La sociedad y el país criminal

Vie, 21/02/2014 - 12:37
Muchos consideran que los términos sociedad y país son tan similares en sus acepciones e inseparables en sus realidades. Si bien son parecidas, pero se distinguen etimológicamente entre el grupo de
Muchos consideran que los términos sociedad y país son tan similares en sus acepciones e inseparables en sus realidades. Si bien son parecidas, pero se distinguen etimológicamente entre el grupo de personas que se unen por vínculos de acuerdos e intereses, con fines propios y con ubicación en determinado territorio, con reglas claras y obligantes, y que son regulados por terceros que delimitan un grado de acción. Eso es lo que separa el primer concepto del segundo, de circunstancias vinculantes desarrolladas en determinado contexto organizacional. Para llegar a las actuales definiciones, el ser humano debió superar su poder absolutista primario e individualista para empezar a adentrarse como un colectivo dispuesto a medirse en semejanzas e iguales proporciones de visiones y contraprestaciones que retornan al grado de barbarie prehistórica y salvaje de su consciencia y comportamiento. Hoy, ya Estado, sociedad y país no son tan equivalentes como se concibieron en sus inicios, porque sus integrantes dejaron de mirarse como verdaderas instituciones constituidas, regladas y uniformes en sus conductas, dispuestas a protegerse en el contrato que los une, deponiendo sus obligaciones y soberanía para servirse de lo que resulta patibulario e indecente, perverso e indigno, sin importar las consecuencias que trae consigo el debacle de las generaciones que miran sin estupor la herencia insultada que les resulta entretenida y excitante. Esa es la Colombia del presente, sin país y sin sociedad. Esa es la Colombia del pasado, que se visiona con profunda miopía, olvidando de forma consciente que repite su trágica historia con el mismo libreto y de sin fines de personajes, herederos de los mismos protagonistas de la paupérrima miseria y desigualdad que ha empobrecido y masacrado las aspiraciones de miles de colombianos que murieron en el intento y que lo siguen intentando.  Esa es la Colombia sin futuro, porque no existe, nunca existió y ni existirá. El lema ya no es ser probo y digno, sino tener el perfil de criminal nato y demente, que traspase los grados de la consanguinidad y afinidad, que se mantenga por décadas –como se ha mantenido- entre los hijos de los hijos y sus hijos, porque así es que se reservan el sagrado derecho de impartir la respetable cátedra de delincuencia y sus efectos positivos en la enseñanza. Ya el delincuente no es el de cartón de primaria o el bachiller, ya el delincuente traspaso las esferas del profesional, del maestrante, del doctor y del técnico, desconociendo el conocimiento y los principios morales y éticos. Ya la delincuencia no está en la propia academia, sino que se ubica en los rasgos propios de la eterna juventud que se forma en la familia doblegada, permisiva y alcahueta; aquella que perdió presuntamente su horizonte y norte cuando se empezaron a preguntar quién era quién para su representación, y simplemente porque anteriormente se le veía en lo aparentemente natural y “divino” de lo heterogéneo para verificar lo homogéneo, y que al parecer en estos tiempos no se trata de conformarse sino de aceptarse en sus diferencias, muy a pesar de los reproches y descalificativos de esta sociedad que se volvió mojigata para unas cosas públicas y majadera para unas privadas. Abonándole que esa misma sociedad plástica y superficial, sigue viviendo de engreimientos y de pasados que solo se ponen de actualidad para insultar y pretender espacios que anteriormente no eran de sus originarios –vaya a saber cómo lo lograron-. Pese a ello, el Estado dejó de perseguir la criminalidad para negociar con ella, convirtiéndose en un espectador de la delincuencia que se la toma con los funcionarios y subalternos que se reparten los poderes con armonía y equilibrio para su propio bienestar. Esos mismos que se aferran al silencio de zagas y del respeto del pacto mafioso, enarbolando lo sucesivo de la miserable democracia que reitera dar posibilidades, pero que solo existe en los discursos de cifras y cuentas inverosímiles. Lo mismo hace esa sociedad en coautoría de forma dolosa y culpa aceptada, desconociendo los patrones impresos en leyes amañadas y con vacíos enormes, permitiéndose maniobrar con facilidad la defensa en signos pesos y con posibilidades de salidas a sus domicilios o con verdaderas suite de ensueños como lo demuestran en “villa piqui reservado” los de la Cárcel La Picota. El País desconoce su cumplimiento porque manifiestan que los de cuello blanco resultan tan iguales como los de ruana, o los de ruana son de la misma calaña como los de cuello blanco. ¿En fin? ¿Para qué el Estado, la sociedad y el país? Buena pregunta que nos hacemos quienes asqueamos el modelo inservible de otrora. Ese modelo heredado de los griegos, ingleses, franceses y españoles –y hasta se lo creen que vienen de sangre europea-. Ese mismo que hemos revaluado con nuestras instituciones criollas y que han sido un enorme fracaso, porque no han sido estas las del error en su conformación, sino de quienes las han dirigido con ego y aparente pulcritud. Esas que están desfalcadas y llenas de roedores dispuestos a no perder la oportunidad para saquearlas y acabarlas, y darle espacios infinitos a los que los mantienen con rigor burocrático y político. Ya no queda nada del Estado, de la sociedad y el país. Solo resta esperar las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo mes de marzo y mayo, y verificar si los colombianos son capaces y valientes en definir el rumbo esperado y reclamado o si continuarán dándole cantos a los que han brillado por su ausencia en el Congreso, o los que han recibido media vida en la otra eternidad con la misericordiosa mermelada e insistir en esa sociedad y en ese país criminal que vive de ese círculo vicioso.

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La Drummond demostró que su poderío y control cuasiestatal es más fuerte que las misérrimas multas impuestas por el Ministerio del Medio Ambiente. @JorgePerezSolan
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