Como corresponde a una diva de Hollywood, María Magdalene Dietrich quiso hacerlo todo, y si no todo lo logró, de seguro lo intentó.
Empezó su carrera como actriz en su Berlín natal, trabajando para los directores más importantes de la República de Weimar, como Josef von Sternberg, director de la exitosa Ángel Azul. Pero Dietrich también quería ser cantante, y pronto empezó tanto a cantar en sus películas como a grabar las bandas sonoras, primero interpretando clásicos alemanes y luego canciones de su propia invención. Después, en la década del cincuenta, cuando su carrera cinematográfica había empezado a decaer, se volvió estrella de cabaret en Londres y en Los Ángeles, asegurándose hasta los setenta años un puesto en los escenarios.
Pero la joven Dietrich, ya relativamente famosa en Alemania, quiso volverse famosa en Hollywood, y hacía allá viajó en los años treinta, donde se hizo, con la Paramount, la rival de Greta Garbo, la diva titular de MGM. Entonces trabajó con directores como Hitchcock y Orson Wells, haciendo a veces éxitos y a veces fracasos de taquilla, pero siempre trabajando. Actuó en más de veinte películas, la última de las cuales fue Just a Gigolo, de Devid Hemmings, cuando contaba ya con setenta y ocho años.
Durante la Segunda Guerra, ya ciudadana americana, llevada por una vieja aversión a los Nazis, se dedicó a conseguir fondos para la guerra y a viajar por los campamentos y hospitales militares americanos para endulzar el sufrimiento de los soldados. De esa época es su canción Lili Marleen, que fue parte de un proyecto americano de desmoralizar las tropas enemigas con tristes canciones de la guerra. Una vez derrotados los alemanes, continuó haciendo apariciones con intenciones políticas, como cantar en alemán tanto en Estados Unidos como en Israel, con el fin de mitigar los odios de la Guerra Fría. Eso le valió medallas de la libertad por parte de americanos y franceses, y le dio un estatus moral que su carrera artística no habría podido conseguirle.
Pero también en su vida privada Dietrich lo quiso probar todo, y aunque estuvo casada gran parte de su vida y tuvo una hija, también tuvo una larga lista de amantes, hombres y mujeres, entre los cuales se cuentan figuras de la cultura y la política del momento que van desde Hemingway y Bernard Shaw hasta Kennedy, pasando por Edith Piaf, y Mercedes de Acosta, amante previa de Greta Garbo.
Cuenta su hija en su biografía que los romances duraron aún más que las películas, incluso a sus setenta años, cuando ya vivía retirada y casi encerrada en su apartamento de París, en el que habría de morir veinte años después, habiéndolo intentado todo.