La Cámara de Representantes de Colombia ha eliminado la reelección presidencial, que benefició a Juan Manuel Santos y a Álvaro, su predecesor. Esa figura solo podrá revivirse de aquí en adelante con una Asamblea Constituyente o mediante un referendo de iniciativa popular. Se cierra así uno de los ciclos más oscuros de la política colombiana, que inició con nocturnidad y alevosía en esa misma cámara política a cambio de unas prebendas vergonzosas dadas a un típico ejemplar de la clase política colombiana.
El episodio es bien conocido de la opinión pública en este país y fue bautizado como yidispolítica. Consistió en las dádivas recibidas por la representante Yidis Medina a cambio de su voto favorable a una reforma constitucional que le permitió a Álvaro presentarse a un segundo mandato.
En el ejercicio de la política, como todo en la vida, tan importante es la ética como la estética. Y la estética uribista es tan grimosa como su ética. El primer heraldo de aquel exabrupto político que cambió la Carta Magna fue Fabio Echeverri, ex presidente de los industriales y abanderado desde primera hora de la causa uribista; la cosa era sencilla, era cuestión de cambiar un “artículito” de la Constitución. Y, efectivamente, se cambió dándole una notaría a la represente Yidis Medina.
Recuerdo la primera entrevista que hice a Álvaro cuando todavía era un desconocido candidato presidencial. Fue en una estrecha oficina al norte de Bogotá, cerca del Parque de la 93, casi en horas de la madrugada que es como le gusta a él. Por razones que no supe le echó una bronca tremenda a una pobre secretaria delante de unos desconocidos como nosotros, un equipo de televisión que se aprestaba a entrevistarlo. “Este tipo es un cafre y un maleducado”, pensé.
Su sonrisa de seminarista y sus diminutivos tan antioqueños, tan farisaicos, tan cursis (aplazar el “gustico”, guardar la “platica”) engañan, son --como en el caso mencionado de Echeverri-- una manera de ocultar esa arrogancia tan paisa de creerse siempre con razón, de despreciar en silencio al contrario hasta que la realidad se impone. Es entonces cuando aparece ese jovencito atrabiliario estudiante del instituto Jorge Robledo del Medellín de los años 60, al que había que temer sus ataques de ira.
Al norte del valle de Aburrá, a la salida hacia la costa, hay un verdadero monumento al diminutivo uribista. Un peaje que cuando se montaron las dos improvisadas casetas iniciales desataron la furia de los vecinos de Bello, Copacabana y Girardota, municipios afectados con la iniciativa. Álvaro calmó a la gente con el cuento de que aquello era un “peajito” provisional. Hoy, esa alcabala cuesta tres veces lo que al inicio y es tan poco provisional que su aspecto semeja la entrada al aeropuerto de Shanghai. ¿Y Álvaro qué dice? Si te he visto no me acuerdo.
El recurso del diminutivo es esencial en la ética uribista de imponer su iracundia con vaselina. Ahora que han derrumbado su invento de la reelección, Álvaro estará ardidito pero seguirá frentero y con la piedra perennemente salida, como el mismo dice, para gozo y deleite de esa media Colombia colérica, irascible y arrebatada que él ha sabido encarnar magníficamente.
El regreso del articulito
Mié, 10/06/2015 - 05:23
La Cámara de Representantes de Colombia ha eliminado la reelección presidencial, que benefició a Juan Manuel Santos y a Álvaro, su predecesor. Esa figura solo podrá revivirse de aquí en adelante