Bogotá se ha olvidado de sí misma. Y cuando digo Bogotá me refiero a todos aquellos que hemos contribuido a que esto sea así. Ya se ha convertido en un lugar común el dicho de que "quien no conoce su historia está condenado a repetirla". Y a pesar de creer que estamos completamente seguros de eso, nos dedicamos a enterrarla cada vez más junto a los huesos que la han construido. A mí, por lo menos, poco me interesa el significado básico de lo que un monumento significa; es decir, lo importante para mí no es que éstos sean patrimonio cultural o hagan parte de un complejo arquitectónico sin precedentes. Lo importante del caso es que, por un lado, la historia ha ido perdiendo -si es que alguna vez lo ha tenido- su importancia académica y sus representantes físicos en nuestra ciudad están siendo demolidos, poco a poco y con dolor.
Es por esto que, si bien es menester de los ciudadanos preocuparnos más por la historia y rescatar su valor, es deber del Distrito, y en general del Estado, promover una inversión en la restauración y mejoramiento de la historia en nuestra ciudad, y en general de nuestro país. Siempre me he visto en la dualidad de admirar o lamentar a todos aquellos que idolatran la historia y los monumentos de otros países y no conocen o no sienten ningún apego a la suya. Sin embargo, en este momento vivo en una ciudad que ha sido literalmente construida y destruida a partir de sus símbolos más emblemáticos y aunque Hitler no dudó dos veces en erradicar con la mayoría del legado de los reyes de Prusia, la presidencia de la ciudad junto con los ciudadanos se han encargado de no dejar olvidado el pasado trágico de este lugar.
Bogotá cuenta con alrededor de 800 monumentos al aire libre que cuentan poco a poco nuestra historia precolombina, de 500 años de colonialismo, de independencia, de corrientes filosóficas y artísticas que llegaron con al aire a nuestro país. Una arquitectura barroca y un arte romántico. Los próceres y mártires de los días más difíciles de Colombia. El comienzo de la era femenina en la historia de los héroes. Entre otros, quisiera resaltar a Cristobal Colón y a la Reina Isabel que, de frente uno al otro, saludan a quiénes llegan a Bogotá por la calle 26. La estatuas conmemorativas a Simón Bolívar en el centro de la ciudad, el monumento a los héroes en batallas militares -específicamente Bolívar, Miranda, y Santander en el comienzo a la autopista norte-, la estatua a uno de los mejores periodistas de nuestro país, Jaime Garzón, la glorieta de las Américas con razón de la Conferencia Panamericana de 1948, El Tamborero y Rita que cuentan la historia de los negros. El memorial a Gaitán, entre otros.
Lo interesante, pero no feliz, es que a algunos bogotanos les pareció una buena idea decorarlos con graffitis ilegibles y con nada que ver al recuerdo. A otros también les pareció que pintarlos y incluso romperlos los iba a ser más lindos porque lo cierto es que ¿de qué sirve una pieza de piedra, un pedazo de bronce y una cara mal pintada cuando el significado de todo lo que somos, de todo lo que hemos sufrido, lo desconocemos o simplemente nos vale huevo? Para mí no tan grata sorpresa me he encontrado aquí en Berlín con dos estatuas del venezolano Simón Bolívar; una con el manuscrito suyo de libertad y la segunda haciendo hincapié en el cliché del caballo pero lo más emocionante es que los berlineses y aquellos como yo que venimos de otras ciudades hemos centrado la mirada en ellas y en los grabados que apoyan la imagen. Siendo Cristobal Colón uno de los mayores representantes de la emancipación americana contra el imperio español, me sorprendió que haya más respeto y cariño, aunque sea una historia ajena, a pesar de querer ser aquí una historia perdida.
Como ya lo he mencionado, la culpa en este cuento es compartida. En principio, el Distrito debería poner más de sí para comenzar a restaurar, limpiar, reconstruir y arreglar los ya existentes monumentos; pero no sólo eso. También es necesario que se empiece a construir. ¿Qué tan poco es importante es recuerdo para nuestra ciudad y país cuando no existen, al menos no a la vista, memoriales o monumentos al narcotráfico, a las víctimas del mismo, a las muertes injustas, a la guerra interna, a la paz, a los malos líderes y aquéllos no fueron tan malos? ¿Dónde están plasmadas las voces de aquéllos que gritaron por cambiar nuestro país y aquéllos que fueron callados por conflicto? Pero más necesario aún es que cambiar el significado o más bien crear un significado a la cultura ciudadana y al recuerdo, a la importancia de tener en cuenta nuestra historia, no sólo para no dejar perderla para siempre, sino para no volver a repetirla y para tener referentes para el futuro. De no hacerlo, y creo ciegamente en esto, los días que vendrán serán días del futuro pasado. Lo que hay que entender es que, aunque parezca muy chévere o muy bonito pintar o dibujar lo que ya está hecho, lo que realmente se está haciendo es borrar, borrar la historia.
La historia que perdemos todos los días en Bogotá
Sáb, 19/10/2013 - 04:28
Bogotá se ha olvidado de sí misma. Y cuando digo Bogotá me refiero a todos aquellos que hemos contribuido a que esto sea así. Ya se ha convertido en un lugar común el dicho de que "quien no conoc