CÚCUTA, UN PARAÍSO PARA LOS VENEZOLANOS

Mié, 26/11/2014 - 13:18
Una amiga de mi mamá arribaba de Caracas, se pretendía quedar una noche en Cúcuta. Al llegar la ayudé a cambiar unos dolares. Luego, me pidió que la acompañara a c

Una amiga de mi mamá arribaba de Caracas, se pretendía quedar una noche en Cúcuta. Al llegar la ayudé a cambiar unos dolares. Luego, me pidió que la acompañara a comprar un juguete para su perro. Cuando entrabamos a Carrefour decenas de electrodomésticos, pantallas de televisión y alimentos envasados se exparcían en los pasillos; la caraqueña miraba asombrada. "Naguara, chamo. No tenemos nada de esto en Venezuela", aseguró perpleja.

Seguimos recorriendo los abarrotados corredores de lencería y ella en cada esquina inspeccionaba los objetos. "No, chamo, que falla. ¡Mira, todo esto lleno de jabón!", exclamó al ver uno de los corredores rebosante del preciado producto. En Caracas no se encontraba.

La mayoría de los productos le parecen caros y eso la frustra. Nos detenemos en una tienda de relojes y pregunta por uno en especial que ya tiene. Le dicen que cuesta 1 millon de pesos, ella sonríe y se retira. A las afueras, se voltea, la mirada de admiración se fija en la imponente infraestructura de concreto que se alza sobre ella, el centro comercial Ventura Plaza. "Si, chamo, han avanzado".

Esa misma semana un grupo de chicos de la universidad de los Andes, San Cristóbal, visitaban la ciudad fronteriza. Los muchachos llegaron encorvados y letargos a las instalaciones de la Biblioteca Julio Pérez Ferrero donde se llevaría a cabo el encuentro binacional de comunicación. Sus ojos fisgoneaban cada elemento que los rodeaba. Las chicas, por su parte, reparaban en su atuendo, se hacían retoques de último minuto, digitaban con emoción en sus dispositivos móviles la nueva ubicación, Colombia.

De a poco, llegan los refrigerios. Los pasteles de garbanzo, los cafecitos, los chocorramos, van endulzando los rostros de los venezolanos. Ahora, dejando la timidez, debaten en en el foro. Se notan alegres.

Al dar un paseo por el centro de Cúcuta, en medio de miradas curiosas de los residentes, resaltan la limpieza de las calles. Alguno que otro venezolano se acerca y pide limosna, se intercambian miradas, pero al no recibir respuesta de los jóvenes se enfurecen y se retiran con rapidez.

"Buenas, muchachos, ¿qué le podemos ofrecer?", dice un vendedor en una tienda. Los chicos sonríen encantados. "De verdad que nos hemos sentido como reyes y estamos sumamente agradecidos por, la comida, el hospedaje, el cariño, eso se agradece", decía Nataly Carvajal, estudiante de cuarto año de comunicación social de la Universidad de los Andes.

Entrada la noche, montados en chiva, recorren algunos lugares históricos de la ciudad que, aunque estuvieran en mal estado o abandonados, ellos saltan dichosos con celular en mano, foto iba y venia. Luego recorren el río Pamplonita. Destellos de luz brotaban de bares y locales de comida, aquí y allá. Los chicos bebían y se tomaban fotos. Con torpeza los venezolanos tiraban pasos de salsa. Algunos colombianos contemplaban la danza. Los venezolanos eran dueños de la tarima...

Al otro día, tras empacar las maletas y acomodarse su vestido, la caraqueña se dirigió a coger un taxi. Se despidió y dijo:"Ustedes son afortunados, chamo".

 @JuanCachastan

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