Un tal Emanuel Manotas mató en Bogotá a su vecino, José Cifuentes, quien fue a reclamarle desesperado por el ruido que el energúmeno Cifuentes hacía en su apartamento. Y, como es preceptivo en Colombia en casos semejantes, el presunto homicida se apresuró a pedir perdón a la madre de la víctima y a su abogado le faltó tiempo para demandar que a su cliente se le asigne la detención domiciliaria.
Según los testigos, es decir los vecinos de este drama, la tragedia se veía venir. El presunto homicida era reincidente en agresiones a la tranquilidad y convivencia debido a su gusto por la música a alto volumen. Lo que en otros lugares del mundo se acaba con una llamada de la policía a tu puerta en Colombia termina con un muerto.
A raíz de esto me enteré de que el Ministerio de Justicia tiene unas denominadas “Casas de Justicia y Centros de Vecindad” para atender conflictos de vecinos que me parecen un verdadero saludo a la bandera, uno de esos miles de organismos inútiles destinados a multiplicar la burocracia que nada aportan a la gente y lo único que hacen es chupar del presupuesto.
En Colombia el proceso para intentar –casi siempre sin éxito- que no te incordie un vecino tiene más condiciones que el juego de tute: hable con el administrador del edificio o finca que molesta, acuda a la inspección correspondiente, dé parte de esta última queja a la policía; si hay reincidencia repítase el proceso hasta tres veces, preferiblemente llevando testigos, y a partir de ahí, en teoría, se impone una multa al cafre de turno. Cuando lo normal, como ocurre en los países civilizados, sería que la sola presencia de la autoridad terminara con la molestia.
Como Colombia no es un país enteramente civilizado impera, en muchos aspectos de la vida cotidiana, la ley de la selva. Casos como el que da lugar a este comentario son consecuencia de algo tan simple como la falta de educación, de respeto a los demás, principios que habría que volver a impartir desde las aulas elementales. Y por los padres de familia, claro. Muy bien eso de repartir computadores pero mejor aún si antes se enseña convivencia.
En el mundo civilizado –en el que han vivido o pasado largas temporadas, por cierto, la mayoría de los dirigentes políticos colombianos- la tranquilidad de los vecinos es una cosa seria. Hay países que tienen regulado hasta el horario para encender una lavadora o una máquina de cortar césped. Uno no pide tanto, se conformaba con que la sola presencia de una persona investida de autoridad a la puerta de un vecino molesto bastase para acabar el problema.
Aquí a los políticos se le llena la boca alardeando de contar con la mejor policía del mundo, con Casas de Justicia o con campañas propagandísticas como una que hay en Antioquia que se denomina "la más educada”. Paséese, señor gobernador Fajardo, por las veredas cercanas a Medellín para que vea cómo “sus más educados conciudadanos” atormentan a los vecinos con radios de emisoras ramplonas a todo volumen o fincas de ruido insoportable durante enteros fines de semana sin que sea posible poner coto a semejante agresión. Los alcaldes se ponen de perfil, los inspectores se lavan las manos y la policía se encoge de hombros.
En Colombia impera la ley de la selva
Dom, 08/09/2013 - 01:59
Un tal Emanuel Manotas mató en Bogotá a su vecino, José Cifuentes, quien fue a reclamarle desesperado por el ruido que el energúmeno Cifuentes hacía en su apartamento. Y, como es preceptivo en Co