Es jueves en el prostíbulo El Castillo Vip Night Club de Bogotá. Juan Pablo Lozano, gerente del lugar, llega sobre las seis de la tarde para liderar una reunión o junta –como él la llama– que se hace cada mes. Lleva un traje de color marfil de la marca Zara.
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Saluda a la gente que se encuentra a su paso con amabilidad. Pero el saludo es especial con cada una de las mujeres que trabaja en el lugar. Las llama por su nombre, les da la mano y les dice: “mi amor”. Ellas le sonríen y responden a su saludo con la misma amabilidad.
Poco a poco el salón principal de El Castillo se va llenando con las 75 mujeres que trabajan allí y tres gatos que son las mascotas del lugar. Predominan las pereiranas y antioqueñas. La mayoría están sin maquillaje, en tenis y acaban de bañarse. Hay caras bonitas, pocas rubias y muchas morenas.
La reunión dura algo más de una hora. Inicia con la presentación de Wilson, el nuevo estilista del prostíbulo que prestará sus servicios en el camerino del lugar. Juan Pablo les dice, con humor, que él es gay y no tendrán problema al quitarse la ropa frente a él. Todas ríen en coro y a carcajadas. Momento seguido aplauden de manera eufórica a una de sus compañeras que acaba de comprar carro.
Es el momento de las recomendaciones. Juan Pablo les pide que no se inyecten biopolímeros y les sugiere que se hagan un chequeo médico. Les dice en tono paternal: “Aprendan a amarse y a vivir felices con ustedes mismas. Recuerden que no necesitan de ningún pendejo”.
Felicita al grupo que ha tomado con dedicación las clases de pole dance que les dicta una profesora coreana porque él prefiere un show artístico. No le gusta que las “niñas” –como las llama ocasionalmente– se toquen los genitales y “metan cositas por allá”. Pero está permitido que las lesbianas tengan sexo en vivo cuando lo deseen.
Retoma la conversación con un tono más serio y les habla de forma empresarial, de cómo exhibir el producto –el viernes está prohibido usar jean para trabajar–, de las estrategias para atraer al cliente y fidelizarlo con conqueteo. Sube un poco el tono de voz llamando su atención y le dice: “No sean fábricas de besos”. En coro todas demuestran su asco.
A lo largo del encuentro hay quejas sobre la calidad de la comida –subsidiada por El Castillo– que ofrecen los restaurantes del sector. Otras se quejan de quienes fuman en las áreas comunes y tiran las puertas mientras la mayoría duerme. Un grupo dice que está inconforme porque algunas de sus compañeras les practican felaciones a los clientes afuera de las habitaciones. Conducta que está prohibida.
Después de los compromisos y acuerdos como el cambio de la comida y las multas de cien mil pesos para quienes le practiquen sexo oral a los clientes fuera de las habitaciones, llega el momento más feliz de la jornada: las rifas, un show de un imitador de Michael Jackson y un delicioso refrigerio. Se regalan dos bolsos, una grabadora, un parlante marca Bose y un televisor pequeño. El imitador de Michael Jackson baila Billie Jean y ellas lo aplauden con emoción.
La junta en El Castillo se cierra con un sándwich de pan blanco, jamón, queso, tomate, cebolla y atún. La bebida será una gaseosa. Se termina la junta y las mujeres van a sus habitaciones para maquillarse y vestirse para la noche. Las luces se apagan y el volumen de la música sube. Es el inicio de un nuevo día de trabajo.
“El Salitre Mágico de los sinvergüenzas”
El club, ubicado en el barrio Santa Fe, imita en su interior a la arquitectura medieval. Las paredes simulan ser de grandes ladrillos amarillos, del techo cuelgan varias lámparas araña y una fachada parecida a la de un castillo es el inicio de una pasarela para los shows nocturnos. Es un mundo construido para las fantasías.
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Después de la junta, Lozano se dispone hablar del lugar que gerencia desde hace cuatro años. “El Castillo es un centro de eventos de alto impacto para los adultos. Es como el Mundo Aventura de los solteros, como el Salitre Mágico de los sinvergüenzas”, dice mientras se apoya en un tubo de pole dance instalado en una sala privada.
Confiesa que El Castillo no se lucra de la prostitución sino de la venta de licor y alquiler de habitaciones, donde las mujeres prestan sus servicios como trabajadoras sexuales. “Es un centro de eventos, obviamente con el plus de las mujeres”, enfatiza.
El lugar cuenta con 18 habitaciones estándar (donde media hora cuesta 15 mil pesos) y 5 suites temáticas (Dos horas por 200 mil pesos). En la carta una botella de whisky cuesta 345 mil pesos –por la compra de dos el servicio de conductor elegido es gratuito– y una botella de aguardiente está por los 150 mil. Una cerveza nacional cuesta 5 mil pesos y una extranjera 12 mil. Pero no todo es licor y sexo, el club ha ofrecido conciertos de famosos artistas como Darío Gómez, Jhonny Rivera, Andy Rivera y Maluma.
Aunque pareciera que la prostitución es un negocio sin reglas, en El Castillo existen normas de trabajo, seguridad y convivencia. Por ejemplo, las mujeres deben cobrar mínimo 120 mil pesos por sus servicios. Un valor estándar para darle nivel al lugar. “Ya va en la habilidad de cada una de ellas en administrar su empresa y cobrar. Ellas ponen el precio por su servicio. Yo les digo que esta es una etapa de un año nada más y les insisto en que tengan sus ahorros”.
Según Lozano, en un mes una trabajadora sexual del lugar puede ganarse cinco millones de pesos, es decir, más de siete salarios mínimos. Pero ninguna tiene un contrato laboral formal porque “ellas trabajan para ellas mismas. El Castillo es una discoteca con habitaciones”.
Para ingresar al club hay que pasar por tres anillos de seguridad, dos requisas manuales y una con un detector de metales Garrett. Se reservan el derecho de admisión y los hombres no pueden entrar usando una gorra porque esto “le quita la categoría al negocio”. Además el local está vigilado con más de cien cámaras. Tranquilamente un cliente puede dejar sus pertenencias en la mesa y salir a la pista a bailar.
El Castillo ofrece todo para que los clientes logren cumplir sus fantasías. Regala condones, comprados mensualmente en Profamilia, antes de subir a las habitaciones y tiene una pequeña vitrina con productos sexuales.
“Los hombres compran para jugar con las ‘niñas’ consoladores y lubricantes fríos o calientes. También les gustan los estimulantes. Inclusive yo traje unas vitaminas (parecido al viagra) muy buenas de España que se llaman Strong y se las facilitamos al cliente. Son homeopáticas. Se las facilitamos para que tengan un excelente sexo sin que le haga daño a la vista o al corazón. Cuando se nos acaban a los clientes les da rabia. Dos pastillas cuestan sólo 20 mil pesos”.
Las fantasías de los hombres también llegan al baño del lugar. Los días jueves, viernes y sábado un hombre vestido con smoking les ofrece gel para el pelo, una toalla para secarse las manos luego de lavárselas, antibacterial y chicles. Detalles pensados para que el cliente se sienta bien con la mujer que eligió para pasar la noche. Todo es gratis pero el hombre del traje recibe propinas voluntarias.
“Invertimos mucho en la felicidad de ellas”
Las mujeres que trabajan en El Castillo tienen beneficios que pocas empresas ofrecen. Reciben un subsidio de alimentación diario y el respaldo de un fondo de empleados que les presta dinero para hacerse cirugías plásticas. Los otros 60 empleados –meseros, grupo de seguridad y camareras que superan los 60 años y parecen sacadas de un cuento de hadas– pueden pedir un préstamo para comprar casa.
En dos hoteles, vecinos al club, viven las 75 mujeres que trabajan en el lugar. Están distribuidas en cuartos según su carácter, amistad con otras y aguante para trasnochar. Tienen agua caliente en sus duchas y un comedor porque está prohibido tener alimentos en los cuartos.
Para tener un espacio en los hoteles sólo deben cumplir dos condiciones: mantener las habitaciones limpias y cumplir un horario de trabajo entre las siete y tres de la madrugada. El Castillo abre sus puertas de lunes a sábado y algunos domingos que hacen fiestas en su terraza.
La alimentación es otro de los temas importantes en el club. “Hemos aprendido de las niñas que no les gusta desayunar. Nosotros les tenemos unos filtros de agua marca nikken y unos estanques de jugo. Ese es el desayuno”. Para el almuerzo y comida cada una recibe un subsidio de diez mil pesos diarios que pueden usar en dos restaurantes que también son propiedad del club.
Según Lozano, cada “niña” puede manejar su tiempo libre como quiera. Por ejemplo, cuando les llega el periodo tienen una corta licencia. A través de Whatsapp suelen comentárselo a Lozano. “Yo les digo que no me hagan pasar por la vergüenza de tener que devolverle el dinero al cliente y que su cuerpo les pide tres días de pausa. Tienen permiso de descansar, de irse para cine, para donde quiera”.
Otras piden días libres porque sus papás vienen a Bogotá a visitarlas. “Nosotros tenemos un convenio con un hotel muy bonito. Ellas van y reciben allá a sus papás. La mayoría de nuestras niñas le dicen a sus familias que trabajan como modelos de protocolo y otras le dicen la verdad”.
El Perfil de una “niña” Castillo
Poco después de la apertura del club, el salón principal comienza a llenarse de mujeres que lucen vestidos cortos y dominan tacones altos. Otras llevan jeans ceñidos al cuerpo y crop tops que dejan en evidencia su ombligo. Sólo una luce un diminuto bikini dorado y una salida de baño roja para tapar sus nalgas gigantes. Cada una sabe cómo resaltar su belleza y cautivar a los clientes.
Lozano explica que una “niña” Castillo es: “Ante todo independiente en sus decisiones. Debe ser mayor de edad, una ‘niña’ que en realidad quiere progresar, estudiar, realizar su vida, tener independencia económica. Para mí también es muy importante que la ‘niña’ tenga unos valores, la autoestima arriba”.
En El Castillo también es importante la belleza, así lo exige el negocio. “Más que todo la cara, el cuerpo uno lo hace. Hoy en día un cirujano, si la niña es gordita, la deja como una guitarra y, si es flaquita, le pone lo que sea necesario”. El aseo y la buena presentación personal son requisitos que no tienen discusión.
La mayoría de las mujeres que trabajan en el lugar vienen del Eje cafetero, de la ciudad de Pereira o del municipio de La Virginia (Risaralda). También hay muchas de Medellín.
Para Lozano sus favoritas para el negocio son las pereiranas: “Se les facilita tomar, rumbear y estar con un extraño”. Las más difíciles son las costeñas porque son temperamentales. “Las rolas son de extremos o son muy tímidas o muy toma trago. La bogotana es una mujer muy calmada pero cuando tiene libertad se desboca. Pero es buena bailarina". Las mujeres que menos se ven en el lugar son las boyacenses y las pastusas.
Los clientes también tienen su perfil. Están entre los 22 y 40 años y se trata de personas realizadas económicamente como comerciantes, empresarios y extranjeros. “Viene mucha gente de Chía y del norte de Bogotá. Ellos han visto acá como el Triángulo de las Bermudas, donde vienen, la pasan bueno y se devuelven para su sector”.
Una rubia con un enterizo negro interrumpe la entrevista. Es la esposa de Juan Pablo, quien le insiste en que debe atender otras personas.
– ¿Cuál es la esencia de El Castillo?–pregunto
Es la libertad y la alegría de las niñas. Es lo que creo que los amigos e invitados perciben. Ven siempre una mujer bonita, alegre, feliz, que no está engañada y le está yendo bien. Es una niña que tiene la libertad de irse mañana mismo para su casa. Invertimos mucho en la felicidad de ellas. Nos preocupamos porque sus habitaciones sean 1A, que tengan buena agua caliente, que el estilista sea un verraco para el tratamiento de su pelo, el corte, los peinados y maquillaje.
Yo siempre les he predicado a las niñas: ‘Ustedes no son trabajadoras sexuales, son unas actrices que toman el papel de trabajadora sexual para beneficio propio’”.
Prostíbulo El Castillo: “El parque de diversiones de los sinvergüenzas”
Mar, 26/05/2015 - 13:44
Es jueves en el prostíbulo El Castillo Vip Night Club de Bogotá. Juan Pablo Lozano, gerente