Por primera vez, Carlos Duplat cuenta cómo lo torturaron

Vie, 07/10/2011 - 00:00
El actor y guionista Carlos Duplat fue torturado casi hasta la locura. Desnudado, colgado, golpeado en los testículos. Después de 32 años de este episodio, representa

El actor y guionista Carlos Duplat fue torturado casi hasta la locura. Desnudado, colgado, golpeado en los testículos. Después de 32 años de este episodio, representa a Álvaro Botero en la novela ‘Tres Milagros’, un empresario de clase alta que en el primer capítulo secuestran y encadenan en una casa desocupada del barrio Chapinero. Duplat escribió el guión, lo readaptó junto a su esposa Luz Mariela Santofimio, de una historia que conocen hace 20 años y tiene el mismo signo trágico de ‘Los Victorinos’. Pero no imaginó que sería escogido para actuar una escena que sufrió en carne propia.

 –Tenía que desaparecer, esa era la orden, y ya estaba todo listo, me esperaban en el Orinoco. Un día antes de salir de Bogotá, vi en la prensa las capturas de dos personas, nombres y apellidos que no me decían nada, y salí desprevenido para una cita con una mujer que me esperaba. Pero no estaba ella, estaban unos uniformados que me cayeron y me cogieron. Era ella a quien registró la prensa el día anterior, y yo no podía saberlo, porque sólo conocía su seudónimo–. Carlos Duplat habla en su casa en los cerros orientales de Bogotá. Recuerda con lucidez y sigilo.

El 1 de enero de 1979 la orden del comando central del M-19 era perderse. Esa madrugada, varios guerrilleros habían terminado de desocupar el depósito de armas del Ejército, ubicado en el Cantón Norte de Usaquén, en Bogotá. Un galpón que a lo lejos parecía una gran ballena azul, y ese fue el nombre que recibió internamente la operación más osada que ha hecho una guerrilla en el país. Se alquiló una casa que estaba a 80 metros del objetivo, y en octubre de 1978 se empezó a construir un túnel en la cocina. Con ayuda de personas que habían trabajado en los túneles de Anchicaya, en el Valle, se marcó el rumbo. La tierra salía en una camioneta que ajustaron para soportar los tres cargamentos que sacaban al día. Luego se repartía por toda la ciudad. El clima era de zozobra, todos hablaban del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay.

Una vez, se varó la camioneta y fueron los mismos soldados del Cantón quienes ayudaron a empujar el automóvil. Otro día los guerrilleros sintieron que se morían de asfixia en el socavón. El 31 de diciembre llegaron al depósito. En la casa había una gran fiesta de año nuevo que sirvió de fachada para sacar cerca de 7.000 armas. Al medio día del martes 2 de enero la operación ya era un suceso nacional y se conocían los chapulinescos letreros que grafitearon los guerrilleros en el galpón y decían “Síganme los buenos” y “No contaban con mi astucia”.

Carlos Duplat ha tenido múltiples facetas en su vida: militante político, director de teatro y televisión, actor y libretista.

El año de 1979 empezaba con la promesa de parte de la Fuerza Pública de que iban a capturar a cualquier precio a los responsables del hurto. Por eso, la orden para todos los integrantes del Movimiento 19 de abril era el repliegue, volarse de Bogotá antes de que empezaran las feroces batidas, aunque no hayan participado en la operación.

En una de esas detenciones arbitrarias y masivas cayó Carlos Duplat.

–Me montaron en una camioneta, me patearon, me vendaron los ojos, me esposaron las manos y los pies, me tuvieron así durante cuatro días, dándome vueltas, sin dormir. No sabía dónde estaba pero parece que me llevaron hasta Melgar, lo sentía por el calor. Luego, me tuvieron en Facatativá, en las cuevas del Sacramonte –así las llamábamos–, que eran unos depósitos de armas subterráneos. Recuerdo las paredes y el piso ensangrentados, los gritos de otros compañeros capturados. Me ataron los brazos y me los halaron hacía los lados, después me golpearon la cara, el estómago, los testículos, como si fuera un saco de boxeo. Se colgaron de mis piernas hasta que me desgarraron los músculos. Todo en medio de insultos y burlas. Nunca me dejaron desmayar, porque cuando me veían muy extenuado me dejaban descansar. Luego empezaban de nuevo, así por horas. Posteriormente, me llevaron al salto del Tequendama y amenazaron con lanzarme al abismo. No sé cómo sobreviví porque sufro de vértigo. Los brazos los volví a sentir sólo tras varios días. No podía caminar bien y los testículos me duraron inflamados dos semanas. Sólo 18 días después me llevaron oficialmente ante un fiscal y por eso mi testimonio fue publicado en la revista Alternativa–. Duplat recuerda sin querer las torturas a las que fue sometido antes de hablar.

–Sí, confesé. Pero no sabía quién era quién, sólo conocía seudónimos.

El tema aún lo martiriza, –se nota por el gesto apesadumbrado con el que se coge la cabeza cuando rememora–. Hubo compañeros que se solidarizaron con su sufrimiento, hubo otros que en silencio le dijeron traidor.

Zurdo contrariado.

Carlos Duplat nació el 3 de octubre de 1941 en Cúcuta, una ciudad que recuerda ligera, fronteriza y puteril. Su papá, Augusto Duplat, era un respetado empleado público, conservador hasta los tuétanos, y digno hijo de Isidoro Duplat, quien llegó a ser senador por el departamento de Norte de Santander. Don Augusto, como lo llamaban, fue el primero que aprovechó los dotes artísticos que empezaba a mostrar su hijo Carlos. Le pidió que dibujara un retrato de Laureano Gómez, que le hizo llegar al mandatario a su despacho. Su mamá, Virginia Sanjuán, se dedicó a la crianza de 12 hijos. Todos distintos. De los que sobresalieron la bella Leonor, la única miss Colombia que el día de la coronación (en 1963) atinó a decir: “ay juemadre me jodieron”, y Carlos, que nunca aprendió a escribir con la mano derecha. Era zurdo, zurdo contrariado, y eso significaba que en la casa y en el colegio todo el mundo tenía derecho a pegarle por coger el lápiz con la otra mano, la mano siniestra, la mano cagada–como solían decirle–.

El robo de las armas del Cantón Norte por el M-19 durante el gobierno Turbay fue una de las acciones que dio a conocer la organización guerrillera.

–Me daban palo mis primos, tíos, mis papás, mis hermanos, y la profesora cuando se daba cuenta que yo aprovechaba para escribir con la izquierda cuando ella miraba el tablero. Por eso empecé a redactar mis primeras letras en las noches a escondidas–, dice Duplat, para quien esa “maldición” se convirtió en milagro, porque gracias a ese detalle empezó a marcar una distancia con el mundo que conocía, a la vez que se acercaba con irreverencia a otro universo, el del teatro, la política, la arquitectura y la dramaturgia.

Dice que su timidez extrema, su tartamudeo incipiente que lo paralizaba ante los demás, lo llevó al teatro. Desde que estudió becado en el colegio Salesiano, en Mosquera, hizo parte del grupo de artes escénicas y llegó a montar hasta operetas siendo mal cantante, como lo reconoce. Cuando llegó a la Universidad Nacional, también becado, a estudiar arquitectura se vinculó rápidamente a la escuela de teatro con estudiantes que tenían Santiago García, Fausto Cabrera y Mónica Silva. Durante esos años sesenta que corrían se hablaba de teatro, pero del teatro social y político. Pensando en la realidad colombiana se montaban obras del ruso Antón Chéjov y del alemán Bertolt Brecht. Fue en ese tiempo cuando conoció como capellán de la universidad al cura Camilo Torres, quien dictaba sociología y daba discursos libertarios poco ortodoxos. Fue su amigo y su admirador. Luego renunciaría a la arquitectura y se iría a Ibagué a hacer teatro como un idealista. Siempre vivió ‘alcanzado’ con lo que le pagaba por su labor cultural el departamento.

Mayo del 68

Tiempo después volvió a Bogotá. De Ibagué había salido echado, luego de presentar ‘Un hombre llamado Ocampos’, una obra política que había escrito y le había causado problemas. Cuando parecía que la vida lo había desahuciado porque no conseguía trabajo, volvió a la Universidad Nacional. Y fue haciendo teatro como se ganó una beca soñada para estudiar dramaturgia y actuación en París, en la Universidad de Teatro de Las Naciones. El segundo “milagro” que cambió su vida. En Francia, sólo tuvo que esperar un año para vivir Mayo del 68. Las paredes parisenses se llenaron de grafitis que decían “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “Seamos realistas, pidamos aquello imposible”.

–Era increíble, toda la gente se lanzó a la calle. Allí vi al filósofo Jean Paul Sartre repartiendo su periódico La causa del pueblo; en las marchas escuché los gritos del anarquista Daniel Cohn–Bendit y del cineasta Jean Luc Godard. Fueron tres años agitados, artísticos y políticos–, indica Carlos con ímpetu, como si tuviera 50 años menos.

Fue también en esa efervescente Europa que Carlos Duplat se contactó con varios sacerdotes del movimiento de izquierda Golconda. Dos años atrás, en 1966, miles de bogotanos se habían volcado a las calles cuando el cura del Ejército de Liberación Nacional (Eln), Camilo Torres, había sido abatido en combate. Por esa razón, un grupo de monjas y sacerdotes recogieron sus pasos y fundaron Golconda. Duplat trabajaría con ellos dos años.

–Fíjate, en el 69 llego a Bogotá y vuelvo a la Nacional a hacer teatro, que era la vida por ese entonces. Se creó un movimiento nacional de teatro universitario, que sin duda era el ambiente perfecto para los partidos de izquierda. Había grupos de teatro que eran socialistas, los otros eran maoístas, marxistas, etc. Eran más prolongados los debates políticos que se formaban al final de las obras de teatro que las funciones. Eso comenzó a señalar el teatro universitario, no sin razones, como un foco de subversión. Y otra vez me cortaron la cabeza, salí echado, junto a 32 personas de la universidad.

El carcelazo

Carlos Duplat integró el Movimiento 19 de abril en 1977 cuando lo echaron de la revista de izquierda Alternativa, por creer que era un infiltrado de esta guerrilla. Pero en ese momento aún no lo era. Sí conocía a Jaime Bateman, lo había visto por primera vez en la Universidad Nacional cuando llegaba, oliendo a pólvora y a monte, a realizar con elocuencia alguna tertulia clandestina. Era Bateman quien le filtraba artículos y comunicados a Duplat para publicar en Alternativa, fue Bateman quien lo convenció de integrar el M-19 cuando el país estaba convulsionado.

Misael Pastrana había terminado su mandato como presidente con La Operación Anorí, en agosto de 1973. La acción de la Fuerza Pública más exitosa de la historia en contra del Eln, que casi acaba con esta guerrilla, en la que murió el cura Domingo Laín y el hermano de Fabio Vázquez, el máximo comandante. En ese contexto empieza el gobierno del liberal Alfonso López Michelsen, que ganó en medio de una euforia nacional y decidió jugársela por la paz. Envió dos emisarios para que hablaran con miembros del Eln, que nunca aparecieron, y en cambio aprovecharon esta oportunidad para eludir el cerco militar y refugiarse en el Sur de Bolívar.

Esto molestó tanto a los militares que se alcanzó a escuchar un ruido de sables. Cuando la situación ya estaba muy tensa, en abril de 1975, López llamó a calificar servicios al comandante del Ejército, Álvaro Valencia Tovar. Por su parte, el M-19 ya había dado sus primeros golpes: habían robado la espada de Bolívar, en enero de 1974, y secuestrado y ejecutado al presidente sindical de la CTC, José Raquel Mercado, en febrero de 1976.

La crisis militar sumada a la confrontación con los medios de comunicación debilitó el gobierno de López Michelsen ante la opinión pública. Y por esa razón, en 1976, López acabó su discurso humanista y expidió el Estado de Sitio para ponerse a tono con los militares. Entonces le estalló en las manos el Paro Cívico Nacional, que fue la expresión viva de un pueblo antes silencioso. Bajo su ‘toque de queda’ murieron a manos de la Fuerza Pública varios sindicalistas y estudiantes. Carlos Duplat participó en las protestas. Creía que podía cambiar el mundo.

–Mi familia ya sospechaba que estaba en asuntos raros. Y por estar en uno de esos encuentros clandestinos del M-19 no pude asistir al funeral de papá. Cuando me enteré ya lo habían enterrado. Desde tiempo atrás mi relación era muy distante con ellos, era considerado la oveja descarriadísima.

En pleno rodaje de uno de sus exitosos dramatizados para televisión.

En 1978 sube al poder Julio César Turbay, y sólo un mes después expide el Estatuto de Seguridad. Carlos Duplat empezó a trabajar para Bateman en esas épocas azarosas y dadas sus cualidades como actor, se disfrazó varias veces para burlar la autoridad. Fue coronel y policía por encargo del comandante del M-19. Luego vino la Operación Ballena azul, las torturas, ‘el carcelazo’ en La Picota.

–Mira cómo es la vida, después de que me detuvieron duré 15 días sin ser llevado a una cárcel y el día que me llevaron a La Picota mamá vio cómo me bajaban de un camión, esposado, junto a un montón de compañeros. Muchos años después me contó eso.

Por esa época, Doña Virginia ‘la Severa’, como le dice Carlos de cariño a su madre, que murió hace dos meses, estaba haciendo una investigación en La Picota. Era Visitadora de Cárceles y tenía que vigilar los centros de reclusión del país. Ya había criado 12 hijos, enterrado un esposo, y dirigido siete prisiones. Virginia Sanjuán, la misma que recibió de las monjas la dirección de la cárcel de mujeres El Buen Pastor, en Bogotá, se volvió la mamá de todos los presos políticos del M-19. Los cuidó y defendió hasta que la echaron del cargo porque supuestamente había facilitado la fuga del comandante Iván Marino. Lo que ella nunca supo fue que su hijo sí ayudo a disfrazar a Marino, que salió vestido de mayor del Ejército. Luego se volvió la directora del Comité de Presos Políticos y abogó por su hijo más cerca que nunca.

–Duré preso 4 años porque en el Consejo de Guerra me perdonaron 16, cuando vino la amnistía de Belisario Betancur. La cárcel fue una escuela dura pero del carajo. Dirigía un grupo de teatro con el que montamos obras para la visita de los niños los fines de semana. Éramos muchos los detenidos del M-19 y muchos los inocentes. Allí me encontré con unos muchachos que habían hecho teatro conmigo en la Universidad Nacional y fueron recluidos sólo porque su número de teléfono aparecía en una libreta que encontraron entre mis cosas. Los torturaron hasta que confesaron crímenes que ni conocían y por eso pagaron cárcel.

El carcelazo fue ese tercer “milagro” que le cambió la vida a este ateo. Carlos Duplat salió de La Picota y se dedicó enteramente a su teatro, sus guiones y sus papeles de televisión al margen del M-19.

En su casa, Duplat tiene un cuadro que pintó de su esposa en tonos verdes y amarillos.

–Mi andar político me señaló mucho tiempo, cuando salí de la cárcel nadie me daba trabajo. Sobrevivía con $10.000 mensuales que nos daba el Gobierno. Viejos amigos que trabajaban en televisión, como Pepe Sánchez o Jorge Alí Triana, no se atrevían a darme un papel. Así pasaron dos años, hasta que Fanny Mickey me puso de asistente de dirección de una obra en el Teatro Nacional. Todos los días una camioneta de vidrios oscuros parqueaba frente al teatro. Los compañeros, asustados, empezaron a decir: “Carlos, se tiene que ir, mire todos los problemas que nos está trayendo”, pero Fanny se sostuvo y no me sacó.

Luego vino su célebre entrada a la televisión. El éxito fue ineludible. Aparecieron días de mucho trabajo al lado de Luz Mariela Santofimio, “una flacuchenta” que conoció a los 12 años por primera vez en Ibagué, cuando no podía advertir que sería el amor que acompañaría su vejez. Pronto el país empezó a reconocerlo como actor y guionista, por novelas como ‘Amar y Vivir’, ‘Los Victorinos’, ‘Rosario Tijeras’ y ‘Tres Milagros’.

Carlos Duplat está sentado en una silla, toma agua aromática, en vez de tinto, porque dice que le sienta mejor. En tres días cumplirá 70 años, dice. Mira con orgullo un retrato de su esposa que pintó en tonos verdes y amarillos. Los recuerdos de esos días revolucionarios y de los tres milagros que le cambiaron la vida se dispersan, se olvidan. Luz Mariela lo apura –la conversación se ha alargado toda la mañana– tienen que seguir escribiendo a dupla un nuevo guión. Un proyecto secreto, una historia que pronto verán los televidentes.

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