Hace sólo unos meses atrás yo me encontraba en cualquier ciudad de Colombia, una pequeña ciudad de la costa donde aún se guardan algunas costumbres y tradiciones, conservadora, limitadamente atractiva, pero eso sí, próspera y cómoda. De un momento a otro, por cualquier motivo decidí partir y viajé a Bogotá, con muchas expectativas, miedos, con la mente abierta a la espera de sorpresas y nuevas aventuras en un mundo casi opuesto de donde yo vengo y del cual yo también soy opuesta, mejor dicho, llegué a encontrarme conmigo misma o a perderme más. Antes de venirme, muchas personas me hablaron de lo que sería mi nueva vida en la capital, demasiados mitos, leyendas, cuentos, historias de suspenso, terror, etc... demasiadas especulaciones que con el paso del tiempo, fueron pasando al bote de la basura; algunos me dijeron: "es que los cachacos son hipócritas", "es que es allá es muy peligroso", "ese frío es terrible", "todos te juzgarán si no eres de allá", "te van a mirar feo", "te odiarán por ser de aquí", y como esas, muchas mas frases que se repetían hasta que llegó el día...
Desde que el avión despegó, supe que nada volvería a ser igual, que estaba dejando atrás todo, una vida entera para aventurarme a empezar desde cero, arriesgándome a que las advertencias de la gente fueran ciertas o una sarta de mentiras; cuando llegué efectivamente todo fue muy diferente, pero nadie ha dicho que lo diferente es malo, por el contrario, esta vez me sorprendí. Yo estaba acostumbrada a un estilo de vida totalmente descomplicado y simple, donde todo estaba a la mano y fácil, por eso al llegar acá fue un poco duro acostumbrarme a estar sola en una enorme ciudad desconocida donde no soy nadie y tengo que hacer esfuerzos mayores para obtener una cosa u otra, con el tiempo y mucho trabajo me fui acostumbrando como todo animal terrestre y empecé a ver con detalle lo que esta ciudad me ha ofrecido, me ha dado, y lo que en realidad es.
Como todo rincón de Colombia, tiene sus problemas que no son culpa de los habitantes, sino de los políticos que no pueden ver feliz a nadie, hay gente mala, si, hay peligros, claro, ¿en dónde no los hay?, hay gente buena y gente mala, pero eso no es sólo aquí; abrí los ojos y aprecié lo siguiente:
A la hora que usted se suba a Transmilenio va a encontrar toda clase de personas revueltas (no juntas) en un mismo vehículo, unos con otros, hinchas, profesionales, bachilleres, analfabetas, buenos, malos, rockeros, metaleros, costeños, paisas, rolos, extranjeros, mejor dicho, toda clase de personas, pero ahí están todos, pegados unos con otros, rozandose hasta el sudor, una manada de desconocidos que están ahí, cada uno como seres humanos, con defectos y cualidades, como personas antes que cualquier otro título, todos y cada uno diferente, el chico del cabello largo o la mujer de los senos falsos, ahí están y aunque algunas miradas se crucen, nadie juzga a nadie, comparten el mismo aire sin morir, comparten su tiempo de viaje, destinos, y no necesitan ser todos iguales para estar ahí.
La gente se ha acostumbrado a categorizar a las personas por su apariencia, o pensamiento, como si eso sirviera de algo... El otro día una señora muy mayor se tropezó por la calle y entre tanto sujeto de saco y corbata que pasaba por el lugar, precisamente fue el chico de tatuajes, piercings y peinado extravagante el que le tendió la mano y la ayudó a levantarse, no necesitó una pinta de ejecutivo fracasado para ayudar a un extraño en la calle.
Esta ciudad alberga a personas de todas partes del país y el mundo, les guste o no, tampoco digo que todos sean tan tolerantes y amables, pero me atrevo a decir que la mayoría si lo son, que si tu cabello es verde y el mio es negro, seguimos siendo iguales, que aquí o allá somos vecinos, y que así la señora de la panadería no sepa mi nombre ni donde vivo, me vende el mismo pan de todos los días con la misma amabilidad de cada mañana. Y qué decir de los nuevos círculos sociales, cada uno con su combo, soy la única "regionalmente" diferente de cada uno de mis cursos en la universidad, por supuesto no iba a pasar desapercibida, pero no fue como me lo pintaron, por el contrario, he conocido a mucha gente, casi todos se han acercado a hablarme, a hacerme sentir parte de la casa, de la vieja escuela, se han interesado por mis raíces y el lugar de donde vengo, y comparten conmigo como si toda la vida hubiese estado ahí, el recibimiento ha sido agradable, a pesar de todo, y lo difícil que ha sido finalmente. Es en esos momentos cuando no entiendo por qué la gente en otros lugares se deja llevar de comentarios sueltos que ensucian la imagen de todas las personas de una región que como todas, tiene sus problemáticas y defectos.
Ya falta poco tiempo para volver a mi lugar de origen nuevamente, pero me voy agradecida por la experiencia, las enseñanzas y las personas tan agradables que conocí, que sin reparo alguno me recibieron en su tierra mostrándome lo mejor a pesar de los pesares. Gracias a todos, ya puedo volver a mi tierra a desmentir esas historias de terror que hacen parte de la imaginación de algunos escépticos.
Bogotá no es como la pintan, es peor
Mié, 23/10/2013 - 09:06
Hace sólo unos meses atrás yo me encontraba en cualquier ciudad de Colombia, una pequeña ciudad de la costa donde aún se guardan algunas costumbres y tradiciones, conservadora, limitadamente atrac