Antes de la explosión, Hernando Sarria Gutiérrez alcanzó a cerrar una cerca para que las ocho vacas de su patrón no se escaparan de nuevo.
Luego el estallido lo aturdió: “Y sentí como si me estuvieran dando bala”, relata este campesino de 40 años de edad.
Eran las 9:00 de la mañana del jueves 17 de noviembre. Hernando fue alcanzado por una onda explosiva luego de que una de las vacas que arreaba pisara una mina antipersona, en una finca del corregimiento San Antonio, en el municipio de Pradera.
“No perdí el conocimiento, pero cuando levanté la cabeza vi un hueco hondo que olía a pólvora y echaba humo. Y vi mis piernas destrozadas y mi cuerpo cubierto de sangre”.
A partir de ese momento comenzó un calvario para Hernando. Como pudo alcanzó un machete que llevaba, y una vez pasó el efecto del estallido, se dio cuenta que debía pedir ayuda o iba a morir desangrado.
“La pierna derecha estaba muy mal, la otra no tanto. Las esquirlas me impactaron sólo de la cintura para abajo, y gracias a Dios que fue así, porque eso me permitió apoyarme de los brazos y de la pierna izquierda para arrastrarme.
Esta radiografía muestra el daño hecho por la mina en el pie del campesino.
Tenía por delante un camino, que a buen paso demoraba dos horas, pero en esas condiciones era muy duro”.
Dice Hernando que el dolor era tan insoportable y la pérdida de sangre tan acelerada, que lo único que pudo hacer fue gritar. Pero nadie lo oyó. Estaba lejos de la finca más cercana.
“Y recordé que cargaba el celular. Lo saqué y marqué desesperado a mi esposa, pero no tenía minutos. No me desanimé. Esperaba que alguien me llamara y que la poca señal que había me alcanzara para pedir ayuda y que me rescataran”.
La suegra de Hernando coordinó la búsqueda en el monte.
A las 5:00 de la tarde la humedad, el barro y la sangre se mezclaron e hicieron de Hernando una masa casi indescriptible. El arrastrarse por matorrales y pronunciadas pendientes no sólo aumentó el dolor y el cansancio, sino que hizo que la ropa se le rompiera y su piel se cortara con el matorral.
Sin agua y casi sin sangre en sus venas, Hernando sintió la muerte cerca. “A eso de las 6:00 de la tarde pensé: deben estar por llamar, alguien tiene que llamar a mi teléfono. Saqué de nuevo el celular, pero la batería estaba descargada”.
Llegó la noche. En esa zona rural de Pradera, como en casi todo el Valle, las lluvias han aumentado. “Comenzó a llover y ya mojado, adolorido y embarrado, el cuerpo me temblaba. Pero no podía parar, si lo hacía, me iba a morir ahí sentado”. Hernando dice que con el machete abría camino y que lo único que esperaba era que ningún animal peligroso se le atravesara. En esa zona, por ejemplo, abunda la serpiente ‘rabo de ají’, conocida por su letal veneno.
“Temía que ese rastro de sangre que dejaba al arrastrarme llamara la atención de algún animal”. Pero una vez más la suerte estuvo del lado de Hernando, pues tras horas de avanzar, al fin amaneció.
Mientras este hombre vivía estas penurias, en su casa su esposa y sus suegros ya estaban armando un grupo para buscarlo. “No fuimos el jueves porque nos advirtieron los riesgos de las minas en esa zona. Pero el viernes nos levantamos temprano, atamos banderas blancas de unos palos y subimos a la finca”, recordó la suegra de Hernando. Ya respiraba poco, la vida se les escapaba. De repente, mientras se arrimaba a una pequeña vertiente para tomar agua, escuchó su nombre. El rescate había llegado. Eran las 11:00 a.m. del viernes 18 de noviembre.
Con los palos que servían de asta para las banderas armaron una improvisada camilla y lo sacaron.
Cuarenta minutos después Hernando llegó al Hospital San Roque de Pradera y de allí lo remitieron al Universitario del Valle, en Cali.
Ahora, tras dos cirugías, los médicos luchan por salvarle su pierna. Hernando, por su parte, combate el recuerdo de esas 26 horas de horror.
*Nota cortesía de Q’hubo de Cali