
Bogotá amaneció gris este 13 de agosto. No era solo el clima: la ciudad parecía guardar un silencio solemne para despedir a Miguel Uribe Turbay, cuyo nombre ya está inscrito en la historia reciente del país. Tres días de homenajes habían precedido este momento final, después de que su vida se apagara el pasado 7 de junio, víctima de un brutal atentado en Modelia. Lo que se creyó un ataque perpetrado por un menor de edad resultó ser parte de una oscura red criminal.
La Plaza de Bolívar cerró sus puertas
Eran las ocho de la mañana cuando la Plaza de Bolívar cerró sus accesos para recibir a familiares, amigos y figuras políticas que acudieron a rendir tributo al senador y precandidato presidencial. Miguel, más allá de la política, era un padre, un hijo, un hermano y un amigo al que hoy Colombia lloraba.
En el Salón Elíptico del Congreso, su cuerpo reposaba en cámara ardiente, un honor que, durante tres días, atrajo a políticos, expresidentes, senadores e incluso opositores. Hoy, sin embargo, era distinto: las figuras del Centro Democrático llegaron con mensajes de solidaridad y exigencia de justicia. Desde temprano, las puertas del Congreso se abrieron para recibir a todos los que habían cruzado caminos con él.
En medio del luto, su familia llegó dispuesta a participar de la despedida. El himno nacional, interpretado por la Guardia Presidencial, dio inicio a la ceremonia, seguido de un minuto de silencio y una oración. Las palabras de los presidentes de la Cámara de Representantes y del Senado, junto con un mensaje enviado por el expresidente Álvaro Uribe, llegaron al corazón de los asistentes.
Hacia las once y media, el ataúd fue retirado del Congreso. Entre pañuelos blancos, rosas y lágrimas, los restos de Miguel se despedían de la que fue su segunda casa. El sonido de las trompetas y el paso firme del desfile militar marcaron el camino hacia la Catedral Primada.

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La Catedral, testigo de la despedida
Su esposa, María Claudia Tarazona, y sus hijas entraron tomadas de la mano. En su rostro, la mezcla de dolor y esperanza quedó grabada en la retina de quienes la vieron alzar la mirada al cielo. Personalidades como Jerónimo Uribe, el expresidente Juan Manuel Santos y su esposa, el canciller Álvaro Leyva y la senadora María Fernanda Cabal, entre otros, llenaban el templo.
El silencio se hizo estremecedor cuando el féretro cruzó el pasillo. Los párrocos lo recibieron con agua bendita e incienso. Su familia ocupaba la primera banca, quieta, expectante, abrazada por la solemnidad del momento. El sacerdote habló de la violencia que carcome al país, de la necesidad del perdón y la justicia, y pidió por el descanso eterno de Miguel.
La ceremonia alcanzó su punto más desgarrador cuando Alejandro, su pequeño hijo, se acercó al ataúd y colocó una rosa blanca sobre él. Su inocencia contrastaba con el dolor adulto: saltaba, tomaba onces y sonreía a su madre, ajeno a la magnitud de la pérdida.
Después de la comunión, María Claudia y Miguel Uribe Londoño, padre del senador, subieron al altar. Ella, entre lágrimas, recordó al hombre que amaría hasta el fin de sus días y pidió justicia para Colombia. Él, con voz quebrada, recordó que la tragedia ya había golpeado antes a su familia, cuando su esposa, Diana Turbay, fue asesinada. Ahora, la historia se repetía: su hijo muerto y su nieto huérfano.

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El camino hacia la morada final
La misa terminó entre sollozos y un cortejo fúnebre que avanzó lentamente hasta el Cementerio Central. Afuera, cientos de seguidores agitaban banderas y lanzaban gritos ahogados de despedida. El coche fúnebre cruzó una alfombra roja, conduciendo el cuerpo de Miguel hacia su descanso eterno.
En medio del murmullo y el silencio, Colombia despidió no solo a un político, sino a un hombre que, hasta el último día, creyó en el país que soñaba cambiar.

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