Tiene unos ojos muy serios que por momentos hacen creer que se trata de un hombre bravo. Quien no lo conozca no se imagina el humorista que lleva dentro.
–Yo antes sentía calor todo el tiempo y ahora siempre tengo frío y duermo con medias. –Nadie le ha preguntado y Jorge Alfredo Vargas parece pensar en voz alta.
Casi a las 11 de la mañana comienza a sufrir, preocupado, porque cuando cerró la puerta del carro quedó su chaqueta atrapada y se partió un botón por la mitad.
–Mira lo que me pasó, ¡mira mi botón! Hazme el favor… ¿Qué hago, se nota? –Esa será la chaqueta que se pondrá para el noticiero de la noche y luego para un cocktail en el Nogal para su gran amigo José Gabriel. Si él no lo hubiera notado, nadie se habría dado cuenta.
Está sentado entre Juan Roberto Vargas y Vanessa de la Torre, frente a un micrófono, un laptop, un iPad, un BlackBerry, un iPhone y un pañuelo blanco de tela. A un lado tiene una botella de aloe y un queso pera. Mueve mucho las manos y baila en su silla mientras presenta la canción Claridad, de Menudo. Comienza a perder la paciencia cuando la respuesta de cualquiera de sus invitados se alarga mucho, pero no interrumpe. No se queda quieto un segundo y apoya sus lentes sin marco sobre la punta de la nariz, como un viejito, cuando tiene que leer.
A las 12 del día termina su participación en Blu Radio. Se para de la mesa de la cabina y comienza a organizar revistas, papeles, periódicos, tazas y botellas a su alrededor. A su salida, como si fuera a volver a entrar a la cabina, cuadra la temperatura.
–Yo ordeno todo el día porque está desordenadísimo todo. –Solo él ve tal desorden. –Es que yo soy psicorígido.
El presentador de noticias asegura que aún sufre cuando ve una Coca-Cola que no se puede tomar.
Tiene la billetera organizada con la cara de los billetes hacia adelante, de mayor a menor y adelante están los billetes más viejos para que se gasten primero que los más nuevos. En su clóset, organizado por colores, todos los ganchos miran hacia el mismo lado y a medida que va usando la ropa y ésta vuelve al clóset, la pone atrás para que no se gaste siempre el mismo vestido o camisa.
–Como tiene que ser, ¿no? O ¿cómo hace la gente? No entiendo cómo no lo hacen –dice con los ojos muy abiertos.
En su casa todo el día arregla las sillas, estira los tapetes y cierra clósets. Cuando su mujer duerme le organiza las pantuflas alineándolas. Cuando van a salir de viaje revisa ventanas, cortinas y el calentador al menos diez veces. No confía en que nadie más lo haga sino él. Todos los objetos de su baño tienen la marca hacia adelante y van organizados por tamaño. Cuando se baja del carro revisa la alarma varias veces. La activa, la apaga y la vuelve a activar. Y cuando parquea el carro en el garaje, si se da cuenta que quedó torcido, se devuelve y lo endereza.
Nos dirigimos hacia su oficina, a la que define como un huequito al que adora. Se acaba de mudar y aún no ha colgado las fotos de sus tres hijos. Se sienta frente a su escritorio y acomoda sus celulares, billetera y un llavero con un rosario y el escudo del Gimnasio Moderno frente a él en orden de mayor a menor en una fila impecable que cada vez que se desordena él vuelve a organizar. Sus teléfonos no dejan de timbrar y vibrar. Es como si tuviera veinte citas que no podrá cumplir, pero para todo el mundo tiene palabras dulces. No pareciera que tuviera la capacidad de relajarse. Absolutamente hiperactivo, disperso y acelerado, comienza a mover las piernas en una tembladera que desespera.
¿Por qué crees que tienes fama de pedante y engreído?
Porque a veces puedo llegar a ser tímido, pese a mi personalidad. Y porque soy Vargas Ángulo, y el apellido Angulo está marcado con cierto esnobismo. –Dice parando el dedo meñique de su mano derecha.
¿Cómo manejas tu ego siendo tan exitoso, estando tan expuesto y rodeado de tanto poder?
Los pies en la Tierra le ayudan a uno a tener los principios básicos. Yo tengo muy presente a Dios, soy muy creyente, tengo fe. Creo en Dios, tengo familia y tengo gente alrededor que me ayuda. Uno solo no puede, es mentira que uno no se crea el cuento. Uno podría creerse el cuento. Y eso no puede ser. Mi cable a Tierra es Dios, es familia, es hijos, es sociedad, y hay que hacerlo.
Ya había tenido que agrandar su anillo de casado, que con 33 kilos menos, ha comenzado a bailarle en el dedo
¿Cómo es la experiencia de tener una suegra que no conoce tu cara?
Es aprender tú a valorar más la vida y las cosas. La enseñanza de Inés es ilimitada, ella es un mensaje espiritual impresionante. Perdió la vista hace más de 30 años, no nos ha visto ni a mí ni a mis hijos y vive más tranquila y con más paz que muchos. A veces ni te das cuenta que es ciega, porque nos enseñó que ve con los ojos del alma. Cuando Laura era chiquita, la primera vez que íbamos para Sopó con ella en el carro, vio una vaca y le dijo a su abuela: “¡Mira, mami Ine, una vaca!” Entonces le cogió la mano y la puso sobre el vidrio para que la viera, porque se dio cuenta que ella veía con las manos.
Hacia las seis de la tarde, Jorge Alfredo comienza a bostezar. No se queja de cansancio, pero es que solo ha dormido seis horas y no ha parado desde que se despertó. Camino al estudio donde graban el noticiero se detiene.
–Esta era mi amiga… –dice con cierta melancolía, refiriéndose a una máquina dispensadora de Coca-Cola que para él bien podría brillar en la oscuridad. –Antes me tomaba dos latas durante la mañana, así, todo sudado… –y baja ambos dedos índices tocándose la cara desde la sien hasta la cumbamba, siguiendo el camino de una gota de sudor. – Todavía veo una Coca-Cola y me hace daño. Aquí saben, si yo llego me la esconden. ¡Pero si es que a mí me operaron el estómago, no la cabeza! Siempre he tenido una personalidad tranquila y definida. Los gordos somos felices y tenemos que mantener ese halo de felicidad, pero llega un punto en que a uno le afecta el chistesito, y como yo mamo gallo y se la monto a mucha gente, cuando me la montaban a mí era por ahí y yo no me podía quejar. Yo rompí sillas Rimax. En el Nogal no cabía en las sillas y pedía sillas sin brazos. Siempre fui gordito, pero es que al final… Me iba a reventar. ¡Yo me iba a morir! El riesgo era mucho.
Era adicto a la comida y estaba tomando remedios para el ácido úrico, la presión, tiroides y reflujo. Luego de probar todas las dietas que pudo imaginarse, hace 3 meses decidió hacerse un procedimiento quirúrgico en la Fundación Santa Fe, con el doctor Ricardo Nassar y la nutricionista Marta Grajales, llamado Sleeve, que en términos simples quiere decir que le achicaron el estómago y ahora se llena con mucha facilidad. Ha bajado ya 33 kilos.
El miedo de Inés María Zabaraín, su mujer, y María Lucía Fernández, con quien presenta el noticiero de Caracol, era que cambiara cuando adelgazara. La posibilidad les parecía fatal. Pero por su salud, su familia y su trabajo, Jorge Alfredo Vargas corrió el riesgo.
–Yo siempre he sido activo, gritón, llenador, echo chistes, hago el comentario a donde llego, me hago notar, el centro de atracción. Detesto la soledad, ¡no me dejen solo! ¡Me muero solo! Yo no puedo estar solo, necesito a la gente. Pero ahora, ¿que se me haya disparado el ego y yo me sienta el Bruce Willis o George Clooney? No. Pero me siento mucho mejor.
A sus 46 años, el anillo de casado que debió agrandar le baila en el dedo y si se descuida sale a volar. Deberá volver a achicarlo, y la idea le inunda la cara con una sonrisa.
Luz Elena Ramos dice que Jorge Alfredo la trata como si fuera su hija y constantemente debe recordarle que no lo es.
Estudió en el Gimnasio Moderno, en Bogotá. “Yo grababa los paseos de mi familia que hacíamos a la costa en un Renault 4, y un cepillo de mi mamá hacía de micrófono”. Cuando Daniel Samper Pizano fue a dictar una conferencia a su colegio supo que quería estudiar Comunicación y lo hizo en la Javeriana de la capital. Antes de graduarse hacía un noticiero que era dirigido por Ignacio Greiffenstein y así fue que llegó a Todelar a entrevistar a Iván Mejía Álvarez. Cuando terminaron la nota Mejía le preguntó si quería trabajar con él en el entonces nuevo Noticiero Criptón. Jorge Alfredo comenzó a ir los sábados y domingos haciendo periodismo deportivo. Al poco tiempo se dio cuenta de que prefería redacción general y comenzó a cubrir periodismo económico.
El día que pasó de la redacción deportiva a la general lo mandaron a cubrir la liberación de Álvaro Gómez Hurtado en su casa. Era un domingo. Lo iban a liberar en el periódico El Siglo, pero a Vargas lo mandaron a la casa por si acaso. A las 8 de la noche no había pasado nada y se fue a un teléfono público en la esquina, no había celulares, a avisar en el canal que no estaba pasando nada. Cuando colgó y dio media vuelta ya lo habían liberado. Gómez Hurtado había entrado en su casa y el camarógrafo lo había grabado todo. Arrancaron entonces en un Renault 4 hasta Inravisión con el casete. Iban volando, casi se matan. En el camino, a toda velocidad, el camarógrafo alcanzó a mostrarle las imágenes y el sonido de lo sucedido. Llegaron al canal, Vargas entregó el casete y le pidieron que se sentara en el set del noticiero junto a Ángela Patricia Janiot, Iván Mejía y Hernán Castrillón.
–Sentarse uno de pelado, 20 años, primer día… Me quité la bufanda, me senté e improvisé los tres minutos más largos de mi vida. La competencia nunca llegó con la noticia. Ese día, el director del noticiero me dijo: “Usted tiene que ser presentador”. Se dieron todas las cosas, que era mi sueño.
Cuando se acabó la licitación del Noticiero Criptón le propusieron ser jefe de redacción de QAP, donde trabajó con Gabriel García Márquez.
¿Cómo fue trabajar con Gabriel García Márquez?
Una machera. Una gran experiencia tener al premio Nobel. No se metía mucho, pero cuando llegaba se sentaba y nos daba sugerencias y consejos. Algo más macro de cómo debíamos vivir el mundo y ver la vida. De él aprendí a que no hay que ver la vida tan en serio como a veces le enseñan a uno en la universidad. Todo en Gabo tiene un halo y una pizca de humor. Una creatividad y una cosa costeña y una fantasía y realidad mezclada que no hay en ninguna parte. Le aprendí a Gabo a saber contar las cosas diferente y a no tomarlo todo tan en serio siempre.
¿Cuál es el mayor logro de tu carrera?
Mantenerme vigente.
¿Cuál es el mayor desacierto?
No saber inglés. Hágame el favor…
¿Por qué abandonaste el periodismo deportivo si empezaste por ahí?
Porque lo mío es afición, es amor por Santa Fe.
Su maquillador y peluquero asegura que es muy vanidoso, pero Jorge Alfredo asegura que él no se siente George Clooney.
¿Cómo te has mantenido vigente?
Eso es gracias a la gente que le permite a uno entrar todos los días a su casa. En la calle la gente me saluda como si fuéramos amigos íntimos, y es que yo me meto al cuarto, la sala y la cocina a contarles qué pasó en el día. Llevo 26 años de profesión, 21 años presentando. Soy el presentador más veterano de la televisión que sigue trabajando en Colombia. Lo principal está en la credibilidad, eso sí es el capital de uno.
¿Cómo ganas credibilidad?
Respetando, compartiendo y valorando el trabajo de todos mis compañeros. Y porque sigo siendo un reportero. Yo cubrí congreso, orden público, deportes, mundiales, reinados, muertes, atentados, liberaciones. Eso te da una experiencia y una valoración muy importante de esa carrera. Eso es lo fundamental de mantenerse vigente, la credibilidad. Credibilidad es igual a seguridad más estilo propio. El estilo soy yo, mi estilo propio. Eso no hay que imitarlo. Eso se construye con la seguridad de saber de qué se está hablando. Estudiando, leyendo, teniendo fuentes, preparándose.
¿Volverías a RCN?
Ninguna puerta está cerrada.
¿Qué te hace único, que te diferencie de otros presentadores?
(Silencio largo) …Yo creo que uno va creando un estilo. Creo que la fortaleza podría ser la tranquilidad y la cotidianidad. Pasan muchas cosas detrás de cámaras en un noticiero en vivo y nuestro trabajo es no dejar que eso se note. Yo creo que ahí está lo que puede caracterizarme. Yo no me muestro nervioso, interpreto la noticia y la cuento tranquilo. Es eso. No he hecho tareas con mis hijos porque siempre estoy al aire a esa hora. Yo no viví el apagón del 92 que todo el mundo vivió porque estaba en QAP y había planta eléctrica. Nunca he vivido el trancón diario de las 6 de la tarde porque salgo tarde.
¿Qué diferencia ves entre el periodismo de los años 90 y el que se hace hoy en día?
Que no quede una respuesta de viejito, pero es que hoy las facilidades tecnológicas a veces han remplazado la pasión por hacer reportería. Los reporteros, a veces, están muy sentados en la redacción frente al computador, el pin y el WhatsApp esperando que la noticia les llegue. La tecnología no puede remplazar la reportería, nuestro trabajo.
¿Cómo es tener un jefe (Luis Carlos Vélez) a quien conociste cuando era un niño?
Yo lo conocí a los 14 años cuando íbamos al Mundial del 98 en Francia, que mi compañero Carlos Antonio Vélez me lo recomendó para que lo cuidara. Llevaba un libro de economía en inglés porque se estaba preparando para estudiar economía. Yo sí sé cómo se preparó él. Que ahora sea mi jefe es algo que no estaba en los cálculos de nadie, pero hoy lo veo con admiración y con respeto. Se preparó para eso. Aprendió y absorbió mucho allá afuera para venir y ponerlo en práctica. Me parece un duro. Nos queremos y nos respetamos mucho. Tenemos una muy buena relación y no dejamos que lo personal permee lo profesional. Finalmente él es el jefe y el que manda, y eso hay que entenderlo. La edad, ni el sexo, ni el color deben preocupar. ¡Ni la gordura! Solo debe importar la condición intelectual y por algo está donde está.
Todo es su oficina y escritorio esta maniáticamente organizado.
¿Por qué nunca hubo un muñeco de NPI que fueras tú?
Lo estábamos haciendo y se quedó en veremos. No alcanzó, se terminó el programa.
Jorge Alfredo responde mis preguntas mientras lo maquillan para salir al aire. Tiene su propia bolsa de maquillaje que lleva consigo al set y se retoca varias veces, mirándose al espejo, mientras Malú no lo hace ni una sola vez.
–Aparte de payaso, es muy cansón. –Dice Erwin, su maquillador y peluquero, riéndose. –Es muy vanidoso, es como un niño grande. Es intenso y cansón, pero es buena gente.
–¡Háganle, háganle! –Insiste Jorge Alfredo. –Díganle la verdad, díganle lo que piensan de mí.
Entonces se acerca la presentadora y periodista Luz Elena Ramos:
–Es un mamón. Es un jodón con los olores. Cuando me están tinturando el pelo entra al camerino quejándose: “¡Huele a formol! ¡Huele a formol!”, y abre todas las ventanas. Además me cuida como si yo fuera su hija y a mí me toca decirle que yo no soy Laura (su hija). La redacción puede estar en silencio y llega él y es como si llegara la alegría. Es muy chistoso y un imitador. Se baña en perfume. Tanto que se va y todavía huele.
–Yo soy como el hermano mayor de estos muchachos, –asegura Jorge Alfredo.
–A veces quiero ahorcarte y botarte aquí por la ventana del cuarto piso, –insiste Luz Elena. –Eres muy mamón, a veces pareces un viejito.
La presentadora Siad Char está de acuerdo: “Es cansón y medio…”
Una vez en el set del noticiero, Jorge Alfredo vuelve a sacar la misma botella de aloe de la que bebía por la mañana y asegura que está fría pues ahora todo lo toma helado. María Lucía Fernández se ríe a carcajadas y agrega:
–Hace meses, una vez llegó al canal a decir encantado que estaba haciendo la dieta de la melaza. “¡La dieta de la melaza! ¡La dieta de la melaza, una maravilla!” Se lo contó a todo el mundo. Se refería a la dieta de la linaza, y no de la melaza, que es lo que comen los caballos. Cuando le estaban haciendo feng-shui se quitaba los tornillos y los masticaba. Es muy chistoso. Cuando llegó de RCN me dijo: “Yo soy el príncipe consorte y tú eres la Reina”.
Asegura que decidió operarse por su salud, su familia y su trabajo.
Antes de salir al aire, Jorge Alfredo se persigna tres veces, le coge la mano a María Lucía y le manda un pico en el aire. Delante suyo tiene la pantalla de un computador, sus dos celulares, el rosario de su llavero acomodado estratégicamente y un esfero.
–No puedo presentar sin el esfero. Es mi polo a Tierra.
Y Jorge Alfredo, a quien antes definían como una caja de música y ahora una cajita, se aterra con la noticia de que Justin Bieber orinó en un balde en la cocina de un restaurante y llama a su hija a advertirle que ya no puede ir al concierto que presentará el artista en Bogotá. La niña no lo toma enserio y se ríe.
Saliendo del estudio, este hombre, que ahora es largo, flaco y estilizado, se cruza en un corredor con Javier Hernández Bonnet, quién lo saluda: “¡Adiós, mi langaruto!”. Y es que nada queda del gordo que no cabía en el plasma. Ahora los camarógrafos le comentan aterrados: “¡Jorgito, se ve el máster atrás!”
Obsesivo, compulsivo y presentador
Mar, 16/07/2013 - 15:31
Tiene unos ojos muy serios que por momentos hacen creer que se trata de un hombre bravo. Quien no lo conozca no se imagina el humorista que lleva dentro.
–Yo antes sentía calor todo el tiempo y
–Yo antes sentía calor todo el tiempo y