“Ética, es la coherencia, entre lo que se dice y lo que se hace”
(San Agustín).
La ética desde su génesis, ha recorrido un largo camino, su estudio a lo largo de la historia ha cautivado el pensamiento del hombre, el querer desentrañar los misterios de ésta ciencia, le ha valido al homo sapiens cuestionarse su existencia desde la esencia misma del ser. Desde un principio, el ser se ha percatado de su condición de “ser social”, y esa autoconciencia lo ha llevado a la construcción de una ciencia, de una rama filosófica que le ha permitido fijar los parámetros, para crear sociedades, ciudades – estado, donde las leyes por las que se rige cada ciudadano, coadyuvan a propiciar comportamientos válidos para la convivencia dentro de esa misma sociedad. Estos antecedentes, son la materia prima, con la cual hoy, nos atrevemos a dar definiciones de ética, y aunque sigue siendo una ciencia espinosa, se puede decir con certeza, que mucho se ha avanzado en su comprensión.
La concepción conceptual de la ética, desde Aristóteles (Ética para Nicómaco), ha mostrado diversas variaciones, tan extensa ha resultado la gama de filósofos, intelectuales, científicos, que se han propuesto desentrañar el significado de ésta ciencia, que es admisible decir, que el pensamiento humano ha estado puesto siempre en la esencia misma del ser y sus interacciones con los demás seres y con el entorno que le rodea.
Desde una opinión muy personal, una definición de ética, con la que uno se puede identificar, si se le dan las connotaciones necesarias, es la propuesta por San Agustín de Hípona, quien logra definirla de forma magistral, con una simplicidad absoluta, simplicidad que al tratar de asimilarla, de llevarla al plano de lo práctico, de lo cotidiano, se torna difícil. Para San Agustín, la esencia de la ética, radicaba precisamente en el hecho de la coherencia que debía existir entre lo que el ser decía y hacía, para dar un ejemplo cotidiano, no se podría decir que a uno no le gusta fumar y al cabo de un rato tener un cigarrillo en la boca, la verdadera esencia estaría en el hecho de afirmar y actuar, con base en lo que se afirmo.
Tratados (aunque de forma sutil), los problemas de la ética y su inspiración al pensamiento por comprenderla, hablaremos de la docencia. El docente, que tiene en sí, la oportunidad (de forma única), de promover la transformación del individuo en sociedad, de propugnar por un futuro, un escenario prospectivo, de curso inmediato, utilizando las herramientas que de tan loable labor se desprenden, sí la acompaña de la responsabilidad que le es propia; se dirá, que en ningún momento podrá haber, una separación o ruptura entre el docente y la ética. Los hilos que conducen el camino de la docencia, deberán crear una red, que atrapará el sustrato de la ética, red que le dará a estas dos disciplinas la condición de indisolubles. Cada individuo debe ser capaz de manejar y afrontar las consecuencias de la ética (de la esencia de ser ético). Aquella coherencia entre el decir y hacer, se reflejará (aunque posea condición de intangible), en el pensamiento. Lo que significa: que el docente (y cualquier otro ser racional), deberá otorgar desde el pensamiento, antes de convertir este en una acción, aquella dualidad de coherencia que enmarcará su labor, incluso su actuar dentro de los parámetros de la ética.
“El hombre, es el hombre y sus circunstancias” (Ortega y Gasset), para el docente, la circunstancia posible deberá ser la ética, puesto que su labor a eso lo transporta. Cada niño o adolescente, tomará la imagen del docente, para incluir aquellos reflejos, aquellos aspectos, que consideren posible imitar, pero si el espejo en el cual se están mirando, devuelve una imagen deformada (haciendo alusión a que este presenta defectos), la imagen que forma, que construye ese niño o adolescente, también será defectuosa. La inclusión de la ética en la labor docente, trae consigo diversos parámetros, limites, que deben ser puestos al actuar del docente, tanto dentro como fuera del lugar donde éste se desempeñe, no queriendo decir con esto, que el derecho a la libre expresión del docente se marginará. La labor docente debe manifestarse con libertad, en todos los aspectos que rodean la vida de quienes han decidido tomar este camino. He ahí, donde aquella dualidad (decir y hacer), de la que se habló al principio, en compañía de la coherencia, toma fuerza para servir de conducto en la libertad de expresión como derecho, como prístino ejemplo a imitar, por aquellos seres que el docente a diario forma, tanto dentro como fuera de las instituciones.
La manifestación de la ética, tanto en el aspecto laboral como personal, de los seres racionales, es el constructo esencial que permite sentar los precedentes para actuar de manera adecuada en sociedad. Si el docente goza de la capacidad de incluir la ética, como precursora de sus actividades cotidianas, el resultado que se obtenga, la imagen que se proyecte en los estudiantes (y en los demás), será benéfica para incitar una mejor sociedad.