Disparos en su casa al sur de Bogotá le quitaron la vida al que muchos llamaban ‘el profe’, ‘el parcero’ o el ‘peluquero’, un hombre que era la esperanza de muchos en la calle.
Javier Molina. Foto: Juan Pablo Vargas Martínez.
De lunes a sábado Javier Molina coordinaba las operaciones de las pequeñas flotas que van en búsqueda de habitantes de la calle. En una oportunidad junto a un escuadrón partieron hacia Suba, a orillas del Humedal Juan Amarillo. El día estaba gris, pero la intención de los demás integrantes del equipo era clara: atender a los habitantes de la calle que se acaran a recibir alimentos, servicio de baño, peluquería, vacunación y odontología.
Javier llegó a las calles a los 15 años, no por razones de violencia intrafamiliar, ser huérfano o por condiciones de pobreza extrema, fue solo por gusto o como él dice: “salí a recorrer porque siempre me gustó caminar, conocer y toda la nota, entonces empecé a andar en toda Colombia”.
Desde su natal Pereira, caminó por Colombia, y siempre llegaba a zonas de deterioro social, más conocidas como las “ollas”. A su llegada a Bogotá, consiguió trabajo en El Cartucho. Allí era el administrador y ayudaba con la seguridad de un expendio de drogas. Duró trabajando en ese lugar aproximadamente 4 años. Sus jefes eran una familia que controlaba el negocio de las drogas en ese sector de la ciudad.
“Yo de joven me rebusqué a través de la delincuencia y el trabajo de calle, en algunos momentos practiqué el hurto, la manipulación, el engaño, la estafa para obtener recursos y luego me dediqué a trabajar en el jíbaro”, afirmó Javier aquel día de trabajo social.
En 1997, los planes de demolición de El Cartucho comenzaron a ejecutarse y con ellos llegaron unos trabajadores sociales que pretendían estudiar el fenómeno de habitabilidad en calle y solucionar algunos problemas de esta población vulnerable.
Javier se fue vinculando poco a poco con los trabajadores sociales dado a su gran conocimiento de la zona, las personas, y sirvió como contacto entre los comerciantes y los habitantes de la calle.
Al ver que El Cartucho iba a ser demolido y todos iban a ser desalojados, Javier consiguió un trabajo en el Jardín Botánico gracias a los contactos que había hecho con los trabajadores sociales con los que había hablado en El Cartucho. Posteriormente se vinculó con la Secretaría de Integración Social e hizo parte del equipo de Búsqueda.
Javier era el peluquero de los habitantes de la calle y mientras atendía a los ciudadanos, les hablaba de los servicios que ofrece el Distrito y les comentaba cómo podían tener una recuperación voluntaria.
Javier Molina en su trabajo como peluquero de habitantes de la calle. Foto: Juan Pablo Vargas Martínez.
Al ver que pocas personas estaban yendo a la jornada, Javier decidió salir en busca de los habitantes de la calle. Debaje del puente vehicular del humedal Juan Amarillo, 'el profe' se cogió la nariz ydijo: “Buenas, hay alguien. Venimos a hacerles una invitación”. Nadie respondió. Javier se quitó las manos de la nariz, pues ya se ha acostumbrado al olor de basuras, agua empozada y eses. Caminó despacio y antes de llegar al otro lado del puente se encontró con un habitante de la calle.
Lo primero que hizo Javier al ver al habitante de la calle debajo del puente fue saludarlo con un apretón de manos, posteriormente se presentó y comenzó a tener una charla de amigo con la persona. Las preguntas fueron varias: ¿Cómo está? ¿De dónde es usted? ¿Usted vive acá? ¿Hace cuándo está en las calles? ¿Quiere ir a un hogar de paso a bañarse, comer y dormir? ¿Quiere cambiar de vida?
El habitante de la calle aceptó y Javier emocionado soltó lágrimas de alegría al saber que recuperaba a una persona de la calle, así como lo habían hecho con él. Hoy, ‘el peluquero’ ya no está; se fue el ‘parcero’ y el que salvaba vidas, pero quedan en la memoria las decenas de personas que salvó de la drogadicción y de las calles.
En Twitter:
@vargasjpablo