Miras de reojo a tu mejor amigo, feliz con su carro nuevo, y algo en tu cuerpo se estremece. Las pupilas se dilatan, el estómago se revuelve. El impulso de rayar el carro o pincharle las ruedas sube por la garganta y corta la respiración: “está muy lindo el carro”, alcanzamos a decir, con los dientes apretados. La sonrisa de tu mejor amigo permanece en tu mente y ahuyenta el sueño y te amarga y te carcome. No descansarás hasta encontrar la forma de vengarte. Porque se trata de eso, de una ofensa que hay que vengar. El triunfo ajeno, su exhibición, duelen. El éxito, según nuestra idiosincrasia, debe degustarse en silencio. La culpa de todo la tiene la humildad (sí, la humildad, ese falso valor). Y entonces, la envidia, esa piquiña en la piel, aparece, destruyendo amistades, provocando malentendidos, divorcios, robos y uno que otro muerto.
Etimológicamente, la palabra envidia remite a mirar hacia dentro. Fijar la mirada en algo de manera celosa. El mal de ojo sólo ocurre a quienes son dignos de ser vistos. A los niños feos nadie los ojea. A los pobres nadie los envidia. Incluso, en nuestro desorden moral, terminamos envidiando a quienes no exhiben sus logros: envidiamos la humildad.
Sin embargo, no todo es malo. En el meollo del asunto hay lugar para la belleza. Y es que la envidia, más que deporte nacional, podría considerarse como una de las bellas artes. El colombiano promedio tiene una capacidad asombrosa para envidiar. Detecta defectos con elegancia, con donaire. Artistas de la paja en el ojo ajeno. Virtuosos de la observación detallada y maliciosa del novio de la mejor amiga. Expertos en el dibujo de sonrisas falsas. El comentario en Facebook es la poesía de los envidiosos, el paraíso del mal de ojo. La humildad, entonces, se convierte en una envidia enmascarada, en un truco de supervivencia mientras la sinceridad se extingue.
Además, la envidia es el motor de la economía nacional. ¿Por qué crees que compraste el nuevo Samsung Galaxy? ¿Por qué te matriculaste en el gimnasio? ¿Por qué quieres aprender checo y mandarín? Por envidia. No hay que darle muchas vueltas. El bienestar y la felicidad ajenos impulsan a mucha gente a tomarse por asalto peluquerías, salas de masajes, discotecas, universidades, quirófanos y centros comerciales. Por eso, es preciso que dejemos en paz a la envidia y cultivemos ese bello y noble arte. Nuestro país lo necesita.
Gabriel Rodríguez
La envidia como una de las bellas artes
Lun, 22/06/2015 - 12:35
Miras de reojo a tu mejor amigo, feliz con su carro nuevo, y algo en tu cuerpo se estremece. Las pupilas se dilatan, el estómago se revuelve. El impulso de rayar el carro o pincharle las ruedas sube