Cuando se celebraban en Cali los famosos premios Vivencias de novela, Alvaro Bejarano invitó a su Cueva, por la Avenida 9ª Norte a un almuerzo donde asistieron Álvaro Mutis, Manuel Mejía Vallejo, Daniel Samper Pizano, por ese entonces director del periódico El Pueblo, María Mercedes Carranza, Fernando Garavito, Fernando Cruz y quien esto escribe, por primera vez nombrado como jurado de un concurso internacional. Poco a poco, la conversación maravillosa se concentró en tres personas: Álvaro Bejarano, rápido con las palabras, Alvaro Mutis, lúcido y minucioso con la gran poesía y Manuel Mejía Vallejo, dueño de las metáforas. Calma pueblo, decía Manuel. El resto quedamos como observadores de esta lucha empecinada de la inteligencia. Al final, no recuerdo las horas que pasaron, almuerzo convertido en cena, Manuel se quedó con el verbo, recitando poesía.

Después de una amistad que se afirmó entre el amor a la literatura, el cine, la música y el fútbol, concluimos participando en un proyecto juntos: la fundación de la Revista del América. Con ella vinieron los viajes por toda Suramérica hasta ese día cruel de la final de Copa Libertadores en el estadio Nacional de Chile, cuando Peñarol anotó el gol de su victoria en el minuto final del segundo periodo del tiempo complementario. Me demoré en llegar al camerino donde Alvaro Bejarano se preguntaba en voz alta: “¿Qué es esto? Lo único que tiene ruidos estruendosos es la victoria, esto que suena en el alma de uno que ha esperado tanto, me atropella el corazón, no puedo coordinar la mente”. Y sus ojos de hombre herido, se humedecieron. Tanto como los de WillingtonOrtíz, porque para el viejo Willy era la última oportunidad de ganar algo importante y quizás para Álvaro, un hincha de antaño, no había futuro posible.
Estos viajes por Suramérica nos permitieron vivir dos momentos especiales. El primero fue con Ernesto Sábato. Era un domingo en Buenos Aires y después de desayunar, le dije a Álvaro: -Querés conocer a Sábato? Creyó que estaba haciéndole una broma. Eligio García Márquez me había dado su teléfono. Lo llamé y le expliqué: Mire, don Ernesto, soy un periodistacolombiano amigo de Eligio y lo quisiera conocer. Fue el ábrete sésamo. Me citó para el martes en un café cercano al hotel donde estábamos. Durante esos dos días, Bejarano me miraba con recelo. El martes se puso la pinta y nos fuimos desde las cinco de la tarde. A las seis, ya estaba nervioso y me dijo: “Te dejó esperando”. Diez minutos pasaron hasta que apareció.Le hice señas y se sentó con nosotros. Hablamos media hora y sin ninguna timidez le solicité que si podíamos visitarlo en Santos Lugares. Cuando respondió positivamente, Bejarano no salía de su alegría. A los tres días fuimos en el tren y Sábato generosamente nos presentó a su esposa y nos mostró su obra pictórica. A mí me regaló un disco de 45 RPM, dos tangos con letra suya. No preciso que le dio a Bejarano.Álvaro, como siempre, fue muy generoso conmigo y no se cambiaba por nadie.
Con Ámparo Sinisterra de Carvajal, una reconocida promotora cultural.
En otro viaje, me anunció que en cualquier momento llamaría a Mercedes Sosa, su amiga, quien había regresado a Argentina después de su exilio y persecución por parte de la dictadura. Un viernes me fui con otros amigos para conocer la rumba de Buenos Aires. El sábado estaba agotado y de repente Bejarano me dijo que fuéramos a encontrar a la cantante. Nos citó a su apartamento, donde tomamos un vino. Trataba de estar despierto pero me dormía y cabeceaba. Saliendo hacia un restaurante, Álvaro me dijo: “Mirá que estamos con Mercedes Sosa, no te sigas durmiendo”. Al llegar al restaurante, vivimos una sorpresa que me quitó el cansancio. Mercedes Sosaera símbolo de ese sufrimiento y pocos estaban al tanto que había regresado. Cuando entramos y la reconocieron, el aplauso fue creciendo y todo el mundo se paró. Con un excelente bife concluimos una noche memorable.
Fue una amistad larga, con subidas y bajadas, porque Bejarano tenía su especial manera de ser, de criticar a sus propios amigos, pero siempre hubo afecto y de parte mía agradecimientoporque cuando lo conocí, después de publicar un cuento, me sorprendió con una columna elogiosa sobre mi futuro. A los pocos días entré a una exposición en La Tertulia y me le arrimé para agradecerle. Nos llevamos vivencias únicas que compartimos en Río de Janeiro, donde me alentó a salir por varios días con una joven que todavía miro su foto y no lo puedo creer. Igualocurrió en Sao Paulo, donde Martina nos llevó por restaurantes y avenidas, en esas excursiones veloces que uno hace en ciudades donde los días siempre están contados.