"Jamás he podido renunciar a la luz, a la felicidad, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esta nostalgia explique mucho de mis errores y de mis faltas, me ha ayudado sin duda a comprender mejor mi oficio, me ayuda a mantenerme ciegamente junto a esos hombres silenciosos que no soportan esa vida que les hace el mundo, más que por el recuerdo o el refugio en el remanso de breves y libres felicidades".
Albert Camus.
Pensemos en un mundo sin extranjeros, sería un mundo de uno solo. Sin el vecino que pone música a alto volumen, ni la señora chismosa que barre todas las mañanas el frente de su casa en búsqueda de alguna información relevante cual agente de la KGB fuese o incluso un mundo sin el mensajero que nos trae el domicilio en los domingos de pereza. No pretendo decir que estas personas son de otra parte, incluso puede que hayan compartido con nosotros mismos la historia de crecer. Que hayan sido compañeros de colegio, un primer beso o el compañero en la dupla de los partidos de cuadra en la infancia. Extranjeros somos todos para todos, todos pensamos distinto, fracasamos en el intento de comunicación y lo que es más tedioso: vivimos con símbolos prestados intentando que estos reanimen nuestro colorido imaginario.
Dejando a un lado el postulado que todos somos extranjeros, extraños y desconocidos para el otro y el ejercicio de ese reconocimiento del otro es el reconocimiento propio el cual se entiende como cultura encontramos la vulgarización del extranjero, haciéndolo ver como aquel que no compartía un espacio geográfico, una lengua o una cultura. Y es que en el ejercicio de reconocer al otro si ese otro no comparte los mismos símbolos se vuelve una lucha (la cual ha cobrados millardos de victimas) y siempre ha estado presente en nuestro desarrollo como “civilización”. Como era de esperarse es festín a diario es aprovechado por las noticias, las cuales venden a la par del fútbol de la selección, la lagartearía de los políticos y los borrachos al volante.
Entre el festín noticioso esta semana encontré dos notas en particular que llamaron mi atención. La primera es la movilización de los estudiantes franceses en rechazo a las medidas frente a los extranjeros la mayoría de ellos ilegales (incluso por la falta de un papel o la espera del mismo) la deportación de una estudiante a Kosovo estalló la indignación de los estudiantes llevando inclusive a choques con la fuerza pública en las calles parisinas ¿estamos frente a un caso similar al de Mohamed Bouazizi[1]? Probablemente no, es incierto, lo que sí sabemos es que a veces solo hace falta un hombre para desatar la indignación. El choque entre la población y las medidas estatales frente a inmigrantes no solo se queda en lo que corresponde al acto de sacar inmigrantes del país, también obedece a un creciente desencanto de la corriente socialista en Francia. “Amanecerá y veremos” -decía el ciego.
Por otro lado, o más bien pasando el charco. Mientras en Francia idealistas adolescentes chupan gases y ablandan su joven carne con el bolillo policial, en Chile (si, a los mismos que les remontamos un partido 3-3) se organiza una marcha en contra de los colombianos en Antofagasta, los lugareños que son minoría dicen que los colombianos son sinónimo de robos, prostitución, crímenes y sobre todo esa fastidiosa camiseta amarilla que les recuerda un viernes que todos los chilenos quieren olvidar. Habrá que seguir de cerca esta movilización, no es la primera vez que se marcha para exigir el retiro de unos extranjeros de determinada nación. En el clima de la post primera guerra mundial los ciudadanos gringos marchaban para prohibir la entrada de inmigrantes de la golpeada Europa: “américa para los americanos” ¿recuerdan? Todo esto desató unas medidas estúpidas como fue la prohibición del licor en los años 20. De pronto opten por esta medida en Chile y así se evitan de las celebraciones acaloradas y alcoholizadas de los colombianos y sus llamativas camisas amarillas en el próximo mundial de fútbol.
Los extranjeros siempre son motivo de recriminación. No solo en la búsqueda de fuertes políticas nacionalistas, sino también para evadir un problema de índole personal y transmisión colectiva. Un problema que todos conocemos y nadie quiere tener en cuenta. Somos extranjeros frente al otro…llegamos solos y morimos solos, sin importar el color de la camiseta.
[1] llamado padre de la Revolución tunecina y, posteriormente, de toda la franja norte de África, nombrado por algunos medios como el mártir que vino con la primavera, fue un joven tunecino, vendedor ambulante, que se suicidó quemándose a lo bonzo públicamente en protesta por las condiciones económicas y el trato recibido por la policía. Su inmolación desató la revuelta popular de 2010 y 2011, que provocó la huida del dictador Zine El Abidine Ben Ali.