1.500 años en la provincia de Bayimán (centro del país). Para destruir la cabeza de la estatua, de 55 metros de altura, los Talibanes utilizaron misiles antiaéreos, tanques y dinamita.
Afganistán fue hace varios siglos un centro de la civilización budista, antes de que los ejércitos árabes introdujeran el Islam en la región, en el siglo VIII. Los Talibanes afirmaron que la destruyeron en nombre del Islam, a pesar de la protesta de la comunidad internacional y varios países musulmanes.
La decisión de los talibanes desató una oleada internacional de condenas y varios países y museos expresaron su interés en adquirir las figuras para salvar el bagaje cultural afgano.
Entre los escándalos no podían faltar los grandes robos, como el que ocurrió en 1990 en el Museo Gardner en Boston. El museo fue creado por Isabella Stewart Gardner, que pertenecía a la alta sociedad de la ciudad y era fanática del arte renacentista italiano. En la madrugada del 18 de marzo de 1990, cuatro ladrones disfrazados de policías se hicieron con obras de Rembrandt, cinco de Degas, una de Govaert Flinck, una de Manet, un jarrón chino de la dinastía Shang y un óleo de Johanes Vermeer. Las obras estaban valoradas en más de 200 millones de dólares. Desde entonces no se sabe el paradero de ninguna obra y la autoría del robo nunca fue esclarecida.
¿El arte existe? Es una pregunta que se ha hecho filósofos y sociólogos. Lo cierto es que, después del escándalo de su robo, la 'Monalisa', adquirió la universalidad y fama de las que goza en nuestros días.
En nuestro país algunas obras de arte han sido víctimas de robo (Luis Caballero en la Galería Garcés en el 2011) o vandalismo. Al propio Fernando Botero le han dinamitado, pintado y hasta mutilado diferentes esculturas. Se recuerda en especial ‘La Gorda de San Pío’ en Bucaramanga, que fue tachonada en una marcha estudiantil en el 2012 y le lanzaron una papa explosiva el mismo año. Por fortuna, no sufrió grandes daños.
Un caso similar ha sido el John Lennon de oro, que el otrora narcotraficante Carlos Lehder mandó a esculpir al artista Rodrigo Arenas Betancourt para ser parte de su casa campestre, Posada Alemana. La obra costó unos 400 millones de pesos de aquella época. Tras la captura y extradición de Lehder a mediados de los ochenta, Posada Alemana fue abandonada y desmantelada, incluida la escultura de dos metros de altura y una colección de fotografía de The Beatles que el mismo Lehder mandó a hacer en Londres. La Dirección Nacional de Estupefacientes conserva cerca de veinte mil obras de arte, incluidos algunos “Rubens” de alias ‘Rasguño’.
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Dom, 25/08/2013 - 04:01
En agosto de 1911 Vicenzo Peruggia, un carpintero y exempleado del Museo del Louvre robó la Gioconda o Monalisa del célebre museo parisino. El robo causó revuelo en la capital fra